Alberto al gobierno, Massa al poder: expectativa en el mercado de plan de ajuste con apoyo político
La llegada de Sergio Massa al Gabinete es mucho más que un cambio de nombres: supone, en los hechos, el fin de la gestión de Alberto Fernández tal como se la conoció hasta ahora, y el inicio de un nuevo esquema "a la europea", en el que el Presidente mantendrá un rol más simbólico y menos operativo, mientras el control real de "la botonera" pasará a manos del tigrense.
Y esto implica que, a diferencia de lo que ocurría con los anteriores ministros de Economía, que eran técnicos sin poder político propio, se pasó a la fórmula inversa con un político presidenciable al mando de la economía, acompañado por un equipo de asesores.
Una situación que hizo recordar al poder que en los años ’90 acaparaba Domingo Cavallo, que en los hechos tenía el control estratégico, por encima incluso del control de la jefatura de gabinete.
Esa es, al menos, la interpretación que ha predominado entre el ámbito empresarial y el mercado financiero, que recibió con una expectativa de cambio -como se evidenció por la caída del dólar paralelo y la suba de los bonos- el nombramiento de Massa como "superministro". Sin mencionar, claro, la bienvenida explícita que han hecho gobernadores provinciales e intendentes del peronismo, que interpretan este recambio como una oxigenación del Gobierno y una corrección del rumbo.
El recambio supone todo un diagnóstico sobre los problemas que aquejaron hasta ahora a la gestión económica: más allá de la buena impresión que pudieran causar Martín Guzmán o Silvina Batakis cuando hacía profesión de fe fiscalista ante las agremiaciones empresariales o el Fondo Monetario Internacional, siempre quedaba la duda sobre si contarían con el apoyo suficiente para llevar a cabo sus planes.
En el caso de Massa, esa situación quedaría resuelta: Massa llega con equipo técnico, un bloque legislativo que le responde directamente, una aceitada agenda de contactos internacionales y, sobre todo, un proyecto político propio.
Massa: un ajuste fiscal con apoyo político
Estas cualidades de Massa llevan a la expectativa de que, en definitiva, se puedan llevar a cabo los intentos de ajuste fiscal que Guzmán y Batakis quisieron implementar y no consiguieron. Porque la realidad es que nadie espera que el nuevo ministro llegue con un discurso diferente que el que sus antecesores mostraron respecto de la necesidad de un recorte del gasto público.
La diferencia es que es que, con Massa, ese plan luce más creíble. La breve gestión de Batakis había sufrido un temprano desgaste por la visible contradicción entre el discurso de la ministra y las acciones que el resto del Gobierno adoptaba en los hechos.
Es algo que se vio, por ejemplo, en el apuro con el que ministerios y diferentes reparticiones públicas concretaron el ingreso de nuevos empleados, luego que la ex ministra dijera que se cerrarían las altas en el aparato estatal.
O, también, por la extensión por decreto de la moratoria previsional, una medida que reactivó el debate sobre la sostenibilidad del sistema previsional, que tiene un déficit equivalente a 3% del PBI. O en el hecho de que, contrariando la afirmación de Batakis sobre la imposibilidad de financiar el "salario básico universal", el bloque kirchnerista haya presentado en el Congreso una iniciativa en ese sentido.
Estos hechos generaron la duda sobre si la ratificación de la meta fiscal de 2,5% del PBI que hizo Batakis ante el FMI tenían visos de realidad o no pasaban de una expresión voluntarista. Para llegar a ese objetivo, es necesario un ajuste del gasto público un 8% en el segundo semestre del año, después de que en la primera mitad del año el gasto haya tenido una suba real del 10,7%.
Los economistas más escuchados por el mercado no ocultaron su escepticismo: estimaron que el rojo fiscal no podría ser inferior al 3% este año. Entre otras cosas, porque una de las premisas originales de Guzmán, que era el de un ahorro de 0,6% del PBI en el rubro de subsidios energéticos, no sólo no ocurriría. Más bien al contrario, la disparada inflacionaria licuaría la suba de tarifas, de manera que ese gasto en realidad se incremente en términos reales.
Los dólares, primer tema en la agenda
Ese es el contexto que lleva a Massa al poder: no una expectativa de que tenga objetivos diferentes a sus antecesores, sino que tenga el poder político para poder aplicar la disciplina fiscal. En principio, ya cuenta con condiciones de largada que lo ponen en ventaja: tendrá el manejo de un "superministerio" donde se unificarán criterios entre la política fiscal, monetaria, industrial y agrícola.
La expectativa que existe en el mercado es que Massa esté en condiciones de implementar un plan que, inevitablemente, supondrá un enfriamiento de la actividad productiva en el segundo semestre. Es un escenario que la propia Batakis había comunicado a sus interlocutores en Estados Unidos.
