¿Alivio para las reservas o más fuego a la inflación?: precaución por la soja a u$s600
¿Dios vuelve a ser argentino?: hay quienes se aferran a esa creencia cuando miran los precios del mercado de Chicago, donde la soja -responsable del 30% del ingreso de dólares al país- sube sin freno, se ubica en torno a u$s580 y hace ver como factible que se repitan los precios récord del año pasado.
Lo cierto es que en un verano complicado, las pocas noticias buenas que recibió la economía llegaron desde el campo: de no haber sido por el aporte récord que dejaron las exportaciones -trigo, principalmente- por u$s2.400 millones en enero, hoy la tensión cambiaria sería aun más grave. Y los funcionarios del equipo económico recibieron como una bendición, justo en un momento en el que la consecución de divisas para reforzar la caja del Banco Central es la gran obsesión.
Sin embargo, ya empieza a darse un clásico de estas situaciones: las advertencias sobre el "lado B" de los commodities al alza y el riesgo de dejarse ganar por la euforia.
Para empezar, lo que está impulsando los precios no es tanto un incremento de la demanda mundial sino más bien las mermas en la producción como consecuencia de reveses climáticos en los países productores.
Argentina está entre los afectados por el fenómeno "La Niña", con su saga de sequía y posteriores inundaciones, que complicaron la campaña y obligaron a revisar a la baja los volúmenes de cosecha que se preveían para el año.
Hablando en números, luego de los recortes calculados por la Bolsa de Comercio de Rosario, la campaña de soja dejaría 39 millones de toneladas -originalmente se esperaban 44 millones- mientras que en maíz se proyecta una cosecha de 48 millones -se preveía inicialmente llegar a 55 millones-.
Y traducido a plata, esto implicaría que se perderían exportaciones por al menos u$s2.600 millones, un 10% menos respecto de lo que se esperaba. Y estima que el impacto total sobre la economía argentina sería de u$s4.800 millones. En otras palabras, se perdería un punto de crecimiento potencial del PBI.
Sin embargo, hay economistas que proyectan que el costo podría ser mayor aun y creen que los costos totales por la sequía se ubicarán en u$s6.000 millones.
Son expectativas que contrastan notablemente con el optimismo reinante en el Gobierno, que sigue aferrado a la esperanza de llegar a un volumen de exportaciones por u$s80.000 millones y obtener un superávit comercial holgado que ayude a reforzar las reservas del Banco Central.
De manera que el debate entre los expertos de la actividad agropecuaria reside en si el aumento de los precios en el mercado global será lo suficientemente alto como para compensar el menor ingreso por el recorte de volumen de producción y exportación. A juzgar por las señales que envían los productores, el precio será un paliativo pero no logrará que el 2022 sea recordado como un año con "viento de popa".
Un boomerang en forma de inflación
Y, más allá de cuántos dólares ingresen, hay otro tema que siempre entra a la polémica cada vez que se produce un boom de precios: la influencia sobre mayores costos de producción local y, por ende un recalentamiento de la inflación.
En este punto están casi todos de acuerdo, porque es una preocupación tanto para los productores -que ven crecer los costos de sus insumos- como los funcionarios, que suelen repetir que su objetivo es "desacoplar" los precios internacionales de los locales.
Claro que ahí es donde terminan las coincidencias, porque a la hora de las propuestas empiezan las grandes divergencias: mientras el reflejo condicionado del Gobierno es el de subir retenciones y regular la exportación, desde el campo se pide una mayor apertura comercial y un alivio impositivo que estimule la inversión.
Es un debate hipersensible en un momento en el que el rubro alimentos sufre una suba de precios en torno de 5% mensual, pero que, al mismo tiempo, muestra a los productores agropecuarios con rentabilidades en caída.
Un ejemplo emblemático de esta discusión es la relación entre el maíz y la carne vacuna. Los ganaderos suelen engordar su hacienda con pastura y granos de maíz. Pero la sequía le puso un límite a la disponibilidad de pasto y obligó a aumentar la dependencia del maíz, que empieza a dar señales de escasez tras las dificultades climáticas. De hecho, la suba de ese insumo ha llegado a 40%, lo cual afecta también a la producción de leche, así como de carne porcina y aviar.
"Hay una psicosis generalizada sobre el faltante de maíz que podría darse en los próximos meses, por la menor cosecha esperada y por el posible atraso en la aparición de los primeros lotes de la nueva cosecha. Muchos agricultores, además, se resisten a vender el grano disponible, por la perspectiva de nuevos aumentos", argumentó Ignacio Iriarte, un experto del tema ganadero muy escuchado en el sector.
Su pronóstico es que la situación empeorará, por una oferta menor oferta de producto en las próximas semanas. Y ya está previendo que en 2022 volverá a reducirse el stock vacuno, dado que los productores ya empezaron a enviar hacienda a faena, justo en un momento en que bajan los índices de nacimientos.
