Liz Truss, la curva de Laffer y el libro de Macri: cuál sería el impacto en la interna de Juntos por el Cambio
Cuando parecía que todo le iba de mal en peor, el peronismo encontró un oxígeno político de quien menos lo esperaba: Mauricio Macri. Ocurre que la llegada del libro "Para qué" -en el que el ex presidente anticipa su plan de gobierno para un eventual regreso al poder- le dio argumentos al Frente de Todos para agitar el fantasma de la pérdida de derechos y de un agravamiento de la crisis social.
Los párrafos más controversiales del libro -que hacen mención a la necesidad de apurar una reforma urgente en los planos impositivo, de la legislación laboral y del sistema jubilatorio- tuvieron el efecto de cambiar el eje de la discusión política, que hasta ese momento estaba centrada en el fracaso del Gobierno para frenar la inflación y la caída salarial.
Como condimento extra, se empieza a poner en duda la convicción del macrismo en el sentido de que es la hora del ideario liberal y que ahora hay un consenso social para las reformas pro mercado.
El ejemplo más contundente se está viendo en estas horas, con lo ocurrido en Gran Bretaña, donde la primera ministra Liz Truss debió renunciar apenas 44 días después de haber asumido el cargo, por el rechazo popular ante su programa económico, que incluía un fuerte recorte del impuesto a la renta.
Truss -a quien se comparaba con la legendaria Margaret Thatcher- había generado entusiasmo entre los partidarios de la derecha liberal de todo el mundo por su programa radical, pero rápidamente su apoyo se desmoronó en medio de protestas sociales y el hundimiento de la libra esterlina ante el dólar.
Ahora, los liberales aducen que ese programa nació defectuoso, porque sólo puso el foco en el recorte impositivo de la clase media y alta, pero no en el gasto público, que crecía y era financiado con deuda.
Pero lo cierto es que lo ocurrido en Londres significó un espaldarazo para la izquierda mundial, que veía con preocupación el avance de partidos de derecha radical como el de la italiana Georgia Meloni.
Ese cambio de humor se está viendo, por ejemplo, en España, donde Isabel Díaz Ayuso, presidente de la Comunidad de Madrid y estrella emergente del liberalismo, está recibiendo una andanada de críticas por haber pedido que en España se aplicara un recorte impositivo como el que Truss quiso imponer en Gran Bretaña.
Díaz Ayuso, por cierto, había estado hace dos semanas en el centro del debate político argentino, por acusar al gobierno izquierdista español de fomentar la pobreza para luego hacer asistencialismo social "como hacen los peronistas".
La semilla de la discordia en Juntos por el Cambio
Ahora, súbitamente esas referencias internacionales que parecían jugar a favor del discurso macrista, se transforman en un efecto boomerang. Ya no está tan claro que el malhumor social en la Argentina se pueda interpretar como una voluntad de hacer una reforma liberal que incluya una reducción drástica de los impuestos.
Como contracara de ese inesperado oxígeno político para el peronismo, se empieza a notar cierta incomodidad en la propia alianza opositora de la cual Mauricio Macri es referente principal. El discurso del reformismo extremo y sin gradualismos no genera entusiasmo homogéneo entre los socios de Juntos por el Cambio.
Por caso, el senador Martín Lousteau, pre candidato a jefe de gobierno porteño, criticó expresamente "las propuestas de extremos" y puso el ejemplo de la británica Liz Truss como algo que podría ocurrir en Argentina con las ideas de planes de shock.
No mencionó directamente a Macri, pero la alusión fue obvia: "Claramente si vos tenés un déficit no podés bajar impuestos inmediatamente, tenés que decir en qué rubros de gasto vas a ajustar. Podés cambiar impuestos distorsivos, pero andá a bajar impuestos de un plumazo y vas a tener el mismo problema que hubo en el Reino Unido", dijo en una entrevista televisiva.
Y defendió la postura de Pablo Gerchunoff, historiador y ex funcionario de gobiernos radicales, que levantó polvareda al declarar que, en este momento del país, no solamente no había que bajar impuestos sino que había que aplicar nuevas retenciones a algún sector que hoy no tributa.
Discusiones que priorizan la caja
Estas divergencias no se limitan a lo discursivo sino que se han expresado en situaciones concretas a la hora de votar sobre los impuestos. Por caso, cuando la legislatura porteña tuvo que tratar la derogación del impuesto que grava con 1,2% los consumos con tarjeta de crédito en la Ciudad. Ese impuesto había sido implementado por Horacio Rodríguez Larreta hace dos años, cuando Alberto Fernández restó un punto de los recursos por participación a la Ciudad, para beneficiar a la provincia de Buenos Aires.
Y la propuesta para derogar el impuesto generó una fisura: Rodríguez Larreta pidió a los legisladores de su bloque que no dieran quorum para el tratamiento del proyecto, pero los dos representantes del grupo Republicanos Unidos -que lidera Ricardo López Murphy- sí accedieron a dar el debate.
Alegaron que se sentían obligados por el compromiso que habían asumido durante la campaña electoral, en el sentido de contribuir a la baja de impuestos. Y entre los principales impulsores de esa rebaja figuró el legislador Ramiro Marra, del grupo La Libertad Avanza -que lidera Javier Milei- quien fustigó duramente a Juntos por el Cambio por no ser coherentes con la prédica anti impuestos cuando le tocaba su propia caja.
Finalmente, por falta de un legislador para el quorum, el debate no prosperó. Pero lo que quedó instalado fue esa fisura interna: un sector aparece decidido a avanzar en la baja de impuestos en cualquier circunstancia mientras que el otro sólo lo acepta bajo determinadas condiciones -en este caso, que la Corte Suprema se expida sobre el tema de la coparticipación-.
