El mensaje entrelíneas de Massa en el Presupuesto: no se acumulará más atraso cambiario en 2023
Sergio Massa sigue enviando guiños al mercado y, en particular, al Fondo Monetario Internacional: en el proyecto de ley de Presupuesto 2023 estará implícita la promesa de que la tasa de devaluación sea igual a la de inflación. De esa forma, se compensará el hecho de que esa promesa, que había asumido Martín Guzmán en la firma del acuerdo "stand by" no se cumplirá este año. El Presupuesto incluye una previsión de precio nominal para el dólar, que a diciembre de 2023 cotizaría a $269,90, lo que implicaría una suba de 60% respecto del tipo de cambio que se espera para este fin de año.
Es decir, que la tasa de devaluación estaría a tono con la inflación prevista para el año próximo, también de 60%, según los primeros datos del presupuesto 2023 que se filtraron a la prensa. Puesto en términos de variación mensual, el Gobierno espera que el año próximo, tanto la inflación como la cotización del dólar se muevan a un promedio de 4%.
El desafío para Massa es que el mercado le crea las proyecciones. Por lo pronto, la encuesta REM del Banco Central indica que los principales bancos y consultoras económicas esperan para el año próximo una inflación del 84%, una diferencia muy significativa respecto de la meta oficial.
Y, en lo que respecta a la "inflación en dólares", los antecedentes también le juegan en contra. El año pasado, al presentarse el Presupuesto para el 2022, Guzmán había previsto una corrección al retraso cambiario. Después de haber acumulado una inflación en dólares de 26% -producto de una inflación de 51% contra una tasa devaluatoria de 20%-, el ex ministro prometía un alineamiento entre ambas variables.
Claro, en ese momento Guzmán estaba en plena negociación con el FMI, un organismo que se caracteriza por promover devaluaciones como forma de corregir los problemas de competitividad de los países con los que firma acuerdos. Para evitar una corrección brusca, Guzmán se comprometía a que Argentina abandonaría su clásica política de usar al dólar como "ancla" de los precios, y por eso duplicaría la tasa de devaluación.
Sin embargo, esa promesa quedó incumplida. En lo que va del año, la inflación acumulada es del 56,4% mientras el tipo de cambio oficial tuvo un deslizamiento de 34%. Esto implica una inflación en dólares de 16%. Incluso si esa cifra se corrige por el efecto de la inflación estadounidense -que hasta agosto acumula 6,2%-, la economía argentina sigue registrando un encarecimiento en dólares, el orden del 9%.
Se acumula una alta inflación en dólares
La "inflación en dólares" siempre ha sido relevante para el país, porque es uno de los termómetros sobre qué tan cerca está el riesgo de una devaluación brusca. La historia reciente muestra que cada vez que el país ha caído en la tentación de "planchar" al tipo de cambio como estrategia para frenar la inflación, eso generó distorsiones que llevaron a devaluaciones bruscas.
Y es una situación que no sabe de ideologías ni colores partidarios. Le pasó en enero de 2014 al entonces ministro Axel Kicillof -como recordó recientemente la ex presidente Cristina Kirchner en uno de sus discursos públicos donde enfocó el problema de la "economía bimonetaria"-. Pero también le ocurrió a la gestión macrista, que sufrió la escapada del dólar en 2018 incluso con los dólares que le prestó el Fondo Monetario para calmar -sin mucho éxito- a un mercado nervioso.
Y el dato inquietante es que cada devaluación ocurrió después de períodos en los que se acumuló una inflación en dólares de más de dos dígitos. Es decir, algo parecido a lo que ha ocurrido en los últimos dos años.
La previsión del mercado es que este año termine con una inflación de 95%, mientras que el precio del dólar se moverá bastante por debajo, un 57%. Esto implica una inflación en dólares de 24%, por segundo año consecutivo.
Alarma por las distorsiones
Es un fenómeno sobre el cual los economistas y empresarios han llamado la atención, porque lleva a una pérdida de competitividad de las empresas y provoca distorsiones. De hecho, el regreso del déficit de la balanza comercial en los últimos dos meses -a pesar del precio récord en el mercado internacional de materias primas agrícolas- es atribuido por analistas a la distorsión de incentivos, que hace que se incurra en adelantos de importaciones -además de prácticas fraudulentas de sobrefacturación-, al tiempo que desalienta las ventas.
