Un superávit comercial para Luis Caputo, pero con poco festejo: qué pasa con el gas y el campo
La balanza comercial de junio sintetiza los problemas del programa económico de Luis Caputo: se está adelgazando la fuente de ingreso de dólares. Aunque el intercambio comercial sigue registrando superávit, ya resultan inocultables las amenazas que hacen que esa situación pueda revertirse en el corto plazo.
En el lado de las exportaciones, se nota una ralentización en la venta de productos primarios y de las manufacturas de origen agrícola. Y también hubo una caída en la exportación del rubro petrolero, que había sido una de las cartas ganadoras en el arranque del año.
Del otro lado, como se preveía, se notó un acelerado incremento de la importación en el rubro combustibles, por la compra de gas licuado ante la ola de frío polar y la incapacidad de la oferta local para suplir la demanda adicional.
Es cierto que, con los u$s1.911 millones de saldo positivo, se acumulan siete meses consecutivos de superávit comercial, y que con esta proyección hasta se podría superar la expectativa de un resultado de u$s17.966 millones para todo el año, que reflejaron los economistas en la última encuesta REM. Para llegar a ese resultado, alcanza con que en el segundo semestre se obtenga un superávit mensual promedio de u$s974millones, y los resultados que se vienen registrando superan ampliamente esa cifra.
Sin embargo, como ya ocurrió con el tema fiscal, también esta buena noticia de la balanza comercial luce empañada por la sospecha de que los buenos resultados actuales serán difíciles de sostener a futuro.
Así como en el caso fiscal parece difícil un incremento de la recaudación de impuestos que compense por el agotamiento de la "licuación" inflacionaria sobre el gasto, también en el plano del comercio exterior hay una sensación de que tal vez el mejor momento ya haya quedado atrás.
Por otra parte, como ya ocurrió en los meses previos, el superávit de la balanza comercial se logró, sobre todo, sobre la base de un desplome de las importaciones, lo cual no permite avizorar un quiebre en el panorama recesivo.
En junio, la caída de las compras fue de un contundente 35% respecto del año pasado. Y los rubros con mayores caídas son aquellos vinculados a la inversión productiva, como la importación de bienes de capital, bienes intermedios y piezas y accesorios.
En otras palabras, siguen siendo cifras incompatibles con una fase de recuperación económica. Según el consenso entre los economistas, Argentina tiene una regla de "tres a uno", que implica que para que el PBI crezca un punto, se necesita que las importaciones se incrementen en tres puntos, dado que de esa forma se abastecen los insumos de la industria nacional.
Esperando los dólares del campo
El sector agrícola es donde residen las principales dudas para el mediano plazo. Tradicionalmente, junio es parte de la temporada alta de liquidación. Y si bien las ventas este año fueron aceptables, distan mucho de las mejores marcas.
Así, cuando se compara la venta de productos primarios de junio con el mismo mes del año pasado, se nota un gran incremento de 40%. Pero claro, es una comparación que resulta distorsionada por el hecho de que en 2023 se registró la peor sequía del siglo.
En cambio, cuando la comparación se hace tomando en cuenta el 2022, que fue un buen año para el campo, entonces las cosas se ponen en su justo término: las exportaciones de este año están un 13% por debajo. Y las cosas son peores cuando se analiza el rubro de manufacturas de origen agropecuario: hay una caída de 27% con respecto al año 2022.
En parte, este ritmo de exportación agrícola es consecuencia de reveses climáticos que obligaron a recortar las proyecciones originales y que trajeron problemas logísticos. Hubo, además, bajas de los precios en el mercado internacional de commodities -en la comparación interanual, se registró una merma de 13,9%, según detalla el Indec-.
Pero, sobre todo, se está registrando un alto nivel de stock por parte de los productores, que están disgustados con la política cambiaria.
Se estima que en este momento, sólo por el stock de soja, está guardado el equivalente a u$s14.000 millones. En junio, cuando el gobierno ratificó la continuidad del crawling peg al 2% -en un contexto de IPC por encima de 4%-, se intensificó la polémica respecto del atraso cambiario, lo cual se terminó reflejando en la escapada de los tipos de cambio del mercado paralelo.
