Yuanes versus dólares: Massa apuesta a riesgoso equilibrio en la "guerra fría de prestamistas"
Algo que hasta hace poco se consideraba imposible, como que Argentina llegara a la fecha de las PASO sin que se haya aprobado un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, aparece ahora como una posibilidad cierta. E, imprevistamente, esto puede empujar al país a jugar un rol importante en la guerra fría entre Estados Unidos y China.
En los últimos días se intensificó la versión de que el Gobierno podría acudir otra vez a los yuanes para saldar las cuotas del exigente calendario de pagos con el FMI. Ya lo hizo en forma parcial, cuando a fines de junio echó mano al equivalente a u$s1.000 millones, usando los yuanes provenientes del swap que Sergio Massa acababa de renegociar un mes antes.
Y ahora, ante la dilación de las negociaciones y las desavenencias respecto del plan económico -especialmente sobre la corrección devaluatoria que exige el FMI-, el Gobierno está empezado a imaginar un escenario en el que no haya acuerdo hasta después de las elecciones.
Todavía no está claro si realmente Massa cree que la "solución china" sea una posibilidad real o si se trata de una estrategia negociadora para ablandar la posición del Fondo. Lo cierto es que el trato con China le dio la posibilidad de usar hasta u$s10.000 millones en yuanes.
En el vértigo en que se encuentra la economía argentina -con luces amarillas que se prenden para advertir sobre otra escapada del dólar y su inevitable correlato inflacionario-, la posibilidad de usar yuanes para saldar los próximos pagos, empezando por el de u$s2.600 millones que se reprogramó para fin de mes, puede ser visto como un alivio. Supondría el alejamiento de las turbulencias cambiarias a corto plazo, algo que el Gobierno valora particularmente, dado el contexto de campaña electoral y el convencimiento de que nunca un candidato oficialista puede ganar después de una devaluación.
Pero lo que no aparece tan claro a primera vista es cuáles pueden ser los costos a largo plazo de un "salvataje" financiero que le genere a Argentina mayores obligaciones -financieras y políticas- con China.
Yuanes para Argentina: ¿hay costos ocultos?
Están, para empezar los costos financieros. El hecho de usar los yuanes de las reservas para realizar pagos -ya sean para saldar importaciones como para cancelar préstamos con el FMI- tiene en la práctica una misma consecuencia: el swap se transforma en un crédito.
Y ahí es donde empieza el problema. Muchos economistas de la oposición, críticos de los tratos con China, se quejan de la opacidad de esos convenios, e insinúan que la tasa de interés a pagar por los salvatajes podría llegar al 7%, a pagar en plazos más cortos que los del FMI.
Aunque típicamente la tasa del FMI era la más barata disponible en el mercado de capitales y rondaba el 2% anual, lo cierto es que para el caso argentina los números no marcan tanta diferencia con lo que China suele cobrar a sus deudores. Dado que el componente variable de esa tasa -la fluctuación de los DEG- se ha encarecido, y además se agrega un sobrecargo de tres puntos, ha subido el costo financiero para el país.
Pero lo cierto es que, más allá del debate sobre la conveniencia económica de cambiar de acreedor, hay un trasfondo político que recién empieza a emerger en el debate. Por lo pronto, Luciano Laspina, uno de los probables "ministeriables" de Patricia Bullrich, adelantó que pondrá en revisión todos los acuerdos con China.
"No hay ninguna información pública de lo que se está negociando para contraprestación. No hay información ni siquiera sobre cuál es la tasa de interés que se está pagando por los 5.000 millones de dólares que se van a usar de deuda con China", dijo Laspina, quien considera que el programa económico de Massa cambió la dependencia del FMI por el "respirador artificial" chino.
Y recordó que el primer trato con China -el swap de monedas de 2014 que permitió reforzar las reservas hacia el final de la gestión de Cristina Kirchner- implicó "la entrega de una base de observación espacial en la Patagonia para poder llegar al final del mandato, de modo tal que no quiero imaginar lo que estaremos entregando ahora".
Lo cierto es que sobran pistas respecto de la competencia entre Estados Unidos y China respecto del posicionamiento argentino. En su momento causó revuelo político la advertencia que había hecho la general Laura Richardson ante el Atlantic Council, respecto de por qué el gobierno estadounidense no debería desestimar la importancia geopolítica latinoamericana: la militar destacó particularmente el "triángulo del litio" entre Argentina, Chile y Bolivia, donde se concentra el 60% de ese recurso.
Coincidentemente, China sigue dando pasos en sus inversiones en los yacimientos de litio argentino. Se acaba de conocer que la empresa china Zijin Mining Group Co. está en conversaciones avanzadas para construir una planta en Argentina que convertirá algunas de las enormes reservas de litio del país en cátodos para la fabricación de baterías de vehículos eléctricos.
El nuevo competidor del FMI
Las suspicacias respecto de cuáles pueden ser los intereses estratégicos del gobierno de Xi Jinping detrás de su actitud solícita para ayudar al país ante una emergencia financiera no son, por cierto, una situación exclusiva de Argentina. Más bien al contrario, se trata de un tema que ganó centralidad en el debate geopolítico mundial.
