La historia de Hendy, la marca que vistió a una generación y se fundió con el 1 a 1
Se hizo famosa gracias a dos simpáticos muñequitos azul y rojo que, espalda con espalda, aparecían estampados en cientos de remeras, buzos, tazas y carpetas. Era imposible ser niña en la Argentina de los 80 y no desear algo de Hendy, la marca de Los Carolitos que representó, casi como ninguna, la esencia de la década en la que el país empezaba a levantarse y a recuperaba la ilusión, la libertad y las ganas de reír.
Aunque la memoria colectiva la ubica en los 80, hay que decir que Hendy nació varios años antes como una coqueta marroquinería. Surgida en 1969 en plena Recoleta, empezó vendiendo los accesorios que marcaban el pulso fashionista de la época: chalecos de gamuza con flecos, cinturones de cuero vacuno y zapatitos indios que se importaban de ese país. Era un pequeño local de estilo hippie chic que los hermanos Cordovero, por entonces estudiantes universitarios, decidieron abrir a metros de la casa familiar sin mayores pretensiones que tener una entrada económica para independizarse.
De Henry a Hendy
Ni bien abrieron las puertas del negocio, los jóvenes emprendedores decidieron sumar a su papá Enrique, que estaba atravesando problemas laborales, y acordaron que el local se llamaría Henry (el nombre en inglés), en honor a él y a uno de los hermanos, también llamado Enrique. Parecía perfecto: corto, fácil de recordar y distinguido. Pero al tiempo de empezar a funcionar como Henry, surgió un problema: el nombre ya estaba registrado.
"Un día vino una persona al local, nos mostró unos papeles, y dijo que ya lo tenía él. Nos miramos con mi papá y mi viejo le contesta: ‘No hay problema, le cambiamos una letra. Le ponemos Hendy. Y así quedó el nombre", contó Enrique, uno de los hermanos fundadores, a iProfesional sobre ese pequeño cambio. Sería uno de los muchos que atravesaría la marca hasta convertirse en la referente de moda de las niñas y adolescentes de los ‘80.
El azar hizo que una tarde una periodista de la Revista Para Ti caminara por Rodríguez Peña y Arenales y se detuviera en la vidriera. A su entrenado ojo para descubrir las últimas tendencias le llamó la atención un chaleco con flecos larguísimos hasta las rodillas, que lucía un maniquí. Sintió que estaba ante algo distinto y no dudó en entrar, hablar con los dueños, y enviar un fotógrafo para publicar la foto de esa prenda en el próximo número de la revista, que era la más leída por las mujeres argentinas.
El chaleco que se volvió viral
El efecto fue equivalente a lo que sería hoy una viralización en las redes sociales: empezó a llegar gente en cantidad a la puerta del local pidiendo por aquel chaleco con flecos que habían visto en la revista. "Nos pusimos de moda de la nada –reconoce Enrique, que sigue ligado a la industria textil desde otro lugar-. Siempre nos propusimos innovar, estar a la vanguardia. Por ejemplo, empezamos a vender unos jeans a medida que hacía un amigo nuestro apodado el Francés y que usaban todos lo chetos de Buenos Aires. A partir de ahí nos fuimos haciendo conocidos en serio", recuerda Cordovero.
La fama obligó a dar el salto y a incorporar más metros cuadrados para vender más ropa y accesorios. Además del local original, incorporaron uno más amplio y próximo a la transitada avenida Santa Fe. El local, que más tarde sería que ocuparía el famoso bar irlandés The Shamrock, pronto acaparó la atención de los transeúntes, que se quedaban fascinados frente a la vidriera, que era algo único para la época.
Aunque estaban lejos de manejar los conceptos del marketing, los hermanos Cordovero parecían expertos en las técnicas para atraer clientela: los sábados armaban recitales, convocaban heladeros, magos, mimos y hasta organizaban sorteos con premios importantes como viajes al Club Med. Armaban una verdadera fiesta, y en muchas oportunidades era tanta la gente que se agolpaba que había que cortar la calle.
Otra cosa disruptiva que llamaba la atención era que los hermanos se movían en skate y patines dentro del local. "Atendíamos a la gente así, incluso a los que venían del banco a hablar con nosotros", recuerda Cordovero sobre la aquella época dorada y desfachatada.
La clientela se fascinaba con las propuestas verdaderamente originales inspiradas en los viajes que hacían a Europa y Medio Oriente. Incluso, la marca logró captar a jóvenes talentos del diseño, entre los que se encontraba un muy joven Alan Faena en los comienzos de Via Vai. "Un día vino al local y nos mostró unas remeras muy llamativas que hacía. Era un pibe bien de Avenida Libertador. Nos llamó la atención el diseño y empezamos a venderlas". Pero la vanguardia también se mezclaba con algunas propuestas clásicas como las carteras y los cinturones de Maggio & Rossetto.
Aquellos inolvidables muñequitos
Sin embargo, fue la irrupción de Los Carolitos lo que terminó de ganar el corazón de los consumidores gracias a sus novedosas estampas y diseños. ¿Cómo surgieron aquellos muñequitos de color azul y rojo? De la creatividad de una joven empleada del equipo de diseño llamada Carola González, que los dibujaba en cuadernos, libretas y hojas sueltas. Corría el año 1982, plena Guerra de Malvinas. "Un día los vi y le pregunté: ¿qué es eso? Ella me contestó que era algo que dibujaba para ella desde siempre y yo le dije: ‘Los quiero estampar en una remera’. Y fueron un éxito", cuenta Enrique.
Los Carolitos, llamados así en honor a su creadora, fueron los que terminaron de darle identidad a la marca. Los hermanos supieron apreciar la dimensión de su aporte y la hicieron partícipe de las ganancias de todo lo que se vendía con ellos como estampa. Tiempo después, González se fue a vivir a Europa y les dejó su creación. Con cada vez más protagonismo, la marca se volcó mayormente hacia la moda de niños y adolescentes. En ese rubro competía mano a mano con marcas fuertes como Osh Kosh y John L. Cook. Sin embargo, Hendy lograba diferenciarse gracias a esos adorables muñequitos.
Los años más difíciles
A pesar del rotundo éxito, la marca empezó a experimentar serios problemas en la década del 90, cuando se abrió masivamente la importación a productos extranjeros, más baratos y de mejor calidad. Eso terminó por destruir lo que quedaba de la industria nacional textil, que se había vuelto cara en términos de producción por el 1 a 1.
"Apostamos por lo nacional y nos fue mal", reconoce Codovero, recordando aquellos años oscuros. Los precios de lo que fabricaban eran altos, la empresa cada vez vendía menos y los locales de los shoppings y las principales avenidas empezaron a cerrar, mientras le llovían juicios laborales. La familia vendió todas las propiedades para pagar las deudas y prácticamente se quedó sin nada después de haber amasado una fortuna.
En 2004 Hendy intentó un regreso, pero no tuvo la respuesta esperada y el último local de la calle Thames al 700, en Villa Crespo, cerró definitivamente en 2019. Sin embargo, la marca vive en la memoria emotiva de quienes crecieron en los ‘80. "Hay quienes me todavía escriben y la recuerdan. Muchas clientas me dicen que guardan algún buzo o remera de Hendy en el placard y eso me reconforta. Sin dudas, nos ganamos el corazón de la gente", concluye Cordovero.