Por su parte, el consultor Salvador Di Stefano afirma que, con los actuales costos de insumos como el maíz, la ecuación del negocio ganadero no está cerrando, dado que para no perder dinero, el criador tiene que vender el animal "gordo" en $310 por kilo, cuando en la actualidad el precio se ubica en $252.
"Esto implica que la carne en la carnicería tiene un atraso como mínimo del 30%, por los aumentos en cadena que hay desde el animal en pie, hasta llegar al consumidos. Si los que engordan a corral pierden, y los que tienen los animales en la pastura no tienen pasto, la llegada de animales terminados se va a retrasar, en el juego de la oferta y la demanda la carne sube", afirma.
El combustible presiona en las góndolas
Pero las tensiones derivadas de los precios internacionales no se limitan a los alimentos. También el capítulo de los combustibles es un factor de presión para la inflación doméstica.
En medio de nuevas tensiones geopolíticas que involucran a un gran productor como Rusia, el petróleo se acerca a la barrera psicológica de u$s100 por barril -luego de haber caído a u$s10 en el inicio de la pandemia- mientras el gas se encamina a u$s4,80 por millón de BTU, un precio tres veces superior al de 2020.
Estos incrementos tienen un impacto dual para la economía argentina. Por un lado, supone un aliciente para las inversiones en la producción energética, pero también es cierto que este es un momento en el que Argentina es un importador de energía.
Por lo pronto, ya en 2021 el rubro de combustibles representó un 9,3% del total de importaciones, y fue por lejos el de mayor crecimiento interanual, con una impactante suba de 121%. La combinación de baja producción local y el incremento de los precios internacionales en el nuevo contexto de tensión geopolítica global no constituyen un escenario para pensar que ese rubro no siga poniendo presión a las reservas.
De hecho, circulan proyecciones sobre un incremento de 60% en la importación de combustibles durante este año.
"La sequía y la falta de gas nacional disponible para el consumo del invierno hacen que las proyecciones de balanza comercial para 2022 se recorten en 6 a 7 mil millones de dólares respecto de 2021, por lo que la disponibilidad de divisas podría condicionar la trayectoria del nivel de actividad en 2022, dado que cada punto de variación del PIB requiere de un incremento de 3 puntos en las importaciones", observó Jorge Vasconcelos, economista jefe de la Fundación Mediterránea.
La contribución a la inflación ya se notó con los últimos aumentos de la nafta para el mercado local, un factor que traslada costos hacia toda la cadena logística y comercial, y que por lo tanto impacta en la inflación.
Pero hay, además, otro efecto por el cual la energía termina influyendo en el rubro de alimentos: se prevé un contagio sobre el costo de insumos clave para el agro, como los fertilizantes.
De manera que, lejos de aprovechar el coletazo favorable de la suba de commodities, el campo argentino está viendo cómo sus márgenes de rentabilidad se achican mientras los costos van a la suba.
¿El remedio, peor que la enfermedad?
Desde el Gobierno, esta situación, lejos de constituir una sorpresa, era algo que se sospechaba desde fines del año pasado. Y es por eso que se han propuesto medidas para morigerar el impacto inflacionario de la suba de las materias primas.
Sin embargo, se está lejos de generar un consenso con los productores. La fórmula ideada por el ministro de Ganadería, Julián Domínguez, es la conformación de un fideicomiso de u$s150 millones, formado por aportes de los exportadores de trigo y maíz. La idea es una adaptación de una experiencia que el presidente Alberto Fernández evaluó como exitosa en el rubro del aceite y que quiere generalizar a otros sectores del agro.
Implica, básicamente un subsidio desde la exportación hacia el consumo de los productores locales de alimentos. Pero las gremiales de productores se vienen negando de plano: aseguran que esa solución no es más que una "retención encubierta" y que, lejos de resolver los problemas de precios, implicará un mayor grado de intervencionismo, con riesgo de mayor informalidad y problemas de costos para la producción.
Su argumento es que países exportadores como Uruguay y Paraguay no han reprimido su nivel exportador en un contexto de alza de precios globales.
Lo cierto es que, a medida que los precios en las góndolas de los supermercados argentinos siguen subiendo, la vocación intervencionista del Gobierno se va acentuando, algo que los productores advierten en el creciente protagonismo del controvertido Roberto Feletti, cada vez con mayor injerencia en el área de Domínguez.
El secretario de Comercio es uno de los que han defendido públicamente la teoría de que la inflación argentina obedece, en buena medida, a la "importación" de los aumentos de precios del mercado global y que, por lo tanto, es responsabilidad del Estado imponer el "desacople". Aunque claro, nadie expresó esa idea de manera más explícita que la ex diputada Fernanda Vallejos, quien el año pasado, ante el boom de las materias primas, se quejó sobre la "maldición de exportar alimentos".