• 23/12/2024

Las lecciones de 3 grandes errores que cometieron Coca-Cola, Persil y el auto Mini

Planes que parecían una buena idea en el momento se convierten en catástrofes comerciales, y las empresas más renombradas parecen incompetentes
26/12/2017 - 18:10hs

Los productos no llegan a ser reconocidos mundialmente sin que las compañí­as que los hacen tomen riesgos. Pero hasta los más exitosos ejecutivos y diseñadores a veces se equivocan. Y en grandes escalas.

A veces, planes que parecí­an una buena idea en un determinado momento se convierten en catástrofes comerciales. Y las empresas más renombradas parecen incompetentes a la hora de resolver el problema.

Ante este escenario, los costos financieros como de reputación pueden ser enormes.

La BBC tomó tres casos extremos protagonizados por el jabón Persil de Unilever, Coca-Cola y el auto Mini, de la British Motor Corporation, para ejemplificar que al fijar la mirada en el competidor, se puede perder de vista el negocio propio.

Es que si bien la competencia a menudo impulsa a las empresas a los grandes avances, también puede llevarlas por mal camino.

El gran poder de PersilEl mercado de detergente siempre ha sido un campo de batalla ferozmente disputado por multinacionales de la talla de Unilever y Procter and Gamble o P&G.

En Reino Unido, habí­a un vencedor indiscutible: Persil, de Unilever.

Lanzado en 1909, se convirtió rápidamente en el detergente favorito del paí­s, con una reputación inigualable. Era una de las marcas más queridas e icónica, que se asociaba con buenas madres y familias felices.

Su principal competidor Ariel, de P&G, se comercializó centrándose en la ciencia de la limpieza, dejando a un lado los asuntos emocionales. Se trataba de lavar la ropa, deshacerse de las manchas y ya.

Con los años, el enfoque cientí­fico de Ariel atrajo a más y más compradores. En la década de 1990, el dominio de Persil estaba en decadencia y se desataron las que se conocieron como "las guerras del detergente" entre las dos supermarcas.

Hubo mucha animosidad, frustración e intensidad.

Unilever decidió invadir el territorio de Ariel desarrollando un producto llamado Persil Power, que contení­a un ingrediente especial de manganeso, apodado "el acelerador".

En una movida poco común, los fabricantes de Ariel, P&G, le advirtieron a Unilever que la nueva fórmula era demasiado poderosa para uso general.

Hay dos verdades sobre todos los polvos de lavar: número uno, limpian la ropa. Número dos, todos dañan la ropa. Es inevitable.

Los jefes de Persil Power confiaron en que sus pruebas de laboratorio les aseguraban el equilibrio correcto entre la limpieza y el daño y lanzaron Persil Power en 1994.

En cuestión de dí­as, la prensa empezó a publicar fotos que P&G le proporcionó a todos los diarios de Europa en las que se veí­an calzoncillos y camisetas repletos de agujeros.

Vikki Orvice, una periodista que reportaba sobre asuntos del consumidor en esa época, recuerda que "usaban la frase: 'si usas este producto, tu ropa se rasgará hasta el punto de la indecencia'. P&G no podí­a haber corrido con mejor suerte".

Los propietarios de Persil comenzaron a ser bombardeados con prendas raí­das enviadas por clientes indignados.

"Which?", una respetada revista del consumidor, anunció que habí­a hecho pruebas y que, aunque el detergente no rasgaba las prendas al punto de la indecencia, efectivamente, no era bueno para la ropa.

La eliminación sin miramientos de Persil Power de los estantes de los supermercados marcó un final humillante para la marca.

Es difí­cil ponerle un precio exacto al fracaso pero algunos analistas estiman que Unilever invirtió y perdió unos u$s350 millones en Persil Power.

Tuvo que esperar 4 años para recuperar su posición de lí­der. Aprendió la lección de que con la marca no se juega. 

Para los observadores, parecí­a increí­ble que una compañí­a tan respetada se hubiera metido en tal lí­o, particularmente, porque la percepción de una marca es algo tan precioso que es muy peligroso jugar con ella.

Según los expertos, esa es la lección que la amarga experiencia de Unilever dejó: ni siquiera en los mercados competitivos de hoy en dí­a, en los que existe la presión real para innovar rápidamente, se debe poner en riesgo la marca.

Unilever se apresuró a salvar la situación lanzando una nueva fórmula más suave, "New Generation Persil", sin el acelerador de manganeso.

Persil recuperó su posición como lí­der del mercado cuatro años después con Persil Tablets.

Cuando Coca-Cola se quedó sin gasCoca-Cola es la marca más grande del mundo. Cuando se compras, se accede a un í­cono cultural.

Su éxito depende de algo esencial: la receta secreta de su bebida original. 

Pero hubo un momento en que una rivalidad intensa llevó a los responsables de la marca a olvidar eso y a tomar una pésima decisión.

Fue en abril de 1985. Entonces, Coca-Cola convocó a la prensa para hacer un importante anuncio. La expectativa era que cualquier cosa que Coca-Cola hiciera serí­a una jugada inteligente.

El presidente de la compañí­a, Roberto Goizueta, reveló el secreto: "Voy a ir directo al grano. El mejor refresco, Coca-Cola, ahora será aún mejor. En pocas palabras, tenemos una nueva fórmula".

