¿El campo venderá los u$s5.000 millones que espera Caputo?: la brecha cambiaria, el gran factor clave
Gran parte de la suerte del Plan Caputo depende de un único factor: que los exportadores, y más específicamente los productores de soja, trigo y maíz, se tienten con el nuevo dólar a $840 y se decidan a vender rápidamente sus existencias. En los cálculos del gobierno, esto le podría dejar más de u$s5.000 millones, lo cual le daría oxígeno para atravesar el siempre difícil período veraniego hasta llegar sin tensiones cambiarias hasta abril, cuando empieza el ingreso fuerte de dólares de la cosecha gruesa.
Cuando se filtró el objetivo del Gobierno, hubo muchos en el mercado que pusieron cara de incredulidad, y no sin razón. Después de todo, la soja guardada en silobolsas es ahora la mitad de lo que había hace un año, cuando Sergio Massa puso en práctica su segunda edición del "dólar soja". Y las lluvias no llegaron a tiempo para mejorar la cosecha de trigo, que terminó con un volumen un 20% menor al proyectado.
Y, sobre todo, no se terminó de despejar la sospecha de que el dólar de $840 que rige desde los anuncios de Luis Caputo tiene altísimas probabilidades de quedar muy atrasado en términos reales, dada la inflación de 50% acumulado que se proyecta para el bimestre diciembre-enero, con lo cual está la expectativa de un segundo escalón devaluatorio antes de que termine el verano.
El último verano, el esquema de incentivo de la soja dejó u$s3.100 millones en las arcas del Banco Central. Pero en el arranque de ese mes todavía había 11 millones de toneladas para vender, contra los 4,5 millones que hay ahora.
Y, ya terminado el incentivo sojero, la exportación agrícola, en medio de un desplome del volumen de trigo, apenas dejó u$s1.300 millones en el acumulado enero-febrero. Es decir, fue uno de los peores veranos en cuanto a aporte de divisas del campo: en 2022, cuando se había dado la conjunción de una buena cosecha y precios altos, el ingreso había sido de u$s7.650 millones.
Sentimientos contradictorios en el campo
En principio, todo indica que hay más motivos para pensar que el próximo verano se parecerá más al pobre de 2023 que al opulento de 2022. Ocurre que no sólo hay un volumen disponible, que en términos históricos sigue siendo bajo, sino que, además, hay irritación en el campo por los efectos negativos del plan Caputo. Uno de ellos es la aplicación del impuesto PAIS a las importaciones, lo cual encarecería los insumos. Es un punto todavía en revisión, pero que ya llevó a que los productores se pusieran a sacar cuentas para ver si el nuevo tipo de cambio realmente resulta tentador.
El otro punto es que, para los productores que trabajan sobre un campo arrendado, el costo se mide en precios de quintales de soja. Un informe al respecto del consultor Salvador Di Stefano indica que, con una renta 17 quintales por hectárea, las cuentas dan negativas: cuando al nuevo dólar de Caputo se le contrapone el encarecimiento de los costos de importación, de los de cosecha y el alquiler, se termina en una pérdida de u$s66 por tonelada.
"Nunca un gobierno ha sido tan oportuno a la hora de subir las retenciones", ironiza Di Stefano, quien enfatiza que el verdadero incentivo para los productores no reside en la cuestión cambiaria sino en el alivio impositivo. "La devaluación no mejora el negocio, solo produce licuación de pasivos a los que trabajan con deuda", apunta.
Sin embargo, Caputo está convencido de que no sólo mejorará el nivel de ingreso sino que lo hará en un volumen lo suficientemente alto como para poder defender el valor del dólar y, encima, reforzar las reservas del Banco Central, aun cuando deba cancelar pagos al Fondo Monetario Internacional por u$s4.360 millones antes de abril.
Su razonamiento es simple: la inflación le juega a favor. Como ya avisó que el crawling peg será de apenas 2% mensual en un contexto de precios que corren a más del 20%, los productores saben que cuanto más demoren en vender su mercadería, peor será el tipo de cambio real que reciban.
Una estimación del economista Amílcar Collante indica que, suponiendo una inflación de 28% en diciembre y una inflación acumulada de 52% en enero-febrero, el tipo de cambio real habrá descendido al equivalente actual de $469.
Habrá productores con menores urgencias financieras que estén dispuestos a esperar con los silobolsas llenos, convencidos sobre la inexorabilidad de una nueva devaluación. Pero otros que necesiten hacerse de dinero para solventar los costos de la nueva campaña verán una oportunidad. Y, por otra parte, nadie asegura que en una futura devaluación no haya un empeoramiento de las condiciones comerciales o tributarias, que terminen licuando la ventaja cambiaria.
De hecho, hay analistas que consideran que el objetivo oficial podría cumplirse. Como Salvador Vitelli, de Romano Group, que afirma: "La ventana de oportunidad está dada, no veo demasiada resistencia a vender. No me parece tan descabellado pensar en que logre u$s4.000 millones de manera global, es decir, incluyendo todos los productos".
Su visión es que las empresas cerealeras tendrán buena disposición a acordar con el gobierno, aunque no está tan claro cuál será la actitud de los productores. Y agrega una diferencia importante entre la mercadería con precio ya acordado en dólares -donde se nota fuerte el impacto positivo de la devaluación, y será liquidada en corto plazo- y la mercadería disponible, donde el impacto de la mejora cambiaria es menor, porque la comparación se hace contra el régimen de incentivo "blend" que aplicaba Massa y que aseguraba $650 por dólar.
