El furor por los plazos fijos tiene corta vida: ¿avanzará el Gobierno con suba de la tasa de interés?
Está ocurriendo algo inédito en el sistema financiero: por primera vez se cumplió la promesa que el Gobierno había hecho desde el inicio de su gestión, en el sentido de que la tasa para ahorrar en pesos debería ser siempre positiva en términos reales -es decir, le debería ganar a la inflación-.
Hasta ahora, las colocaciones a plazo fijo perdían contra los precios pero le ganaban a la devaluación del tipo de cambio oficial. El cambio de tendencia que se está constatando en estos días marca que, en el corto plazo les ganará a los dos.
Y, para completar, por el efecto de las nuevas restricciones cambiarias que desinflaron al dólar "blue", también en el último mes los plazos fijos tradicionales le ganaron al tipo de cambio paralelo.
Hablando en números, con tasas que rondan el 3% mensual, para los plazos que pagan los bancos a los pequeños ahorristas, pasó a ser negocio ante una inflación que, para alegría del Gobierno, rompió el piso del 3% en la previa de las elecciones.
La expectativa del mercado, según la encuesta REM del Banco Central, apunta a que en los próximos tres meses el IPC se ubique en 2,9%, sobre todo por efecto del "ancla cambiaria" y el retraso tarifario.
Lo cierto es que, aunque sea para el corto plazo, hubo un cambio de expectativas, y eso es lo que parece justificar el hecho de que los depósitos tradicionales a tasa fija, que venían en descenso, hayan vuelto a subir, finalizando agosto con $3,075 billones, una suba de 5% en un mes. Mientras tanto, en el sentido inverso los plazos fijos ajustables por el UVA -que siguen a la inflación- tuvieron una caída de 4% después de varios meses de ser la estrella del mercado.
Para completar el cuadro, la demanda de dólares por parte del público se mantiene relativamente tranquila. Después de un salto de 45% en julio en lo que respecta a compras por la ventanilla oficial del Banco Central, agosto muestra una caída en la salida del "dólar solidario".
Aunque los números oficiales todavía no fueron informados, hay un indicador que permite adelantar esa demanda, es la recaudación por el impuesto PAIS -el 30% que se aplica sobre la compra de dólar billete o sobre operaciones dolarizadas de comercio electrónico-. Y en agosto esa recaudación tuvo una reducción de 12% en comparación con julio.
Este punto de inflexión obedece, según los analistas, a que en julio la demanda había sido inusualmente alta por el "efecto aguinaldo" pero, además, que en agosto se notó el efecto de las últimas restricciones cambiarias, que al disminuir la brecha con el tipo de cambio paralelo, hicieron que disminuyera el incentivo para la compra de dólar "solidario".
Lo cierto es que los $8.705 millones recaudados en agosto por el impuesto PAIS lucen como una cifra menor en comparación con el pico registrado en agosto del año pasado, cuando totalizó $21.800. Actualizando esa cifra según la evolución del precio del dólar, equivaldría a $28.340 millones.
Amenazas bajo la aparente calma
El momento parece ideal para un gobierno en el cierre electoral: dólar calmo, brechas en baja, depósitos a plazo fijo que crecen mientras la inflación continúa cayendo. Sin embargo, detrás de las declaraciones de los funcionarios hay un innegable nerviosismo.
Todos saben que esta situación corre el riesgo de ser apenas una situación pasajera, hasta que pase el efecto electoral. A partir de diciembre, la expectativa es que la inflación rebote otra vez por encima del 3% en los meses del verano. Y, sobre todo, que la tasa de devaluación, que ahora avanza apaciblemente a poco más de 1% mensual, salte a un 4% en diciembre.
Esta situación es la que ha renovado el debate interno en el equipo económico. En la teoría están todos de acuerdo: ofrecer una tasa atractiva en pesos es la mejor forma de mantener a los ahorristas alejados del dólar y, por lo tanto, prevenir un agravamiento en la brecha cambiaria.
Referentes económicos del kirchnerismo han insistido en los últimos días respecto de que no hay una situación de retraso cambiario que pueda justificar un salto discreto del precio del dólar, como están reclamando muchos analistas. Pero admiten que para evitar las tensiones hay que dar señales al mercado.