No fue el único tema en el que se vieron las diferencias: en las últimas horas quedó en evidencia cómo la Unión Cívica Radical se opone férreamente a que se pierdan los subsidios estatales para la industria electrónica en Tierra del Fuego -a la que aspira a gobernar en el próximo período-.
Pero lo más llamativo es que la propuesta para la eliminación del subsidio provino de uno de los socios en la propia coalición opositora: la Coalición Cívica que lidera Elisa Carrió, y que argumenta sobre la necesidad de terminar con "un esquema de subsidio desde millones de consumidores de todo el país a un par de empresarios".
Antes, ya se había insinuado otra diferencia interna cuando en la cámara de Diputados se votó el llamado Consenso Fiscal y, además, la prórroga de tributos que vencen a fin de año -incluyendo el muy criticado impuesto a los Bienes Personales, que en la gestión macrista había ingresado en una fase de progresiva reducción-.
En aquel momento, los diputados radicales vinculados a los gobernadores Gerardo Morales, de Jujuy, y Gustavo Valdés, de Corrientes, dieron su apoyo al proyecto peronista, mientras que el PRO se opuso. Y cuando se votó la prórroga de impuestos, diputados de la Coalición Cívica y también algunos radicales se abstuvieron, mientras el macrismo rechazó la iniciativa.
El eterno atractivo de la curva de Laffer
Todos estos movimientos están poniendo en evidencia que, a medida que sus chances electorales crecen, la coalición opositora tiene dificultades para mantener la cohesión en su propuesta de política económica y, más específicamente, en el plano de los impuestos.
Con una presión impositiva de 29,4% sobre el PBI, Argentina está a mitad de tabla del ranking mundial, ubicándose incluso por debajo del promedio de los países más desarrollados del mundo, que conforman la OCDE, donde la presión es de 33,5%.
Sin embargo, lo que argumentan los economistas argentinos es que la presión real en Argentina es más alta, porque dado el alto nivel de informalidad y la estructura impositiva del país, sólo dos tercios de la población económicamente activa paga impuestos. En contraste, hay países europeos en que los aportantes son casi un 100%. De manera que, para el que efectivamente paga en Argentina, la presión impositiva llega en realidad hasta un pesado 60%.
Si bien, desde el punto de vista filosófico, todos en Juntos por el Cambio hablan a favor de recortar la presión impositiva, lo cierto es que, a la hora de la verdad, algunos se apegan al libreto liberal mientras que otros defienden el gradualismo.
En otras palabras, para los que están a favor de la rebaja drástica, es evidente que el alivio al sector privado traerá una reactivación de la economía y, de esa forma, la recaudación tributaria no sufrirá. En cambio, los de la otra facción prefieren bajar el gasto primero y, recién entonces, promover el alivio impositivo.
Ese debate es uno de los grandes clásicos de todos los gobiernos del mundo occidental desde hace varias décadas y se reedita cíclicamente. La prédica anti impuestos saca a relucir la célebre "Curva de Laffer", que explica que es posible bajar impuestos y aumentar la recaudación al mismo tiempo.
Laffer era un economista que en 1980 asesoraba al entonces candidato presidencial Ronald Reagan. Y popularizó la curva en forma de "U", que mostraba que la presión impositiva ya había pasado el punto óptimo.
En la teoría, todos están de acuerdo con lo que planteaba Laffer: obviamente si la presión impositiva es del 100%, entonces la recaudación será igual a cero, porque desaparece todo incentivo para la producción. Pero a la hora de llevar esta idea a la práctica, empiezan las divergencias, porque no resulta fácil determinar cuál es el punto exacto a partir del cual la recaudación sube si los impuestos bajan.
De hecho, en el ejemplo clásico de Reagan, el recorte de impuestos no mejoró la situación fiscal sino que la empeoró, contradiciendo a Laffer. Y generó una interminable polémica sobre si el error fue en la aplicación de la política o en el postulado teórico. Hay quienes afirman que en Estados Unidos falló porque, al mismo tiempo que bajaron los impuestos, explotó el gasto por el plan de defensa conocido como "Guerra de las Galaxias".
Pero también hay otros ejemplos de países que salieron de sus crisis con una fuerte baja impositiva y hoy están creciendo. Los más renombrados son Irlanda, Estonia y Polonia.
La pelea que viene
En la Argentina de hoy, hay quienes defienden fervorosamente la tesis de que ya se pasó hace rato el punto óptimo de recaudación y que cualquier intento de mejora fiscal basado en aumentos de impuestos sólo generará mayor evasión e informalidad. Es la posición de grupos como el de López Murphy, Milei y Espert. Y también se lo ve a Macri cada vez más cercano a estas políticas que defienden un recorte impositivo drástico.
Algunos economistas vienen haciendo números al respecto, y llegaron a la conclusión de que la evasión impositiva es lo que impide que la economía caiga en una recesión profunda, porque si se cumpliera a rajatabla con el pago de todos los impuestos, la actividad caería súbitamente en hasta un 14%.
Entre quienes se mostraron más críticos de la presión impositiva figura nada menos que el actual viceministro de economía, Gabriel Rubinstein, quien antes de ocupar el cargo se quejaba de que quien hoy es su jefe, Sergio Massa, hubiera dejado un piso tan bajo para el impuesto a la Ganancias que no había forma en que las pymes no se perjudicaran.
Pero si hay un escollo verdaderamente importante para el bando de los que quieren recortar impuestos, se encuentra en el Fondo Monetario Internacional: fiel a su receta fiscalista, el organismo está liderando la postura mundial de quienes piden gravar más fuerte a las grandes empresas.