Por un segundo, hubo silencio.

"Coca-Cola representa a Estados Unidos y fue como decir: 'Hemos decidido cambiar la bandera y poner las estrellas en otro lugar'", le contó a la BBC la periodista del New York Times Pamela Hollie. ¿Qué pasó?

Las bebidas de cola fueron inventadas en el siglo XIX. En poco tiempo, Coca-Cola y Pepsi se convirtieron en archirrivales, pero en la Segunda Guerra Mundial, Coca-Cola estableció su supremací­a.

El gobierno de EE.UU. le pidió a Coca-Cola que le proporcionara bebidas a las tropas. Tuvieron 64 plantas embotelladoras portátiles que acompañaban al ejército. Cuando los soldados se fueron, Coca-Cola se quedó y adquirió una dimensión global.

Superaban a Pepsi Cola por márgenes de dos o tres a uno.

En los años '70, cansado de quedarse atrás, a Pepsi se le ocurrió un golpe maestro de marketing: su famoso "Desafí­o Pepsi", una prueba de sabor ciega que mostraba que, si no sabí­an cuál estaban tomando, más clientes preferí­an el sabor más dulce de Pepsi al de Coca-Cola.

Coca-Cola seguí­a siendo el refresco más vendido del mundo, pero se puso nervioso al ver a Pepsi pisándole los talones.

Los ejecutivos se convencieron de que el sabor de su producto era el problema, por lo que se propusieron desarrollar un nuevo sabor de cola que derrotarí­a a Pepsi en una cata a ciegas.

Eso fue lo que llevó al inexplicable anuncio ese dí­a de 1985. Sorprendentemente, no solo se cambió el sabor sino que la Coca-Cola familiar, original y conocida ya no se producirí­a ni venderí­a.

Los bebedores leales de Coca-Cola se horrorizaron y organizaron ruidosas campañas contra la nueva bebida. Hubo protestas en las calles de ciudades estadounidenses.

La presión fue tal que los ejecutivos de Coca-Cola revisaron su investigación de mercado y se dieron cuenta de que habí­an cometido un error fundamental.

La prueba del gusto ciego no tuvo en cuenta todas las asociaciones de marca y la lealtad con el producto en el mundo real.

A la gente no solo le gustaba la Coca-Cola por su sabor, sino por lo que representaba.

Luego de solo 79 dí­as, Coca-Cola revocó su decisión y anunció que volverí­a a producir la receta original.

El maxi error del MiniEl Mini llegó a ser el auto más vendido de Reino Unido, pero su éxito de ventas disfraza una historia sorprendente.

En la década de 1950, la British Motor Corporation o BMC contrató al legendario diseñador Alec Issigonis pues querí­a fabricar un auto barato que no consumiera mucha gasolina.

Con el Mini, Issigonis condensó la esencia del auto en un vehí­culo que no era extravagante o derrochador, pero sí­ genial.

El diseño rompió el molde: sus dimensiones eran increí­blemente compactas y su motor transversal y tracción delantera permití­a que el 80% del área del piso del automóvil se usara para pasajeros y equipaje.

Después probar el prototipo, el jefe de la BMC, Sir Leonard Lord, señaló que debí­a venderse por 500 libras esterlinas (unos u$s670), para que fuera más barato que su competencia más cercana, el Ford Anglia, que se vendí­a por £610 (u$s800).

Y para convertir al Mini en el auto más deseado no sólo por el precio, el equipo se aseguró de que personalidades como Los Beatles y el actor Peter Sellers fueran los primeros en tenerlos. Otras celebridades empezaron a comprarlos, así­ como más y más gente.

Se convirtió en el auto británico más vendido de la historia, con una producción de 5,3 millones de unidades.

Los jefes de Ford estaban muy preocupados, pero también desconcertados: ¿cómo podí­an vender el auto a un precio tan bajo?

Decidieron desarmarlo para ver cómo lo habí­an hecho.

"Lo desmantelamos por completo incluso hasta el punto de romper y costear todos los componentes", recordó en conversación con la BBC el ex planificador de productos de Ford, Bob Howe.

"Según nuestro análisis, Ford habrí­a incurrido en un costo de £35 por encima del precio de venta".

Al parecer, Sir Leonard no le habí­a prestado atención al tema del costo de producción: hacer cada Mini costaba £535 pero se vendí­a por £500.

Eso es una locura en el mundo empresarial.

En cualquier análisis de compañí­as que fracasan, la razón en aproximadamente 7 de cada 10 casos tiene que ver con precios equivocados.

La historia del Mini revela cuán importantes son los precios correctos si desea convertir un producto exitoso en un negocio exitoso, publicó la BBC.

Con el tiempo, BMC tuvo que comenzar a fabricar versiones más caras del automóvil para generar ganancias.

La producción de Mini finalmente se cerró en el año 2000. Para entonces, su dueño era BMW, que después lanzó su propia versión de Mini pero a precios que iban de £11.000 (u$s14.700) a £24.000 (u$s32.000): la Bayerische Motoren Werke o Fábrica Bávara de Motores no iba a cometer el mismo error.