Sin ir más lejos, en la reunión del G20 celebrada en Bengaluru, India, en febrero pasado, la secretaria del Tesoro estadounidense -y ex presidenta de la Fed- Janet Yellen, puso el tema sobre la mesa. Se quejó de la política china de forzar a países de bajo ingreso a caer en crisis por tomar crédito para obras de infraestructura.
No por casualidad, hizo ese planteo justo después de haber visitado Zambia, que acababa de caer en default por u$s6.600 millones con bancos chinos, una situación que había llevado a su economía a una severa crisis, incluyendo el corte de subsidios y programas de asistencia social.
Sergio Massa estaba presente en ese debate. Visto con ojos argentinos, puede tratarse de algo difícil de asimilar, porque lo que Estados Unidos y otras potencias occidentales le cuestionan a China es lo que tradicionalmente se ha criticado en América latina sobre el FMI. Es decir, la falta de sensibilidad para condonar o aliviar deudas en países con crisis sociales, y la tendencia a fijar condiciones que disminuyen el margen de decisión de los gobiernos en los países deudores.
La preocupación puede verse en el cúmulo de informes recientes, tanto oficiales como de consultoras y universidades, respecto de cómo China se ha convertido en un competidor del propio FMI y del Banco Mundial a la hora de prestar dinero. En algunos casos -como se vio en Argentina- mediante los swaps de moneda del Banco Central chino, cuando la contraparte necesita reforzar reservas; mientras que otros casos ponen el foco en las obras de infraestructura, para lo cual se realizan inversiones directas, financiadas por otros bancos chinos.
La queja de occidente va desde la opacidad de los tratos -muchos de estos préstamos mantienen el secreto sobre el monto prestado, la tasa de interés y las condiciones del pago y eventuales punitorios- hasta de cómo el gobierno chino recurre a esta estrategia como parte de una política de expansión de su influencia geopolítica.
Para ponerlo en números, China prestó en los últimos años unos u$s240.000 millones para líneas de rescate financiero, según estimaciones de economistas estadounidenses de la organización Aid Data, reportadas por el New York Times. Sólo en 2021, cuando la pandemia intensificó la necesidad de ayuda financiera, China otorgó créditos por u$s40.500, mientras el FMI lo hizo por u$s68.600 millones.
La velocidad a la que el gobierno chino se está involucrando en el rol de prestamista internacional queda en claro si se considera que hace una década el monto anual de préstamos era la cuarta parte del actual.
Acusaciones cruzadas
En muchos casos, los tomadores de préstamos son países endeudados con el propio FMI. El caso más notorio fue el de Pakistan, que acaba de renegociar un acuerdo, que implicó un desembolso del organismo por u$s3.000 millones.
La negociación fue dura, y según comentó Héctor Torres, ex representante argentino ante el Fondo, podría ser "un espejo en el que mirarnos", dadas las similitudes que ambos países tienen ante los ojos de Kristalina Georgieva y el directorio del FMI: ambos tienen crisis de reservas, cepo cambiario, alto nivel de subsidios energéticos, y hasta elecciones en la misma fecha, en la que los oficialismos llevan las de perder.
El FMI recién accedió a la renegociación cuando el gobierno pakistaní se comprometió a una serie de reformas, que incluyeron un duro ajuste fiscal, una suba de tasas de interés y el desarme de las regulaciones cambiarias. En el interín, el gobierno pakistaní acudió a la ayuda de China para pagar vencimientos por u$s2.300 millones –"nos salvó del default", reconoció públicamente el primer ministro Shehbaz Sharif-.
Esta situación deja al descubierto cierto costado irónico del debate: las potencias occidentales y China se acusan de lo mismo. Mientras China alega haber ayudado a países que tambaleaban por la falta de sensibilidad del FMI, los gobiernos europeos y de Estados Unidos denuncian que China tiene un trato duro con las naciones que adhieren a la iniciativa de la "Nueva Ruta de la Seda" a las que financia obras de infraestructura -en África, particularmente- a las que aplica condiciones draconianas cuando caen en default.
De hecho, uno de los reclamos que se le hacen a China es que condone deudas de los países más complicados. Según un reporte de la agencia AP, el ministerio de Relaciones Exteriores de China contestó el argumento de sus rivales. Afirmó que si debe acceder a las exigencias del FMI y del Banco Mundial de condonar una parte de sus préstamos, también deben hacerlo esos prestamistas multilaterales, a los que considera apoderados de Estados Unidos.
Plantea que el FMI debe sumarse al criterio de "acción conjunta, carga justa y que hagan mayores contribuciones para ayudar a los países en desarrollo a superar las dificultades". El canciller chino, Qin Gang, dijo en una reunión de ministros del G20 que su país había hecho más suspensiones de pago de deudores que cualquiera de los otros gobiernos que forman parte de esa organización.
En todo caso, lo que queda en evidencia es que China está apostando fuerte a ser un prestamista alternativo del FMI, y que esa actitud está cambiando sustancialmente el panorama financiero.
Lo que no está claro es si, para Argentina, prestarse a hacer equilibrio en el medio de esa nueva guerra fría podrá ser una ventaja o si los costos en términos de soberanía sobre sus recursos podrán superar la ayuda financiera de corto plazo.