La estabilización al estilo Massa tiene costoso lado B: las señales de recesión se multiplican
Ya no se discute si la economía argentina se está enfriando: los indicadores demuestran que es así, como se terminó de confirmar con el último dato del EMAE. Más bien, lo que ahora se discute es si el actual freno en la producción corre riesgo de convertirse en un "frenazo", y son muchos los economistas y empresarios que temen el peor de los escenarios.
Lo más llamativo de la situación es que, si bien hay factores externos que complican -como una economía global más fría o los problemas climáticos en el campo-, el motivo principal que lleva al temor de una recesión es el propio plan económico del ministro Sergio Massa.
De hecho, lo que están percibiendo los analistas es que el freno a la actividad no es más que un efecto colateral del plan de estabilización que impuso el ministro. Y señalan que todos los datos que a primera vista son positivos tienen un costo oculto:
- Uno de los más evidentes es el intento por recomponer el superávit comercial. Después de tres meses consecutivos de déficit, Massa logró quebrar la tendencia, pero lo hizo por la vía de una drástica reducción de las importaciones, algo que ya está afectando a la industria que no puede conseguir insumos.
- También se recuperó una relativa calma en el plano cambiario, pero se evidenció que la forma en la que se lo logró -el "dólar soja", principalmente- tuvo, como daño colateral, una expansión monetaria por unos $400.000 millones, con su consiguiente efecto inflacionario.
- Los números fiscales mostraron una mejora, y de hecho en octubre se registró una reducción del déficit, con lo cual se podrá cumplir el tope de 2,5% comprometido con el FMI. Pero los analistas advierten que se está desacelerando la inversión pública, algo que ya está afectando a sectores como la construcción.
- El Gobierno mantiene su acceso al crédito para financiar el gasto público, pero cada vez le resulta más difícil y más caro renovar la deuda, como se evidenció en la última licitación de bonos del Tesoro, y ello lleva a que se encarezcan los préstamos, en detrimento de las empresas. Según la estimación de la Fundación Mediterránea, el stock de crédito en pesos es hoy un 25% menos que el de 2019, en términos reales.
- Se logró moderar las fluctuaciones en la cotización de los títulos públicos, pero para ello se debió recurrir a las intervenciones del Banco Central para sostener las cotizaciones de los bonos también implicaron una expansión monetaria -más precisamente, por otros $250.000 millones, según la estimación de Delphos Investments. Y esto tiene su correlato inflacionario, justo cuando el consumo registra su peor caída del año con un 11%, según el relevamiento de Focus Market.
- Se está consiguiendo una mejora marginal en la competitividad exportadora, pero la herramienta elegida es la aceleración de la tasa devaluatoria, que en octubre, por primera vez en el año, fue más alta que la inflación -6,5% a 6,3%- y hay una generalizada desconfianza sobre cuánto tiempo más se podrá sostener esa política sin que genere un contagio a los precios.
Una caída inevitable de la economía
Con esa lista de "buenas noticias" que en realidad esconden un alto costo en distorsiones o en efectos recesivos, predomina un marcado escepticismo sobre el nivel de actividad. Por caso, un informe de la gestora de fondos Mega QM, pronostica que, aunque el 2022 pueda cerrar con un crecimiento del PBI por encima del 5,5%, no dejará casi nada de "efecto arrastre" para el año próximo.
"Esto es así porque el crecimiento se concentró en la primera parte del año y en los últimos meses el dinamismo está siendo claramente menor. Para 2023, en que las expectativas son niveles de inflación que se mantienen altos, el gasto público cayendo en términos reales para cumplir las metas fiscales y la incertidumbre electoral que puede ralentizar las inversiones, el crecimiento estaría claramente por debajo", argumenta Mega QM, que ve para el año próximo un crecimiento menor a 1%.
Por su parte, la fundación FIEL se muestra aun más escéptica. En un editorial de su director, Juan Luis Bour, ya prevé que en 2023 el PBI registrará una caída, que podrá incrementar su profundidad en caso de que el Gobierno no logre transmitir credibilidad y el mercado perciba riesgo de canjes compulsivos de la deuda en pesos.
"La mayoría de los sectores de servicios empiezan a notar la carencia de ‘combustible’ asociada a la aceleración de la inflación, el freno gradual en el crecimiento del gasto público, la caída de los salarios reales, el incipiente freno monetario y el aumento de la incertidumbre", apunta Bour.
En su última medición, FIEL registró una caída de 0,3% en la actividad industrial respecto del mes anterior. Mientras que el estudio Ferreres midió un retroceso de 0,9%, lo que implica que, en su serie, el nivel de producción de la industria se encuentra en su momento más bajo del año.
En cuanto a los indicadores que predicen la actividad para los próximos meses, todos coinciden en que se viene un freno. El "índice líder" de la Universidad Di Tella -que sintetiza las variaciones de 10 indicadores de actividad en varias actividades, desde el agro hasta la venta de autos-, cayó por séptima vez consecutiva. Y la predicción es que la economía tiene un 79% de probabilidades de entrar en recesión en los próximos seis meses.
