Se desató la "carrera nominal": las paritarias ya quedaron viejas ante las proyecciones de inflación
Quien se anime a hacer cálculos sobre la economía tras el dato de la inflación de abril corre riesgos de tener que tomar antidepresivos después de ver los resultados. Para empezar, la proyección oficial de 48% que el ministro de economía, Martín Guzmán, había plasmado en el texto del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional ya es directamente ciencia ficción: para cumplirlo, sería necesario que en el resto del año haya una inflación mensual promedio de 2,4%.
Pero eso no es nada: incluso los cálculos que salen de la encuesta REM realizada por el Banco Central entre los principales economistas, y que mes a mes viene corrigiendo al alza su pronóstico, también aparece desfasado. El último sondeo arrojó una previsión de 65%, una cifra que hoy hasta luce optimista, porque para que se cumpla esa inflación en diciembre, es necesario que en los próximos meses el haya un IPC mensual promedio de 3,8%.
Esa cifra, que a comienzos de año habría sido criticada por abultada, hoy luce como un objetivo casi imposible de cumplir. De hecho, los economistas se están preguntando si a partir de mayo el Gobierno logrará ralentizar la inflación a un ritmo inferior al 5% mensual.
La realidad es que, para muchos economistas, habría que considerarse conformes si se logra estabilizar la inflación en una velocidad crucero de 4,5% mensual para el resto del año. Y, considerando que en el primer cuatrimestre ya se acumuló un impactante 23%, la cuenta indica que para diciembre daría que el año 2022 terminará con una inflación de 75%.
Esto, claro, si se atiende las predicciones de los economistas relativamente optimistas. Porque también están los que creen que el Gobierno no logrará dominar la situación y que, por lo tanto, no es descabellado pensar en una inflación anual de tres dígitos, algo que no se veía desde los traumáticos años ’80.
Paritarias que ya quedaron viejas
La conclusión de estas cuentas es que todos los aumentos de contratos, salarios, jubilaciones, planes de asistencia social y demás ya quedaron desactualizados. Incluso aquellas paritarias que lucieron como muy altas, como la del gremio bancario por 60% que motivó la felicitación de Cristina Kirchner a la dirigencia sindical, o la que Axel Kicillof acaba de otorgar a los empleados públicos de la provincia de Buenos Aires.
E incluso los acuerdos con cifras más altas, como el cerrado por el poderoso sindicato camionero, hoy ya no causan la impresión de hace algunas semanas. Los liderados por Hugo Moyano plantearon incrementos que implican, para un período semestral, una suba de 31%. Y la realidad es que hay altas posibilidades de que la inflación de los próximos seis meses también deje atrás a ese número, dado que tendría que haber un promedio del IPC en 4,5% mensual, una meta de dudosa concreción.
Para los economistas, esta situación tiene un nombre acuñado hace muchas décadas: la "carrera nominal". Es la forma en la que se denomina al proceso en el cual todas las variables empiezan a correr en un intento de superarse unas a otras para no quedar desactualizadas, y al subir todas, el proceso se autopotencia, en una espiralización de todos los precios.
El primer jugador de esa esa carrera es el salario, a través de paritarias que cada vez tienen acuerdos de menor duración y requieren cláusulas de revisión por inflación a un ritmo permanente.
Es así que los acuerdos, que típicamente tenían una duración anual -y que en algún momento de la gestión macrista se había fantaseado con que se extendieran a 18 meses- pasaron a ser semestrales y hoy ya se ven acuerdos por tres o cuatro meses.
El regreso de la carrera nominal
Quienes vieron este fenómeno desde hace tiempo son los líderes de los movimientos sociales, que incluso antes de empezar a cobrar el bono de ayuda por $18.000 ya plantearon que era insuficiente y que se requeriría un retoque adicional en la asistencia.
Fue bajo esa consigna que se intensificaron las protestas piqueteras, y que forzaron a Martín Guzmán para que se adelante a agosto el 45% de aumento del salario mínimo que originalmente estaba previsto para diciembre, todos los planes tendrán un incremento extra.
Así, detrás de los salarios, la carrera nominal incluye también a las jubilaciones -cuya fórmula ajusta por aumento de recaudación de Anses y por la suba salarial- y los planes de asistencia social, que se ajustan tomando como referencia al salario mínimo.
Dados los niveles de inflación proyectados, es probable que los bonos jubilatorios extra, que ya habían sido la tónica de todo el 2021, vuelvan a ser una constante este año, dado que la fórmula indexatoria no permite a las jubilaciones sostener su poder de compra en un contexto de aceleración inflacionaria.
Otras típicas variables que empiezan a moverse dentro de la carrera nominal son los topes que disparan el pago de impuestos. No por casualidad, Sergio Massa, el principal impulsor de la actualización en el "piso" a partir del cual se empieza a tributar el Impuesto a las Ganancias, volvió a plantear el tema: le pidió a Guzmán que el mínimo no imponible suba desde el actual nivel de $225.000 hasta un nuevo monto de $265.000, lo que implica una actualización de 17%.
Esta carrera está provocando la preocupación de economistas de la línea más ortodoxa, que ven el riesgo de la espiralización. Por ejemplo, Luciano Laspina, uno de los "ministeriables" del PRO, quien afirmó: "El plan del Gobierno no es bajar la inflación sino acelerar el ritmo de indexación", e hizo alusión a la suba nominal de salarios impulsada por Cristina Kirchner, a la presión por mayores subsidios sociales que reclama el líder piquetero Juan Grabois y a la actualización impositiva de Massa.