Ahora, con las nuevas medidas de Caputo para mantener ajustada la base monetaria, se había generado una expectativa en el sentido de que los productores agrícolas podrían acelerar su ritmo de liquidaciones. Al achicar la brecha, se enviaba una señal fuerte al campo, porque la caída del dólar CCL implicaba, además, una disminución del dólar "blend" -que combina 80% al tipo de cambio oficial y 20% al CCL-.
La señal era clara: empieza a ser mal negocio retener la soja en las silobolsas, porque con el correr de los días se obtendrá un precio más bajo. Ergo, conviene liquidar ahora. Ni más ni menos que lo que se buscaron con todos los regímenes de incentivo exportador, como los que implementó el ex ministro Sergio Massa.
Sin embargo, el aluvión de sojadólares brilló por su ausencia, dando lugar a versiones de todo tipo en el mercado, incluyendo la de llamadas desesperadas a los celulares de los ejecutivos de cerealeras y grandes productores. En lo que va de julio, las liquidaciones suman u$s1.645 millones, una cifra que no es mala para esta época, pero que por ahora no permite pensar en que las exportaciones totales dejen más divisas en la caja del Banco Central.
El gas, en rojo: la vuelta al déficit energético
En la vereda de las importaciones, las cifras de junio reflejaron lo que se preveía: una reversión en el superávit del rubro energía. Por primera vez en el año, esta categoría dejó cifras en rojo, por u$s132 millones.
Es, básicamente, un fenómeno estacional. Por las bajas temperaturas, cayeron las ventas de petróleo y crecieron las compras de gas. Con u$s761 millones, el rubro de combustibles representa un 16,3% del total de las importaciones, es un salto de más del doble en comparación con el mes anterior. Aunque, si se compara contra el 2022, uno de los años más críticos en cuanto a dependencia de importaciones energéticas, la situación no luce tan mal: en aquel momento, la compra de gas significaba un 23% del total de lo gastado en importación.
A fines de mayo, la empresa estatal Cammesa hizo llamado internacional de oferentes para comprar 12 cargamentos de fuel oil y gasoil, que le permitieran completar el volumen de combustible necesario para la llegada del invierno. Por causa de la ola de frío -un promedio de seis grados por debajo de la temperatura de hace un año, en las zonas de mayor población-, el consumo se incrementó por encima de lo que habían previsto los funcionarios del área energética para este momento del año.
Hubo, además, una complicación adicional: las inundaciones en el sur de Brasil, que complicaron el plan original de contar con provisión de energía eléctrica desde el país vecino, lo cual obligará a depender más de la cuenta de los combustibles líquidos. Hablando en números, las nuevas importaciones serán por 200.000 toneladas de fuel oil y 350.000 metros cúbicos de gasoil.
Se estima que el costo de estas importaciones fuera de las previsiones originales implicará un mínimo de u$s500 millones.
Es un tema imprevisto, porque las proyecciones de comienzos de año denotaban optimismo sobre un robusto superávit de u$s4.000 millones en la balanza energética, rompiendo una saga de años con déficit.
Sin embargo, estas proyecciones quedaron ahora en una zona de duda: la imprevista ola de frío en mayo hizo que incrementara drásticamente la demanda de gas en el mercado doméstico, lo cual derivó en problemas de abastecimiento, ante el retraso en las obras de plantas regasificadoras que permitieran inyectar un mayor volumen en la red de gasoductos.
Este hecho derivó en una polémica política, dado que desde el kirchnerismo se acusó al gobierno de haber generado el problema como consecuencia de su obsesión con el superávit fiscal, que llevó a un congelamiento en el gasto de obras de infraestructura.
El gobierno dio a entender que el problema con la importación de gas será de corta duración y que sólo obedece a un pico estacional de elevada demanda de gas, pero lo cierto es que el invierno recién acaba de empezar, y todavía no está claro qué tan grave podría ser el impacto de la situación energética sobre las reservas del BCRA.