Es algo que Massa tiene en claro, al punto de haber buscado una corrección parcial con la implementación del "dólar soja", que si bien fue criticada desde el campo, resultó efectiva en el corto plazo y permitió el ingreso de u$s2.800 millones que alivió la acuciantes situación de las reservas.
Los analistas han marcado el alto costo de ese alivio: comprar dólares a $200 y luego venderlos a $140 implica una expansión monetaria de casi $600.000 millones. Sin embargo, le permitiría a Massa eludir la medida que en el Gobierno se propusieron evitar a toda costa: una corrección devaluatoria brusca.
En paralelo, se aceleró el "crawling peg" -es decir, la velocidad a la que el Banco Central deja deslizar al dólar oficial- a un 5% mensual. Pero los economistas no se muestran conformes con la nueva situación.
En su último reporte, Jorge Vasconcelos, economista jefe de la Fundación Mediterránea observa que el retraso cambiario fomenta "el proceso de distorsión de precios relativos, que se acentúa cada vez más, incluso si se compara con el año 2015, el último de vigencia de la primera experiencia de los cepos al cambio y al comercio exterior, que había arrancado en 2012".
Destaca que los precios de bienes y servicios no regulados se han encarecido en el mercado interno un 40,9 % en dólares al tipo de cambio oficial en los últimos 12 meses, mientras que los ítems catalogados como "protegidos" han subido un 82,5 % en dólares. En tanto, las tarifas de servicios públicos no se encarecieron sino que se han abaratado en un 43%.
Mensajes entrelíneas del Presupuesto
Con estos antecedentes, el objetivo de Massa es transmitir la promesa de que, si bien no se corregirá de golpe el efecto del retraso cambiario acumulado, al menos no se incurrirá en un agravamiento.
Corregir el atraso cambiario acumulado en lo que va del año implicaría que el billete verde tendría que subir de su actual nivel $149 a $168, un salto de 12%, que en principio no luce como demasiado violento en comparación con otras devaluaciones, pero que para los economistas podría tener efectos dramáticos sobre la inflación en curso.
Pero si el dólar ya no se usa como ancla de la inflación, entonces se necesita otro elemento que haga las veces de freno. Y ahí es donde Massa da su otra señal potente: la de la creencia en que la austeridad fiscal será la clave para atenuar el proceso inflacionario.
El ministro, que viene de recibir un mensaje de respaldo de parte del Tesoro estadounidense y de Kristalina Georgieva, directora del FMI, está dispuesto a reducir el déficit fiscal a 1,9%, lo que implica llevar a fondo la aplicación de los recortes de subsidios a la energía y, además, continuar con el recorte al gasto estatal considerado no prioritario.
Es por este motivo que el Presupuesto 2023, más allá del cuestionamiento sobre la credibilidad de las proyecciones que seguramente hará la oposición en el Congreso y los economistas desde el mercado, implica para Massa la posibilidad de dar certezas sobre los principios rectores de la economía en el año electoral.
Por lo pronto, sus pilares serán la disciplina fiscal, el fin de la acumulación de retraso cambiario y un mensaje de que la baja de la inflación será prioritaria.
Cambios de prioridades
En otras palabras, que para el ministro será preferible dar una proyección inflacionaria de 60%, para que sea tomada como referencia por los sindicatos, a la hora de sentarse a negociar paritarias. Es lo que los economistas denominan como una "baja en la nominalidad", que es lo contrario de los que viene ocurriendo hasta ahora, con una carrera ascendente entre salarios y precios.
Además de las metas plasmadas en el proyecto de Presupuesto, la otra parte de la estrategia de estabilización quedó a la vista con la última medida del Banco Central: la drástica suba de tasas de interés -75% nominal, lo que lleva la tasa efectiva anual al 107%- implica toda una definición.
Por un lado, el objetivo obvio de evitar que los pesos que circulan en el mercado busquen refugio en el dólar paralelo. Pero, además, implica también la admisión de algo que hasta hace poco tiempo era un tabú dentro de la coalición gubernamental: la aceptación de que un enfriamiento en la actividad económica será el precio a pagar para evitar que los indicadores financieros se descontrolen.
No por casualidad, uno de los pocos objetivos que no pecan de exceso de optimismo en el presupuesto es el del crecimiento del PBI para 2023. Se estableció una proyección de 2%, lo que implica una fuerte moderación respecto de la previsión que había hecho Guzmán, de un 4% de crecimiento.