¿En busca de un ancla salarial?: la estrategia detrás del extraño dato de inflación previsto en el presupuesto 2023
Ciertas costumbres de la política argentina nunca cambian, por más que roten los partidos que están en el poder y varíen los nombres de los ministros de Economía: siempre en los presupuestos anuales se subestima el dato de la inflación del año siguiente. Y el presupuesto 2023 que preparó Sergio Massa no será la excepción.
Según los datos que se filtraron a la prensa desde el equipo del ministro, se plasmará en el texto a presentarse en las próximas horas al Congreso una previsión de entre 50% y 60%, lo cual excede largamente la expectativa del mercado.
Al respecto, la última encuesta REM que realiza el Banco Central entre las principales consultoras económicas marca que este año terminará con un 95% en el índice de precios al consumidor, mientras que el año que viene se registrará una inflación de 84%. Las cifras implican una fuerte revisión al alza respecto de las proyecciones que los economistas venían realizando antes de la asunción de Massa.
Sin embargo, no deja de ser cierto que el mercado todavía confía en que, por más modesta que sea, habrá una mejora el año próximo. Es decir que no se ha impuesto la advertencia de los más alarmados sobre el riesgo de una espiralización que llevaría la inflación del año próximo a tres dígitos.
Pero Massa quiere dar una señal mucho más fuerte y, lejos de plantear una reducción modesta, hará en el presupuesto una proyección que implica una caída de 40 puntos en la inflación.
Dicho de otra forma, la visión oficial para el año próximo es que el promedio de inflación mensual, actualmente en 7%, bajará al entorno del 4%.
A primera vista es una meta que peca de optimista y a la que pocos economistas asignarán chances reales de que se pueda lograr. Y esto lleva al interrogante de por qué los ministros de Economía dejan constancia en sus proyectos de presupuesto objetivos de inflación incumplible.
La respuesta, a la luz de los antecedentes, es clara: la proyección oficial de inflación sigue siendo vista como una forma de "anclar" precios de la economía. Y, muy particularmente, los salarios.
Una estrategia repetida
La experiencia de Martín Guzmán con los presupuestos es bien ilustrativa en ese sentido. Para 2021 había fijado un objetivo de 29%, lo cual le permitió afirmar, durante la primera mitad del año, que habría una recuperación del salario porque los mayores gremios estaban firmando paritarias en torno a 35%.
Claro, llegó el momento en el que la acumulación de altos registros dejó en evidencia que ese objetivo sería incumplible. Fue allí cuando se ingresó en una fase de revisión de los acuerdos salariales, que hizo que los principales sindicatos consiguieran llevar la cifra al entorno de 45%. Pero el año terminó con una inflación de 50,9%.
Al año siguiente, Guzmán repitió la misma estrategia y planteó en el primer proyecto de presupuesto de 2022 una inflación de 33%. Y dijo que los salarios tendrían una recomposición real de 4%, lo cual implicaba una señal en el sentido de que esperaba paritarias que cerraran en torno al 38%.
Pero, además, daba otra señal importante: la previsión de recaudación impositiva implicaba una suba de 46,7%, lo cual significaba una suba real -es decir, descontada la inflación- de 10% para el año. Era un dato que llevaba implícita una promesa de reducción del déficit fiscal, que tenía como destinatario al mercado financiero y al Fondo Monetario Internacional, que por entonces estaba en plena negociación del nuevo "stand by".
El presupuesto finalmente no se aprobó, por falta de acuerdo en el Congreso, luego de un extraño debate en el cual la oposición daba más señales de estar de acuerdo con las políticas de Guzmán que el propio kirchnerismo, donde se escuchaban protestas contra en sesgo fiscalista del ex ministro.
Aquella proyección de inflación del 33% cayó en el descrédito en el mismo inicio del año, pero Guzmán, lejos de admitir que se había subestimado la meta en el presupuesto, atribuyó la situación al impacto de los precios internacionales por la guerra de Ucrania. Fue así que se corrigió la proyección inflacionaria al 45%, una cifra que sirvió como referencia para los primeros acuerdos salariales del año.
En particular en el sector público, grandes gremios como el de los docentes firmaron un 45%, con la felicitación de Guzmán por la demostración de "responsabilidad". Dos meses después, ya se estaba planteando la necesidad de una revisión de la cifra, y los sindicatos más poderosos asombraban al país al firmar convenios por 60%.
Massa hace buena letra
Ahora, ya sin Guzmán como autor del presupuesto, las cosas no lucen muy diferentes. Otra vez se planteará una inflación en la que el mercado no cree, pero que también buscará transmitir un mensaje de austeridad y de disciplina fiscal al mercado.
Empezando, claro, por el FMI, sobre el que Massa trata de desplegar su poder de seducción. La gira por Estados Unidos dejó las postales de apoyo político al nuevo ministro, tanto por parte del Tesoro estadounidense como de Kristalina Georgieva.
