La corrida se trasladó a las góndolas: guerra total por los precios y el abastecimiento
En materia inflacionaria, el comienzo de mayo fue el peor en lo que va del año. Las consultoras que suelen monitorear la evolución de los precios sugieren que el IPC de este mes superaría el récord de abril, que alcanzó al 8,4%.
Las últimas medidas del Gobierno, conocidas el último fin de semana, no atacan directamente a la dinámica inflacionaria. Más bien, el paquete intenta ponerle un límite al recalentamiento cambiario, algo que no está claro que vaya a tener éxito.
El dólar blue terminó ayer en $488 y ya acumula una suba de $14 en las primeras dos jornadas hábiles de la semana.
La buena noticia es que el Banco Central lleva ocho ruedas consecutivas comprando dólares, aunque bien por debajo del rendimiento esperado para el "soja 3". En ese lapso, sumó compras por apenas u$s225 millones.
Con una brecha cambiaria que amaga a ensancharse de nuevo y una inflación con riesgo de espiralización, las empresas y también los consumidores tratan de cubrirse ante los posibles escenarios disruptivos. Cada uno en su propia gama de posibilidades, pero absolutamente todos operando a la defensiva por si, efectivamente, lo que viene en materia económica es peor.
Piedra libre detrás de las góndolas
Con una inflación cercana al 9% mensual, y con el rubro alimentos un par de puntos por arriba, el stockeo se convirtió en una apuesta segura. Incluso más rentable que los plazos fijos, aun con el último ajuste de las tasas de interés.
Algunas empresas líderes ya mandan listas de precios dos veces por mes. Incluso hay casos de tres listas, todas con aumentos. Sucedió en el rubro de los lácteos y también en algunas galletitas.
Productos típicos de la canasta básica, como arroz y yerba, muestran incrementos cercanos al 30% mensual. Una de las principales alimenticias del país decidió suspender las ventas de arroz en las últimas horas. Ese producto es uno de los más impactados por la sequía, y su producción cayó un 30%.
Los lácteos también se volvieron un rubro problemático, con fuertes alzas en los precios y desabastecimiento en distintos artículos. También por efecto de la sequía, algunas de las grandes empresas decidieron volcarse a fabricar los productos que dan mayor rentabilidad en desmedro de las leches fluidas.
Las coberturas empresarias no terminan ahí. Se trata de una oleada con distintos vértices, cada una de acuerdo al tamaño de la compañía y al sector donde pertenece.
Las coberturas de las empresas
En una especie de tironeo -todos contra todos-, las empresas tratan de preservar su capital. Ese es su principal objetivo en un escenario de gran incertidumbre como el actual.
Todos los integrantes de la cadena del consumo -producción, distribución, comercios y consumidores- van detrás del stockeo de mercadería. Desde las empresas fabricantes, que adelantan pedidos de materias prima hasta los supermercados y mayoristas, e incluso las familias que disponen de espacio en sus hogares, priorizan las compras antes de que una nueva lista de precio encarece el producto.
Cada integrante de esta cadena, a su vez, responde de acuerdo a sus propias necesidades. Si prioriza contar con dinero ante alguna circunstancia o si, a su vez, logra un descuento o un buen precio cuando se da vuelta y adelanta los pesos a su proveedor.
En este contexto, además, se han acortado los plazos financieros. También se achicaron las promociones, tanto para los clientes minoristas como para las empresas proveedoras y los propios grandes supermercados.
Los plazos de pago se achicaron en forma notable. Dependiendo de los productos -y ni hablar de los importados-, los pagos se realizan a cortísimo plazo. Una empresa que hasta antes de la aceleración inflacionaria disponía de 45 días para pagar, ahora les requieren no más de siete.
Si no puede (o el ejecutivo no acepta la condición), entonces la mercadería se va para otro destino. O se queda en el galpón de la empresa fabricante a la espera de un nuevo llamado.
Fin de las promociones
En estas circunstancias, las empresas medianas y más chicas trabajan con la consigna de "cuidar al cliente", aun cuando financieramente no sea lo más conveniente. Aunque el empresario siempre prioriza no descapitalizarse, también reconoce que necesitará del cliente cuando se acaben las turbulencias y la economía vuelva a cierta normalidad.
Distinto es el caso de las cadenas de supermercados, con quienes los fabricantes mantienen una fuerte disputa.
Las industrias quitaron beneficios a los súper, los que, a su vez, también achicaron al mínimo las acciones comerciales. Salvo en los productos de mayor rentabilidad -o bien en aquéllos que quieren sacarse el stock ante un vencimiento cercano-, las grandes cadenas redujeron notablemente las promociones para sus clientes.
El Gobierno, en este contexto, se focalizó en asegurar el abastecimiento. Los funcionarios de Massa creen que si a la escalada inflacionaria se añade el faltante de mercadería básica, el malhumor de los consumidores se exacerbaría.
Razón no les falta. Eso no quita que pueda al menos insinuarse una política antiinflacionaria, que por ahora no está por ninguna parte.