Otro índice, el de precios de activos productivos, elaborado por el IAE de la Universidad Austral, bajo la supervisión del economista Juan José Llach, anticipa cómo será la evolución de la inversión bruta interna, uno de los componentes fundamentales del PBI. Viene registrando dos trimestres consecutivos de contracción, el último con una caída de 12% interanual.
El otro dato muy difundido en los últimos días a causa de la sequía es el de la Bolsa de Rosario, que no deja de corregir a la baja las previsiones para la próxima campaña agropecuaria. El dato más impactante es el de la producción de trigo, prevista en apenas 11,8 millones de toneladas, la mitad de lo cosechado el año pasado.
Y, finalmente, las encuestas entre los propios empresarios dan también una pauta de las dificultades que se vienen. Es elocuente el que realizó la organización Construya, entre profesionales ligados a la construcción y los desarrollos inmobiliarios: en Buenos Aires, un 44% prevé que su actividad caerá el año próximo, mientras que un 39% aspira a que se mantenga en los niveles actuales. Entre los motivos del pesimismo figura la retracción de la obra pública, a la que sólo un 9% de los empresarios del sector ve como un factor dinamizador.
Ya la cámara sectorial se lo había planteado al Gobierno, al señalar la aparición de señales preocupantes, como el incumplimiento de plazos de pago contractuales o las distorsiones en los regímenes de redeterminación de precios, que no siguen el ritmo de la suba de los costos.
Dólares escasos, industria que frena
Un denominador común en los sectores que acusan una ralentización es la escasez de dólares. La industria ya viene advirtiendo desde hace tiempo sobre este tema.
"Lo que queremos es que no se pare ni una fábrica" había dicho el presidente de la Unión Industrial Argentina, Daniel Funes de Rioja, cuando se reunió con el secretario de Comercio, Matías Tombolini, para reclamar que se liberen más dólares para importar insumos y que la industria no termine siendo una "variable de ajuste" de un plan estabilizador.Sin embargo, con el paso de las semanas los temores de los industriales no sólo no se alejaron, sino que empiezan a confirmarse: ya hay suspensiones de turnos en varias fábricas industriales que dependen de insumos importados.
En particular se ha visto esta situación en la industria automotriz, con las plantas cordobesas de Fiat, Renault y Nissan, que han debido parar turnos no por falta demanda -por el contrario, gracias al impulso exportador se aproxima al medio millón de autos producidos, una marca que no se registra desde el año 2015- sino por falta de dólares para importar.
Pero el sector automotor no es el único en sufrir por este tema. Las industrias textil y del calzado también tienen el mismo problema, al punto que los sindicatos advirtieron sobre el riesgo de afectación de más de 500 puestos de trabajo por las trabas que el Gobierno pone para el ingreso de la materia prima.
Lo peor de todo es que nadie cree que esta situación sea temporaria sino que, por el contrario, tenderá a agravarse en la medida que la escasez de divisas se agudice. Un informe de la consultora LCG proyecta que, después de la caída de 8% registrado en septiembre, las importaciones seguirán restringidas, de forma tal que el año termine con un superávit comercial de u$s6.400 millones. Pero prevé que, aun así, ello no se traducirá en un aumento de las reservas del Banco Central, mientras que sí afectará el nivel de actividad.
Es la gran contradicción que están marcando los economistas: en el afán de estabilizar la macroeconomía, se perjudica a las empresas. Según Jorge Vasconcelos, economista jefe de la Fundación Mediterránea, si el objetivo de Massa es llegar a fin de año con reservas por u$s4.000 millones, entonces será inevitable un estricto racionamiento de las autorizaciones para importar, aun cuando consiga la ayuda extra de préstamos de organismos internacionales de crédito.
Su pronóstico es que en los últimos dos meses del año la caída en las importaciones sea de un impactante 20%. Y advierte: "Una dinámica de estas características tiene severos efectos colaterales, por lo que el gobierno tendrá que prestarle especial atención tanto a lo que ocurra con la disponibilidad de insumos, por el riesgo de parálisis de plantas industriales, como al impacto de la escasez sobre los precios, porque cada vez más productos pasan a usar el dólar libre como referencia".
En ese marco de pesimismo, el dato paradójico es que, en este momento, uno de los principales factores dinamizadores de la economía es la propia inflación. Ante el conocido fenómeno del "consumo defensivo" por la erosión salarial y el creciente costo del crédito, el público anticipa compras.
Sin embargo, el consenso de los economistas es que esa estrategia de crecimiento tiene patas cortas. Por una parte, porque ante la falta de inversión, la producción se acerca al tope de su capacidad. Y, por otro lado, porque la propia inflación, ya en la zona de 100% anual, pone un límite al crecimiento.