Calculadora electoral: Macri, con un ojo puesto en las elecciones y otro en poder sostenerse hasta 2023
El macrismo jugará el 27 de octubre dos partidos: uno es el de la elección contra Alberto Fernández, el segundo es el de su supervivencia como espacio político con proyección de futuro.
El primer objetivo está casi perdido, pero es de lo que más se habla. Es lógico, lo último que puede permitirse un candidato en carrera es transmitir a sus seguidores una sensación de derrota.
Es por eso que el Presidente quiso mostrarse fuerte en la conferencia organizada por el Grupo Clarín en la que el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso llegó como invitado estrella para contar cómo había sido su transición con Lula da Silva.
"En las PASO de 2015 también había perdido por 15 puntos", dijo ante un auditorio de empresarios que ya lo veía como un ex mandatario.
Pero la matemática electoral de Macri luce muy complicada. Y su analogía con el 2015, algo forzada. En aquel momento, él era el opositor que venía en ascenso, contra un peronismo dividido en dos facciones. Y, de hecho, si se consideran los votos que había obtenido Macri sumados a los de Elisa Carrió y Ernesto Sanz, entonces la ventaja había sido bastante menor: 38% a 30%.
Hoy, en cambio, es un presidente que acaba de recibir un contundente referéndum sobre su gestión de gobierno, y enfrente tiene a un peronismo unificado. Más bien al contrario, la proliferación de candidaturas menores ahora juega en su contra. Además, la crucial provincia de Buenos Aires en aquel momento le sumaba votos a su candidatura, mientras que ahora es el bastión de la oposición.
Los números que se difundieron para consumo interno de los militantes no son de probabilidad cero pero parecen muy difíciles en la realidad. Implican que Alberto Fernández caiga casi 4 puntos hasta ubicarse debajo del 45% de los votos. Y, al mismo tiempo, el macrismo debe crecer al menos 3 puntos para colocarse sobre el 35%. Esa sería la forma de forzar un balotaje.
La premisa para cumplir con ese objetivo implica que, como mínimo, se debe replicar el nivel de afluencia de votos observado en 2015. Es decir, que se llegue a un 81% del padrón. Suponiendo que de los nuevos votantes ninguno sufrague por la fórmula Fernández-Fernández, entonces la masa del voto del Frente de Todos se "licuaría" hasta 44% del total de los votantes.
Pero la premisa –es decir, que ninguno de los nuevos vote por Alberto- parece de casi imposible cumplimiento.
Por otra parte, al agrandarse el total de votantes, también la cantidad obtenida por Macri en las PASO se diluiría hasta un 29% del nuevo total. Eso implica que debería ganar todos los nuevos votantes más algunos "robados" a las candidaturas de Espert y Gómez Centurión para alcanzar el ansiado 35%. Y, obviamente, que ninguno de los que en agosto votó por Roberto Lavagna se arrepienta y decida votar ahora por Fernández-Fernández.
En fin, no es imposible, pero luce improbable. Sobre todo, cuando se toman en cuenta las primeras encuestas realizadas por las consultoras que más se acercaron al resultado de las PASO.
Por caso, la de Federico González y Asociados, que pronostica que, lejos de los deseos de Macri, en octubre se agrandará la diferencia por encima de los 20 puntos a favor de Fernández.
Su proyección es que se producirá el efecto del contagio hacia el voto ganador, que en octubre atraería votantes que en agosto habían acompañado candidaturas menores. Los números de esa son de una contundencia que parece terminar con el debate: marcan un 53,8% para Fernández y un 32,9% para Macri.
En tanto, una encuesta de CEOP marca una ventaja de 50,6% contra un 31,2%, sin proyectar los indecisos.
Es decir, los primeros números muestran una tendencia absolutamente inversa a la que el macrismo espera que se dé.
Los sondeos fueron hechos entre el miércoles y viernes posteriores a las PASO, cuando Macri intentaba revertir la mala imagen de su primera conferencia de prensa, cuando se lo había visto irritado por el resultado.
Ahora, ya con la difusión de las medidas de alivio económico –incluyendo la eliminación del IVA para alimentos y la suba del mínimo no imponible para el impuesto a las Ganancias-, el macrismo espera una mejora. Además, luego de la sustitución de Nicolás Dujovne por parte de Hernán Lacunza, que trajo una nueva estabilidad al dólar, el Gobierno ganó algo de oxígeno y recuperó la imagen de mantener el control de la agenda.
"Yo también hago mi autocrítica porque, tal vez como ingeniero, puse mucho foco en lo estructural. Sigo pensando que en una segunda reflexión la bronca va a ser compensada con una visión de presente y de futuro distinta", dijo Macri en la conferencia del jueves.
Qué tiene que pasar para que Mauricio Macri pueda competir en un balotaje con Alberto Fernández
Mientras tanto, su comité de estrategia electoral trataba de insuflar entusiasmo a la militancia con la convocatoria al acto de apoyo del sábado, en el que se quería recrear la mística del 1 de abril de 2017, cuando se llenó la Plaza de Mayo con partidarios del Presidente que entonces recibía ataques de la oposición.