Queda el interrogante sobre qué tan alineada estará el área energética, que le causó dolores de cabeza a Guzmán y que sigue respondiendo directamente a Cristina Kirchner.
Otra gran duda está focalizada en el Banco Central, dado que Massa había mostrado ambición por controlar también el estratégico sillón que sigue ocupando Miguel Pesce. De todas formas, las recientes medidas adoptadas por el BCRA -drástica suba de ocho puntos en la tasa de interés y más restricciones al uso de tarjeta de crédito para el pago dolarizado- parecen ir en línea con la tónica del nuevo período.
Massa, además, se aseguró el control de áreas que en estos días son clave, como la AFIP y la dirección de Aduanas -donde se extreman los recaudos para evitar que salgan dólares por importaciones no autorizadas-. Una de las tareas urgentes de Massa será, precisamente, reforzar la acuciante situación de las reservas, para lo cual se requiere volver a un superávit robusto de la balanza comercial.
Y la expectativa principal es si Massa avalará, como se especuló en las últimas horas, con un desdoblamiento cambiario que vaya más allá del "dólar agro", recientemente implementado y que fue recibido con escepticismo en el campo.
Massa deberá persuadir a los productores para que aceleren la liquidación de los u$s16.000 millones guardados en silobolsas. Y para ello se requieren medidas concretas en el sentido de una mejora en el ingreso de los productores, lo cual llevó a que el mercado tomara como una posibilidad cierta el establecimiento de un nuevo marco, por el cual a los sojeros se les permita temporariamente cambiar los dólares al tipo de cambio MEP.
Lo que no ha cambiado es la percepción sobre la imposibilidad de desarmar el cepo cambiario, aun cuando Massa, en la campaña electoral de 2015, afirmaba que la mejora del clima político llevaría a un aumento en la demanda de dinero por parte del público y eso permitiría volver rápidamente a un dólar libre.
Agenda internacional y ambición presidencial
En sus primeros días, Massa también deberá hacer gestos hacia los interlocutores internacionales. El nuevo ministro siempre ha hecho gala de contactos de alto nivel en Estados Unidos, lo cual quedó en evidencia el año pasado, cuando realizó una misión al país del norte, en el peor momento de la relación diplomática bilateral.
En aquella ocasión, Massa se entrevistó con Juan González, principal asesor del presidente Joe Biden para temas latinoamericanos, y tras sacarse la foto con el ex presidente Bill Clinton, vino con el mensaje de que "hay una enorme vocación de la política en Estados Unidos para colaborar con la situación en la Argentina".
Pero, sobre todo, el mensaje que Massa dejó en aquella ocasión era que el Gobierno no se "kirchnerizaría". Es decir, que no primarían las posturas radicalizadas de la vicepresidente y que se mantendría en pie la voluntad de firmar un acuerdo con el FMI, como efectivamente ocurrió.
Y, mientras tanto, como ha sido su marca registrada, siguió tejiendo alianzas con el sector empresarial, a veces con una cercanía que despertó recelos en los demás socios de la coalición. Massa extendió su influencia al área de la política energética, con el cambio de dueños en Edenor, que implica la llegada como accionista del principal proveedor de cloro de Aysa, la empresa estatal que dirige su esposa, Malena Galmarini.
Y, además, mantiene su tradicional buena relación con el multimedios América, de la dupla Vila-Manzano, y donde ahora también tiene participación Claudio Belocopitt, el principal de Swiss Medical.
También apareció como interlocutor de las grandes farmacéuticas estadounidenses cuando se produjo la polémica sobre una presunta discriminación en la campaña vacunatoria contra el Covid.
En suma, Massa es interlocutor privilegiado de sectores empresariales clave de la economía, como la energía, la salud y parte de la industria, justo en un momento en el que se abre un período de negociaciones duras.
Esas credenciales son las que hacen que, en principio, su llegada haya despertado una expectativa en el ámbito privado. Que, por cierto, tiene muy presente que Massa tiene un proyecto personal muy claro: la presidencia en las elecciones 2023.
Es, a fin de cuentas, una meta que el propio Massa había ya dejado en claro cuando en 2019 renunció a postularse y se unió al Frente de Todos. En ese momento justificó su decisión al afirmar que, como era joven -tenía entonces 47 años- podía esperar cuatro años más para disputar la presidencia. Y en el ámbito político se acepta que, si la gestión ministerial logra el objetivo de estabilizar las finanzas y frenar la escalada inflacionaria, habría una lógica tendencia del peronismo a apoyor su candidatura.
Es cierto que las encuestas no lo favorecen: en el mejor de los casos aparece con una intención de voto de 26%, y una alta imagen negativa. Pero es claro que la apuesta de Massa va por otro lado: quiere postularse ya desde una posición de poder y mostrando credenciales de gestión en un momento de crisis. Esa es la etapa que está por comenzar.