"En su versión final, el kirchnerismo hace ‘populismo nominal’. Ya no reparte mejoras reales, apenas ‘concede’ compensaciones nominales", argumentó Laspina, uno de los que avizora una posible inflación de tres dígitos.
La tasa y el dólar entran en la carrera
El otro factor que corre es el de la tasa de interés: el Banco Central acaba de anunciar la quinta suba en lo que va del año. La obsesión es que los ahorristas no huyan de los plazos fijos hacia el dólar, y por eso se les ofrece una tasa que aparezca atractiva. Pero el 48% de tasa nominal que acaba de aprobarse tampoco es un gran aliciente para quien haga la comparación contra la inflación: implica una ganancia de 60%, por el efecto acumulativo de la tasa. Es decir, por debajo de las proyecciones que hacen todos los economistas.
Claro que está la posibilidad, más probable, de que los ahorristas no comparen su plazo fijo contra la inflación sino contra el precio del dólar. Y aquí está la gran novedad de este año: a diferencia de lo que ocurre en las situaciones clásicas, que es que el Gobierno use al tipo de cambio como "ancla" de todos los precios, ahora también el dólar forma parte de la carrera nominal.
Como consecuencia del acuerdo firmado con el FMI, el Banco Central empezó a acelerar el ritmo devaluatorio, de manera de impedir que el tipo de cambio se atrase y que la economía argentina pierda competitividad. Es cierto que el dólar no está corriendo a la misma velocidad que el IPC, pero lo está siguiendo mucho más de cerca que antes: el año pasado, el dólar se deslizaba un punto por cada tres puntos de inflación, mientras que ahora la relación es uno a dos.
Eso significa que, si el Central mantiene su tesitura, la tasa devaluatoria podría terminar el año cerca del 40%. Si se considera, además, que la inflación internacional está en un 9%, entonces quienes coloquen su dinero a un 60% en pesos ya no tendrán un aliciente tan grande cuando hagan la conversión a divisas.
Es lo que lleva Marina Dal Poggetto, una de las economistas más escuchadas del mercado, a afirmar que "sin anclas a la vista y con una rentabilidad que fue extraordinaria es esperable el carry tarde se corte en algún momento".
En otras palabras, o el dólar frena su carrera para volver a transformarse en ancla, o el Banco Central tendrá que pensar, en un futuro no muy lejano, en retocar nuevamente las tasas de interés.
El resto de los contratos, como los alquileres o los niveles de expensas, así como también los precios tarifados, como los combustibles, las telecomunicaciones y los servicios médicos, también sienten la presión de la suba de costos e ingresan en esta carrera.
De momento, el único precio que sigue de atrás esa carrera nominal es la tarifa de los servicios públicos, que apenas lleva una suba en lo que va del año. Pero, en medio del debate político, todo apunta a que el Gobierno está dispuesto a avanzar en el tema, pese a las resistencias del kirchnerismo.
Guzmán se comprometió a reducir en 0,6% del PBI el costo del subsidio estatal a la energía, pero la suba en el costo del gas está haciendo prever que, lejos de un recorte, hay riesgo de que ese gasto crezca, al punto de llegar al 3% del PBI cuando termine el año. En consecuencia, con la lupa del FMI sobre las cuentas fiscales, el ministro está determinado a ajustar nominalmente las tarifas -que de todas formas van a caer en términos reales-.
Guzmán, ¿optimismo a contramano?
Parece lejanísimo, en semejante marco, el anuncio del Gobierno sobre una "declaración de guerra" a la inflación, que utilizaría como armas los fideicomisos financiados con retenciones al agro, que serían utilizados para subsidiar precios de alimentos farináceos.
Hoy, incluso los funcionarios "duros" como el secretario de Comercio, Roberto Feletti, se ven obligados a revisar los topes de precios acordados con las cámaras empresariales, y autoriza nuevos aumentos ante la constatación de subas en los costos.
¿Por qué, pese a todo, Guzmán se anima a pronosticar una mejora en la inflación para los próximos meses? Hay dos motivos: uno es la cuestión estacional: después de marzo y abril, cuando se hacen notar aumentos de "cambio de temporada", suelen venir meses más tranquilos en los que, además, se produce un fuerte ingreso de dólares que transmiten calma al mercado.
Pero, sobre todo, porque aunque en su discurso el ministro diga que la inflación tiene un origen "multicausal", él comparte con los ortodoxos la idea de que la expansión monetaria es un factor que empuja los precios. Y, por eso, después de la emisión impuesta por el "Plan Platita" que volcó al mercado unos $964.000 en un trimestre-, volvió a imponer cierta disciplina monetaria. Quiere repetir la estrategia que le permitió el año pasado tener, entre marzo y agosto, una escalera descendente hasta un mínimo de 2,5% mensual.
Pero aun así, hay motivos para el escepticismo. Porque para moderar la emisión, Guzmán necesita prescindir de la asistencia del Banco Central y financiar el gasto público con el crédito del sistema financiero. Y tras un buen primer trimestre, en el que el mercado le renovó todos los vencimientos y, además, le dejó en la caja un "excedente" de 50%, ahora aparecien otra vez dificultades para poder pagar las obligaciones que van venciendo.
Traducido, después de tres meses de "abstinencia", hubo que volver a prender "la maquinita". Con los $285.700 millones que se llevan acumulados de traspasos del Banco Central al Tesoro, Guzmán ya "gastó" el 40% de la cuota de asistencia monetaria comprometida con el FMI.
Y la parte más complicada del año todavía no empezó.