¿Primer choque con el FMI?: enero tuvo "inflación en dólares" de 1,5% y Guzmán mantiene ancla cambiaria
El primer mes del año ya adelantó cuál será uno de los posibles puntos de choque entre el Gobierno y el Fondo Monetario Internacional al discutir la "letra chica" del acuerdo. El organismo planteó la inconveniencia de que se siga profundizando el atraso cambiario. Pero en enero fue exactamente lo que ocurrió, a pesar de la promesa del equipo económico sobre que el tipo de cambio oficial se empezaría a mover más cerca de la inflación.
Lo cierto es que el deslizamiento del dólar, de 2.2% en todo el mes, quedará bien abajo de la inflación de enero, que los economistas privados estiman cerca del 4%. Esto implica que en el primer mes la Argentina tuvo una inflación en dólares de 1,5%. Y preanuncia uno de los dilemas a futuro: ¿se acelerará el crawling peg hasta equiparar la inflación? O, por el contrario, ¿se mantendrá el viejo apego al "ancla cambiaria"?.
En todo caso, ya se vislumbra el primer incumplimiento antes de que el acuerdo haya sido siquiera refrendado por el Congreso.
Según el criterio de Miguel Pesce, presidente del Banco Central, este debe ser uno de los momentos de mayor irracionalidad de la economía argentina: en una recordada frase dicha en un evento de fin de año ante un auditorio de industriales había dicho: "que alguien pague 200 pesos por un dólar no tiene racionalidad".
En contraste con sus expectativas, la escalada de los últimos días llevó a que, en el peor momento de volatilidad de enero, en plazas del interior se haya llegado a pagar $224 por el billete verde. Así, se confirmaron todos los pronósticos pesimistas, en el sentido de que la relativa calma findeañera se daría vuelta bruscamente cuando cayera la demanda de pesos.
Es un típico efecto estacional -hay estimaciones de economistas que durante el verano el apetito por pesos puede caer hasta un 6%-, que este año se ve agravado por la incertidumbre sobre el nuevo plan económico, la negociación con el FMI y las malas señales del exterior. Para colmo, hasta el campo empezó a recortar sus expectativas positivas debido a los reveses climáticos.
Ante esa situación, Pesce tuvo una reacción mixta. Por un lado, se resignó a una suba de tasas, un reclamo que el mercado venía realizando desde hacía tiempo y que, en teoría, debería retirar de plaza pesos que vayan a presionar al dólar paralelo.
Pero, por otra parte, se mostró más tibio de lo que el mercado esperaba en cuando a la velocidad de devaluación del tipo de cambio oficial. Las señales que los funcionarios habían dado el año pasado daban a entender que ya no se toleraría un agravamiento del retraso cambiario y que, por consiguiente, la devaluación correría a un ritmo similar al de la inflación.
Eso implicaría que la clásica "ancla cambiaria" ya no sería una de las herramientas centrales de la política económica. De hecho, el presupuesto original de Martín Guzmán preveía apenas una diferencia de cuatro puntos entre inflación y dólar. Era una cifra que no implicaba un riesgo para la competitividad argentina, si se tiene en cuenta que la inflación de Estados Unidos -en otras palabras, la pérdida de valor de la divisa de referencia mundial- se disparó a un 7%.
Pero, como saben todos los economistas, empresarios, dirigentes sindicales y amas de casa de la Argentina, la proyección de inflación de Guzmán cayó en el descrédito, y hoy el consenso del mercado es que 2022 terminará con una inflación de 55%, contra un dólar que seguirá corriendo desde atrás.
¿Un 20% de Inflación en dólares para el año?
En ese momento, la expectativa implicaba que se pasara de un deslizamiento del dólar de 1% mensual hacia un 3% mensual. Sin embargo, enero finalizó con 2,2% de suba del dólar, contra una inflación que el promedio de los economistas estiman en 3,8%.
Dicho en otras palabras, en enero se registrará una inflación en dólares de 1,5%. Si esa fuera la tónica de todo el año, eso implicaría que habría una inflación de 55% contra un deslizamiento del dólar oficial de 29%.
Es decir, otro año de inflación en dólares, en el que los precios de la economía argentina, medidos en la moneda estadounidense, se encarecerán un 20%.
Para el mercado, esa siempre es una señal preocupante, porque cada vez que se acumuló ese tipo de distorsión se produjo una brusca devaluación. Es cierto que ese registro sería menor al de 2021, cuando la inflación en dólares terminó siendo de 25%, pero en ese caso lo que importa es el efecto de acumulación. Es decir, en un período de dos años, se habrá registrado un encarecimiento en dólares del 54%.
