La baja incidencia del paro deja en evidencia una grieta sindical y un fortalecimiento de Milei
En la política argentina, tradicionalmente se ha considerado que el éxito o fracaso de un paro general depende de si el gremio transportista adhiere o no. Hay muchas pruebas en la historia reciente, en el sentido de que, por desavenencias internas de los sindicatos, una medida de fuerza puede fracasar si la red de transporte público no se afecta mayormente, porque la imagen que transmite la actividad comercial es de normalidad. Y en el caso de un paro que únicamente involucra al transporte ocurre una situación similar: la vara para juzgar si hubo éxito es que el paro se parezca más a una huelga general que a una simple medida de fuerza sectorial.
Eso fue lo que se habían propuesto el camionero Pablo Moyano, el líder aeronáutico Pablo Biró y los sindicatos izquierdistas de los trenes y el subte. Y la primera impresión que dejó la medida de fuerza es que el objetivo político fracasó. La jornada tuvo un nivel de actividad relativamente normal.
En parte era algo que ya se daba por esperable, dado que el gremio de los colectiveros no adhirió a la medida, con el argumento de que, al encontrarse condicionados por la conciliación obligatoria, no podían ir al paro en esta fecha.
De manera que un paro de transporte en el cual funcionaran los colectivos ya nacía, por definición, como una medida "renga". La prueba de que las cosas no salieron tal cual esperaban los organizadores fue la advertencia que se hizo en la conferencia de prensa post-paro. Allí se explicó que "recién estamos calentando motores" y que esta medida de fuerza debe ser interpretada como una etapa más en una escalada de crecimiento conflictivo.
"El Gobierno no sabe dónde se está metiendo", agregó Biró. La conferencia de prensa para evaluar el acatamiento se realizó temprano, poco después del mediodía, otro síntoma típico de que las cosas no salieron tal como los organizadores esperaban. Y, en las entrelíneas de los comentarios, se dejaba traslucir la decepción con el gremio de los colectiveros, sin cuya adhesión el paro transportista quedó deslucido.
El clima de la CGT tras el paro: entre el diálogo y la presión al Gobierno
En todo caso, lo que quedó en evidencia es que hay diferencias de estrategia y de lectura política dentro del propio movimiento sindical. A diferencia de lo que afirman los líderes del transporte, sobre la preparación de una masiva "marcha federal" y más medidas de presión contra el gobierno, en la cúpula de la CGT se respira otro clima.
No es de extrañar que una de las pocas adhesiones explícitas que tuvo este paro haya venido de parte del sindicato de estatales, y no precisamente de UPCN, que responde a la cúpula de la CGT, sino de la ATE, que funciona en la órbita de la izquierdista CTA. El día anterior, este gremio había protagonizado una protesta con incidentes, en la que se denunció el intento gubernamental de avanzar con los despidos en la nómina estatal.
"No queremos una Argentina de hambre, queremos una argentina de producción, de trabajo, con paz. Para nosotros es muy importante esta confluencia que prepara las condiciones hacia una Marcha Federal que aglutine todas las demandas de todos los sectores", manifestó Hugo "Cachorro" Godoy, uno de los líderes de los estatales que militan en la CTA.
En cambio, el resto del arco sindical tuvo una actitud más distante. Y lo que quedó en evidencia es que, en el contexto político y económico actual, no hay una sino varias agendas sindicales.
Así, mientras los camioneros, los ferroviarios y los aeronáuticos de Biró esgrimen argumentos más bien políticos, poniendo en primer plano el rechazo a los planes de privatización de empresas estatales y a los planes de desregulación de la economía, otros sindicatos mantienen reivindicaciones propias o se centran en la recomposición salarial.
El caso de los colectiveros se diferencia netamente del de Moyano, dado que el gremio UTA están en plena negociación por una mejora en los ingresos, y hasta el mismo momento en que se produjo el paro de camiones, el sindicato de colectiveros seguía negociando, en un intento por evitar el paro previsto para este jueves.
Un efecto decreciente de la protesta contra Javier Milei
En todo caso, lo que se vio el miércoles fue un cuadro bien diferente del de anteriores medidas sindicales en la gestión de Javier Milei. En enero, cuando contrariando los consejos de los políticos peronistas, la CGT convocó a un paro general en plena temporada de vacaciones y además realizó una concentración frente al Congreso, era evidente que toda la clase sindical se sentía amenazada.
El gobierno acababa de anunciar su decreto de necesidad y urgencia donde se cambiaban normativas laborales concernientes a los despidos y se afectaba la financiación de las obras sociales. Además, se preparaba el primer intento de ley bases, que implicaba una reducción del poderío político y financiero de los sindicatos y, para colmo, se incluía la primera versión de la reinstauración del impuesto a las Ganancias.
En aquel momento, el paro fue un éxito. Y los discursos de todos los dirigentes de la CGT estuvieron dirigidos más a los gobernadores y legisladores peronistas que al propio gobierno. Les advertían que no había que darles los votos a las reformas que proponía Milei, bajo riesgo de ser considerados traidores.
También había sido masivo el paro parcial del 9 de mayo, todavía con un Milei debilitado por no haber podido impulsar la ley bases, y en el momento en el que la recesión económica se hacía sentir con mayor magnitud.
En aquel momento, había además conflictos sectoriales, dentro de los cuales el de camioneros fue uno de los más notorios. El motivo era que el ministro Luis Toto Caputo había decidido no homologar las paritarias que convalidaran cifras demasiado encima de lo que el gobierno creía que iba a ser el sendero descendente de la inflación.
Ese conflicto finalmente se destrabó cuando Hugo Moyano acudió a la Casa Rosada y habló con Guillermo Francos. Se resolvió el problema al más puro estilo del peronismo tradicional: en los papeles, el gremio camionero aceptó un aumento menor al previsto, pero eso se compensaba con pagos de suma fija. De forma tal que en términos reales se cobraba lo pretendido, pero se evitaba darle al mercado la señal política de una paritaria a la que Caputo temía por su capacidad de "efecto contagio".
Dos agendas diferentes en la fisura sindical y la posición ante Javier Milei
Hoy, en cambio, la situación es diferente. Con la inflación en descenso y con un índice salarial que desde mayo viene evolucionando por encima del IPC, la cúpula de la CGT está mucho más enfocada en su agenda propia antes que en salir a resistir la política económica.
Y la prueba de ello es que la disposición a dialogar continúa por parte de Héctor Daer y compañía, para fastidio de Pablo Moyano, que defiende la tesis de que hay que cortar todo diálogo y pasarse a una línea de oposición dura.
Para Daer y la cúpula cegetista la preocupación central sigue siendo la reglamentación de la reforma laboral contenida en la ley bases -en particular aspectos referidos a las protestas con bloqueos en plantas, a la forma de implementar los nuevos fondos de cese laboral y a exenciones impositivas para regularizar trabajadores informales.
En cambio, Moyano, Biró y otros sindicalistas más autodefinidos con un rol de opositores a Milei, plantean un rechazo integral a toda la política económica y promueven un estado de conflictividad creciente.
El flojo paro transportista, que originalmente había sido pensado como una demostración de fortaleza sindical contra el "envalentonamiento" de Milei -ahora que el programa económico entra en una etapa de mayor tranquilidad- deja en claro que esa fisura interna del sindicalismo podría estar agravándose.