Alberto F. y polémica por Leliq: economistas critican, pero logró el objetivo de instalar agenda
Alberto Fernández parece condenado a tener que dar explicaciones en esta campaña electoral.
Desde el mismo inicio tuvo que gastar minutos de TV y de actos políticos en explicar que, en caso de ser presidente, sería él y no Cristina Kirchner quien tomase las decisiones.
Luego tuvo que dar cuenta de cuántas de sus anteriores críticas al kirchnerismo seguía convencido y de cuáles no, y si durante una eventual presidencia suya se intervendría políticamente al poder judicial.
Además, varias veces tuvo que aclarar que no planeaba defaultear la deuda externa ni romper con la comunidad financiera.
Más tarde, al visitar las provincias donde el macrismo había sacado más diferencia, tuvo que subrayar que no se repetirían los maltratos de otros tiempos (llegó al extremo en la provincia de Córdoba).
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Y, más recientemente, tuvo que explicar si había censurado a periodistas que le preguntaban sobre el acuerdo de la AMIA y si había empujado o no a un señor que lo increpaba en un restaurante de Puerto Madero.
Ahora, con el debate respecto de las Leliq, también sigue dando explicaciones, pero hay una diferencia: por lo menos, el tema lo instaló él. Porque el gran reproche que se le hacía en la interna peronista era que, en su actitud defensiva, entraba en el juego del macrismo y nunca lograba "marcar agenda", algo indispensable para todo candidato que quiera mantener sus chances.
La crítica interna se había agrandado en la medida en que las encuestas midieron una drástica reducción de la ventaja que el Frente de Todos le sacaba al macrismo, que terminó por reducirse al margen de error. Es decir, se llegó al "empate técnico".
El cambio de actitud recién se comenzó a visualizar tras la reunión de Alberto con Cristina Kirchner al regreso de la senadora de su viaje a Cuba para visitar a su hija Florencia. A partir de allí, Cristina marcó el tono de la campaña, apelando a la nostalgia por los tiempos de alto consumo.
Recién ahí, con las alusiones de la ex presidente a las publicidades del Banco Galicia y a la proliferación de las marcas "pindonga", el kirchnerismo pudo imponer los temas eje de su campaña electoral.
En paralelo, la tarea de Alberto fue dirigir mensajes específicos para los jubilados. Y la decisión no es casual: las encuestas demuestran que es en ese segmento de la población donde Macri tiene su mayor fortaleza.
Por caso, un sondeo de la Universidad de San Andrés marca que un 59% de los integrantes de la "generación silenciosa" aprueban la gestión del presidente, un número que contrasta notablemente con el malestar entre los más jóvenes.
De manera que el énfasis de Alberto en la situación de los jubilados debe entenderse en ese contexto. Su complicación llegó cuando los medios de comunicación empezaron a sacar cuentas respecto de cuánto costaría el fondeo de los remedios gratis para los casi ocho millones de jubilados y pensionados.
Y, curiosamente, su polémica frase sobre la tasa de interés de las Leliqs no fue pronunciada en el calor de una entrevista hostil ante un periodista del multimedios Clarín, sino en el entorno "friendly" de una charla con Roberto Navarro, uno de los principales referentes mediáticos del universo kirchnerista.
Ante la pregunta de cómo se financiarían los remedios gratuitos, Alberto mencionó el monto "inmoral" que se gasta en el pago de intereses de las letras del Banco Central. Tuvo que volver a explicar que no había querido decir que se iba a defaultear el pago de esas letras (algo en lo que tuvo razón). Y sus principales asesores, como Guillermo Nielsen lo ayudaron a aclarar la diferencia entre el impago y la baja de las tasas de interés.
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En todo caso, para el público que entiende de economía, la aclaración fue peor aún, porque revela que Alberto Fernández confunde una herramienta de política monetaria con un recurso fiscal destinado al pago de subsidios.
A esta altura, la cuestión levanta temperatura en las redes sociales y, siguiendo la lógica de la grieta, están quienes lo denostan y quienes lo justifican. Pero lo que es innegable es que el candidato logró al menos un objetivo: instaló como parte central de su discurso la preocupación por los jubilados y logró que el tema fuera centro del debate.
La duda, claro, es si toda publicidad es positiva, si siempre es bueno que se hable del candidato o si hay riesgo de un efecto boomerang.
Algunos antecedentes históricos pueden servir como pista al respecto: un clásico de la campaña electoral de 1989 era que todos los días Carlos Menem hacía una declaración polémica durante la mañana y luego su hermano Eduardo salía a poner paños fríos, aclarando qué era lo que el candidato a presidente había querido decir. Eso despertaba burlas e ironías, pero todos saben cómo fue el final de esa campaña electoral.
Todo estratega de campaña sabe que para un candidato opositor el adversario no es tanto el gobierno sino la irrelevancia. Y, si la medida para juzgar la estrategia de Alberto es la repercusión mediática, la conclusión debería ser que, pese a las críticas, hay un objetivo logrado: hoy todos, incluyendo la gran mayoría que no sabe qué son las Leliqs, saben que al candidato le preocupa la cobertura universal de medicamentos para jubilados. Jaime Durán Barba habría dado su aprobación.