La directora del organismo se mostró mucho más entusiasta con Massa que con Guzmán y Silvina Batakis, y destacó que el nuevo funcionario cuenta con equipo técnico y poder político como para avanzar con reformas de la economía. Y Georgeiva destacó, entre los principales problemas del país, la "devastadora" inflación.
En consecuencia, una drástica reducción en la tasa anual del IPC supone para Massa la formalización de su alineamiento con las metas y políticas sugeridas por el FMI, que está por dar su aprobación a la revisión técnica y analiza el nuevo desembolso por u$s4.000 millones para reforzar las reservas del Banco Central.
En el texto que se está por presentar al Congreso, figurará además el compromiso con metas fiscales y monetarias. El déficit -que este año terminará en 2,5% del PBI- se reducirá a un 1,9% el año próximo, en línea con los términos originales del acuerdo "stand by".
Massa ya mostró en Estados Unidos su compromiso con la disciplina fiscal, con el nuevo esquema de recorte de subsidios a las tarifas de energía -algo en lo que Guzmán no había podido avanzar- y que le reportaría para el año próximo un ahorro de medio punto del PBI. Y, además, exhibió las recientes medidas en cuanto a recorte del gasto público, que se contraponen con una mejora en la recaudación tributaria -gracias a la mayor exportación sojera y al adelanto en el pago de Ganancias-.
El intento del ministro es mostrar que esa será también la línea del 2023. Y la proyección de una inflación sustancialmente más baja que la actual cumplirá la función de "ancla" para las expectativas.
Es en ese sentido que, tal como había hecho Guzmán, el Gobierno podrá volver a afirmar que el año próximo se producirá una recomposición salarial, pero dará una cifra de referencia, que es la que espera que se tome en cuenta a la hora de negociar las paritarias. Esto, particularmente, se verá a la hora de determinar el gasto en el rubro salarial del aparato estatal, lo cual afecta a más de tres millones de empleados -sumando la administración central, las provincias, los municipios y las empresas públicas-.
Menos déficit, ¿inflación más alta?
Lo curioso de esta situación es que la mayoría de los economistas cree que, para conseguir el objetivo de la reducción del déficit fiscal, no se requiere una inflación en baja sino, por el contrario, que los precios sigan ascendiendo.
El razonamiento es simple: ante la dificultad por recortar el gasto público en áreas sensibles, como la obra pública, la masa salarial estatal y las transferencias a las provincias, la receta tradicional de la historia económica argentina ha sido la "licuación" del gasto por medio de la inflación.
Es un punto en el que coinciden economistas de todas las tendencias. El siempre influyente Domingo Cavallo, que se mostró muy crítico sobre el plan de Massa, considera que la meta fiscal será cumplible porque el FMI aceptará que el cálculo se haga sobre el PBI nominal -es decir, medido en pesos y no en volumen de producción- y entonces, con una inflación, alta, las cifras reflejarán un ajuste del gasto.
El argumento es que con una inflación en tres dígitos es relativamente fácil hacer un ajuste, porque cuanto más rápido crecen los precios, más fuerte es la recaudación impositiva y más lenta es la indexación de los gastos por parte del Estado.
Fue elocuente al respecto Marina Dal Poggetto, que no se puso de acuerdo con Massa para ocupar el cargo de Secretaria de Política Económica: "El problema es que es muy difícil sostener el ajuste si la inflación baja; si frenás la inflación, frenaste el ajuste porque el gasto está indexado al pasado", afirmó en una entrevista televisiva.
También Emmanuel Álvarez Ágis -ex viceministro de economía en la gestión kirchnerista y que rechazó el convite de Alberto Fernández para suceder a Guzmán como ministro- se mostró escéptico.
"La inflación alcanzó un nuevo régimen de 6,5% mensual. El dólar oficial se devalúa a 6% o 6,5% mensual. Hay tres o cuatro aumentos salariales por año. Los precios regulados, como la nafta, se mueven 15% cada dos meses. Todo va al 6,5% y no hay manera que la inflación salga de ese piso de 6,5% para los próximos seis meses", advirtió en una reciente charla con empresarios.
Álvarez Ágis ya había señalado cuando se firmó el "stand by" que la historia de los acuerdos de Argentina con el FMI marcaba que casi nunca se cumplía el objetivo de reducción de inflación sino que, más bien al contrario, la constante era que un año después de aplicado el programa el IPC hubiera sufrido una drástica aceleración. En cambio, el objetivo que solía cumplirse casi siempre era el de la recomposición de reservas y la corrección del déficit en cuenta corriente.
Lo cierto es que Massa, con el pragmatismo que es su marca registrada, no está dispuesto a desperdiciar la oportunidad que le da la presentación del presupuesto 2023 para tratar de despejar las turbulencias en el plano cambiario, el tema que hoy se fijó como prioridad.
La incógnita que queda es si, ante un presupuesto que hará ostentación de afán fiscalista, el kirchnerismo dará su aprobación -y sus votos- o si, como le había pasado a Guzmán, las principales críticas a su proyección anual de metas económicas vendrán de parte del diputado Máximo Kirchner.