En tanto, los politólogos asignan una probabilidad casi nula a que el resultado de las PASO se pueda modificar, cualquiera sea la estrategia del gobierno.
Por caso, Sergio Berensztein afirma: "Es improbable que Macri pueda revertir algo tan complejo porque la devaluación va a afectar igual a la gente de ingresos medios y bajos, que es la que votó al Frente de Todos, por ende, no creo que en este contexto de peor situación cambie a su candidato".
Con el foco en el partido revancha
Pero la realidad es que, hasta para el más optimista de los militantes macristas, la situación electoral parece casi imposible de revertir. ¿Por qué, entonces, el empeño en mostrarse en carrera y de hacer las arengas encendidas como la de Elisa Carrió en la reunión del gabinete ampliado?
¿Para qué los audios virales de Marcos Peña instando a que cada militante convenza a 10 personas de votar a Macri, o las campañas masivas por mejorar la fiscalización en las mesas de votación?
Es ahí donde entra en escena el segundo de los temas que está en juego en octubre: la supervivencia del macrismo como espacio político con proyección de futuro y con capacidad de alternancia en el poder con el peronismo.
Para empezar, el macrismo debe defender la representación parlamentaria ganada en las elecciones legislativas de 2015 y 2017, tras las cuales ostenta 107 diputados (41% de la cámara) y 24 senadores (un tercio del Senado).
El 27 de octubre pondrá en juego 46 bancas de diputados y cuatro del Senado, para lo cual debe cuanto menos replicar los resultados obtenidos en octubre del 2015.
Ante inversores, Nielsen describió cuáles serían los ejes de la política económica de Alberto Fernández
Y, además, en la provincia de Buenos Aires deben renovar 69 intendentes del total de 135. Si se repitieran los resultados verificados en la Provincia en las PASO, los municipios en manos del macrismo bajarían a 45.
Es decir, como mínimo la coalición Juntos por el Cambio tiene el incentivo de sostener su representación en el Congreso, que es lo suficientemente grande como para tornarse en imprescindible interlocutor y negociador en un eventual gobierno de Fernández. Y, además, buscará limitar el avance kirchnerista en la provincia más grande del país.
Pero, sobre todo, lo que buscará es preservar la imagen trabajosamente ganada de ser un nuevo espacio de alcance nacional y con aspiraciones que vayan más allá de una mera elección. El objetivo de fondo es que consolidarse como partido que represente los valores que han tratado de defender –el republicanismo, la moderación en el estilo político, la apertura económica, la búsqueda del equilibrio en las cuentas públicas-.
O, dicho en otras palabras, que el hecho de que poder perder una elección no le implique al PRO y al macrismo correr la misma suerte que la Unión Cívica Radical ni, mucho menos, que otras fuerzas de inspiración liberal como las que en su momento lideraron Domingo Cavallo y Ricardo López Murphy.
Ahí es donde el foco del análisis político estará en qué tan dura pueda ser la derrota. Porque, es claro a esta altura, hay formas y formas de perder. No es lo mismo para Macri superar en octubre el porcentaje de las PASO y, eventualmente, forzar un balotaje, que ser derrotado por una distancia abrumadora, como había ocurrido en 2011, cuando Cristina Kirchner se ubicó a más de 30 puntos de distancia del segundo mejor colocado.
Y, desde ya, no es lo mismo administrar la transición para llegar con cierta sensación de control hasta el 10 de diciembre, que entregar el poder por adelantado o en medio de una situación financiera caótica.
Estos matices son los que explican por qué, aun sintiendo lo inevitable de la derrota en las urnas, para el macrismo no dé igual la forma en que transcurran las semanas que faltan desde aquí a diciembre.
Si le va mal, el macrismo podría sufrir un retroceso a un partido apenas fuerte en la Ciudad de Buenos Aires, sin capacidad programática a nivel nacional, y el de Macri será otro liderazgo fallido, como en su momento lo fueron los de dirigentes que perdieron elecciones, como Eduardo Angeloz, José Bordón, López Murphy o Hermes Binner.
En cambio, en caso de que salve una representación política importante a nivel parlamentario y que deje una imagen correcta, podrá aspirar a ser percibido por la ciudadanía como el partido de recambio.
El resto lo hará el tiempo: a medida que la próxima gestión se desgaste y surgen las inevitables fisuras internas, el macrismo podrá volver a ser opción de poder, para lo cual cuenta con un activo importante: a diferencia de otros partidos que nunca superaron la instancia del liderazgo unipersonal, cuenta con un recambio generacional con figuras de proyección presidencial, como María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta, Martín Lousteau y hasta el hoy castigado Marcos Peña.
Un viejo dicho de la política afirma que las elecciones nunca dejan muertos, solamente heridos graves y heridos leves. Lo que el macrismo enfrenta como desafío es minimizar la gravedad de sus heridas.