Para Marianela de Emilio, investigadora y docente de la firma Agroeducación, el desafío del nuevo gobierno será vencer la tradicional actitud conservadora de los productores, para quienes el ahorro en mercadería es la mejor estrategia financiera, sobre todo en momentos de alto nivel de endeudamiento, como el actual.
"El grano que queda es para cumplir obligaciones, pagar costos de labores, para vivir y por cualquier imprevisto, y hay muchos que tienen un volumen mínimo guardado, que lo van a reservar por cualquier eventualidad en un país en que nadie tiene certeza de que las cosas ocurran como realmente deseamos", apunta De Emilio, quien considera que la meta de exportación que se puso el gobierno luce demasiada ambiciosa, sobre todo si se confirma que el trigo y el maíz sufrirían un incremento de 3% en el nivel de retenciones.
Un potencial de u$s8.400 millones en el campo
El optimismo de Caputo, sin embargo, tiene también sus argumentos. Uno es que los productores ya dieron muestras de que, cuando les ofrecen una ventana de oportunidad -como fueron los esquemas de incentivos de Massa-, en general han respondido con altos volúmenes de ventas. Y esta nueva ventana es una oportunidad intensa y breve, porque la inflación hace que su atractivo sea decreciente.
El otro argumento es que, aun con las dificultades climáticas y el escaso remanente de la campaña anterior, el volumen potencial total es relativamente elevado: unos u$s8.400 millones, según se estima en el sector agrícola.
El detalle es el siguiente:
Soja: quedan 4,5 millones de tonelada sin comercializar, pero a eso se debe sumar 2,8 millones ya comercializadas pero sin precio, es decir aún no liquidado. Esto lleva a que, a los efectos del ingreso potencial de divisas, el principal producto de exportación argentino podría aportar 7,3 millones de toneladas.
Maíz: al igual que ocurre con la soja, tiene casi 6 millones de toneladas aún sin comercializar y 3,5 millones de toneladas ya vendidos y con precio a fijar. Un total aproximado de 9 millones.
Trigo: es el cultivo que más suele aportar en el verano, y lejos del pronóstico inicial de 18 millones de toneladas, la campaña podría dejar, en el mejor de los casos, unas 14,5 millones de toneladas. A esa cifra hay que restarle la cantidad de producto ya vendida y con precio, lo cual deja un potencial de exportación de 12,2 millones de toneladas.
En el caso de que toda esa producción se exportara, a los precios de hoy, sumaría u$s8.400 millones. Es decir que el objetivo de Caputo implicaría que se vendiera aproximadamente un 60% del potencial del campo. Las opiniones en el campo están divididas respecto de cuán realista es esa expectativa.
Brecha cambiaria en caída: la carta ganadora de Caputo
Pero si hay algo en lo que Caputo confía para que el campo puede finalmente optar por exportar una cifra importante es en la reducción de la brecha cambiaria. El hecho de que el dólar paralelo se esté manteniendo contenido frente al tipo de cambio oficial es la clave de su plan.
En la medida en que esa diferencia se mantenga dentro de los parámetros actuales, eso le permitirá al productor obtener un precio más cercano al del mercado internacional que el que estaba recibiendo hasta ahora.
Esto ocurre porque, en una economía con cepo, el productor entrega los dólares al Banco Central, que le paga al tipo de cambio oficial y le resta el monto de las retenciones, y luego el productor, con los pesos en la mano, tiene que ir al mercado paralelo para cambiarlos al valor del "contado con liquidación".
En los momentos en que la brecha cambiaria rondaba el 100%, eso llevaba a que, en el caso de la soja, apenas se pudiera capturar un 30% del precio que se veía en las pantallas de Chicago. Los esquemas de incentivos de Massa hacían que ese porcentaje subiera temporariamente a 50%.
Por caso, aplicando el precio actual de la soja de u$s494 por tonelada, con el dólar de comienzos de octubre, y sin esquema de incentivos, el productor obtendría $172.900 -con un tipo de cambio oficial de $350-, lo cual se reducía a $115.843 una vez descontado el 33% de retenciones. Esa suma, convertida nuevamente en dólares en el "contado con liqui" -que cotizaba a $829- se convertía en u$s139. Es decir, apenas un 28% del precio internacional.
Con el esquema "blend" que rigió en el último tramo de la gestión Massa, la cuenta mejoraba. Descontados las retenciones, el precio del productor era de u$s330, de los cuales la mitad se cotizaba al contado con liqui, mientras que la otra, transformada al precio oficial, quedaba reducida a u$s68. En el total, daba u$s233, un 47% del precio de Chicago.
Ahora, con el "dólar Caputo", un 80% del valor va por el oficial de $800 y el otro 20% a los $1.000 del "contado con liqui". La primera parte da u$s211 y la otra u$s66, con lo que el productor termina recibiendo u$s277, lo que significa un 56% de la cotización de la soja en el mercado internacional.
Ahí reside la apuesta del ministro. Mientras logre que la brecha cambiaria esté contenida, la inflación no es un obstáculo insalvable. El productor que haga las cuentas verá que quedarse con el 56% del precio internacional es algo que no le había ocurrido en ningún momento durante los últimos cuatro años.