La historia reciente muestra muchos ejemplos de cómo esas distorsiones terminaron con una devaluación abrupta.
La de enero de 2014, con Axel Kicillof recién asumido en el ministerio de Economía, se produjo después de acumular en dos años una inflación de 60% contra un dólar que se planchó ayudado por la aplicación del primer cepo cambiario y se mantuvo con pocos cambios hasta las elecciones legislativas de ese año.
El deslizamiento del tipo de cambio oficial en ese período fue de 38%, lo que implica que el país había acumulado en dos años una inflación en dólares de 16%. La reacción del mercado ante esa situación fue contundente: pese a todos los controles, los funcionarios kirchneristas debieron convalidar una devaluación del 25%.
Esa corrección le devolvió calma a la economía por algunos meses, hasta que nuevamente la inflación "se comió" ese colchón de competitividad. Fue así que en 2015, último año de la gestión de Cristina Kirchner, con un dólar planchado en plena campaña electoral -ayudado por la venta masiva de contratos de dólar futuro por parte del Banco Central- hubo una suba de la divisa de sólo 15% contra una inflación de 25%. Implicaba una devaluación en dólares del 9% en el año.
La corrección corrió por cuenta de Alfonso Prat Gay, primer ministro de Economía de la gestión macrista, que liberó el cepo y vio cómo en pocos días el dólar trepaba un 40%.
Pero, a pesar de su discurso en favor de la libre flotación, también los funcionarios de Macri demostraron que, cuando las razones políticas se imponen, pueden recurrir a la estrategia del dólar anestesiado. El peor momento del retraso cambiario ocurrió en 2017, en medio del fracaso de las políticas de metas de inflación, cuando ante una inflación de 24,8% el dólar se movió apenas un 15%. De esa manera, la inflación en dólares del año llegó al 8%, hasta que se anunció el cambio de política económica y el billete empezó a acelerar hasta explotar cuando se produjo la salida de los inversores, el cierre del crédito y el salvataje del FMI.
¿Hay ancla para rato?
Lo cierto es que, aun con todos esos antecedentes en contra, en el debate interno del Gobierno se esgrimen argumentos de peso para no entusiasmarse con una mayor velocidad devaluatoria.
Uno es que, en términos de comercio internacional, Argentina sigue barata en términos de dólar. Y hay un dato clave para el análisis técnico: a diferencia de lo ocurrido en otros momentos de crisis, no se verifica un déficit de la cuenta corriente, como queda en evidencia por el holgado superávit de u$s15.000 millones que dejó el intercambio comercial.
Pero, sobre todo, hay otro motivo que fue expresado con claridad por el propio Pesce, quien prometió que la aceleración del dólar sería llevada hasta el punto en el que no se convirtiera en un factor de tensión inflacionaria.
Es el clásico factor argentino de contagio de dólar a precios, que se ha constatado inexorablemente ante cada aceleración del dólar oficial, tanto por el encarecimiento de insumos importados como por los rápidos reflejos defensivos de una sociedad acostumbrada a pensar en dólares.
Y, con las perspectivas de hoy, ese temor de Pesce a un agravamiento en el plano de los precios parece estar dándose ya en el inicio del año. Por un lado, la expansión monetaria de fines del 2021 está pasando factura, lo que lleva a que los economistas corrijan todos los meses al alza su previsión inflacionaria.
Y, además, se está percibiendo con claridad el típico efecto de indexación: los sindicatos más fuertes están reclamando adelantos en las reaperturas de paritarias y las empresas ya están asumiendo que los incrementos salariales de este año se ubicarán en la franja de entre 40% y 50%.
Para colmo, hay otro factor que hasta ahora estuvo "congelado" y que este año jugará un rol importante en el efecto indexador: las tarifas de los servicios públicos. Más allá de cómo se resuelva la discusión interna en el Gobierno, está claro que hay una presión por parte del FMI de reducir en al menos medio punto del PBI el monto del subsidio estatal a la energía.
Con un ajuste de tarifas -posiblemente por encima del 30%, si se cumple la exigencia del Fondo- y salarios en modo de revisión permanente, la economía prácticamente se quedaría sin anclas nominales si, además, el dólar se moviera al compás de la inflación, por encima del 3% mensual.
En definitiva, hay una serie de motivos políticos para suponer que el ancla cambiaria volverá a estar presente en el 2022. Salvo que se imponga la visión fiscalista del FMI: como también ha demostrado la historia reciente, es con ajustes del tipo de cambio que se reduce el gasto público en términos del PBI, pero se trata de "soluciones" que implican un alto costo político para los gobiernos, algo que hoy nadie está dispuesto a asumir.