Más concretamente, que la tasa de interés tiene que seguir ganándole a la inflación. Y ahí es donde la cosa empieza a complicarse, porque una suba en la tasa pasiva -la que se le ofrece a los ahorristas- podría implicar también un encarecimiento del crédito, que de por sí es la gran piedra en el zapato del modelo económico.
Con nueve de cada diez pesos del sistema bancario yendo a financiar el gasto público, se produce un efecto que los analistas denominan "frazada corta". Un informe de la administradora de activos Consultatio señala que debajo de la paz financiera se encienden luces de alarma, sobre todo las dificultades que muestra el Tesoro para financiarse. Apunta que el rendimiento de las colocaciones con CER se duplicó en menos de un mes y que, además, el público se volcó a los títulos "dólar linked" con una fuerza tan grande que no dejará mucho resto para que el sector público pueda usar esa herramienta.
Antes esa situación, advierte que el ministerio de Economía podría verse tentado a "recurrir a nuevas ‘cajas’ que contribuyan a la financiación de las necesidades fiscales". Una situación que, advierte, traería consecuencias negativas para la estabilidad de la economía.
El dilema de Guzmán
El ministro Martín Guzmán, en tanto, se resiste a subir las tasas para no encarecer el costo de financiamiento del Tesoro. Y, por otra parte, insinúa que lo que está pagando el Banco Central a los bancos por concepto de Leliq y pases pasivos es una cifra demasiado alta.
"El sistema financiero se supone que debe canalizar los ahorros en inversión y lo que hoy, lamentablemente, tenemos es una situación en la cual los depósitos que recibe el sistema bancario, en lugar de canalizarse en mayor medida en inversión ya sea privada o pública, en créditos, termina canalizándose en Leliq más Pases en una medida significativa", dijo Guzmán en una reciente conferencia de prensa.
Para el ministro, se ha llegado a una situación en la que "el Banco Central termina actuando como un intermediario entre los depositantes y los bancos", y dejó una frase que dio para mucha especulación: "Esta disfuncionalidad hay que corregirla".
Para algunos, fue un mensaje directo a Miguel Pesce, titular del Banco Central. Pero lo cierto es que si Pesce paga lo que paga por las Leliq es para absorber pesos después de haber emitido para asistir las necesidades de Guzmán.
El costo de esta política es alto: con un stock de $4 billones de Leliq y pases, el Banco Central pagó el mes pasado $124.000 millones, lo que implica en lo que va del año un acumulado de $814.000 millones.
Es una situación sobre la que hay consenso de que resulta incompatible con un plan de crecimiento económico.
"Los bancos se han convertido en los principales financiadores del déficit fiscal, esto le deja poco margen para financiar al sector privado, que a medida que transcurre el tiempo, tiene menos préstamos. El sector privado está afectado por un escenario de alta inflación, tipos de cambios múltiples, balances que no se ajustan por inflación, falta de financiamiento a tasas razonables y de largo plazo", observa el consultor Salvador Di Stefano.
Su argumento es que, con apenas $3,3 billones de préstamos al sector privado -contra $4 billones en Leliq y $700.000 millones encajados en el Central, "el sistema financiero está prácticamente estatizado".
¿Un rápido cambio de tendencia?
Ante esa situación, a nadie se le ocurre que una suba de tasas sea una medida plausible. Sin embargo, tampoco se percibe en el mercado una urgencia por ver una caída en las tasas: hoy los bancos tienen un nivel de liquidez históricamente alto, lo cual se atribuye al hecho de que las empresas todavía no están en condiciones de endeudarse.
En consecuencia, muchos temen que una baja en las tasas no generaría necesariamente una suba fuerte en la toma de crédito por parte de los privados y que, para empeorar, podría canalizar la liquidez hacia la demanda por el dólar.
En esa delicada sintonía fina, el panorama post electoral -según prevén los economistas de la encuesta REM- es un regreso a la "normalidad". Es decir, a que contrariando la promesa del Gobierno, otra vez los plazos fijos queden por debajo de la inflación y también de la devaluación.
Para el año próximo, se está previendo una inflación de 43%, un deslizamiento del dólar de 46% y tasas que caerán a un nivel de 34,5% nominal -en un año, daría un interés acumulado de 40,5%-.
¿Qué ocurrirá en el verano, cuando además, por motivos estacionales, hay más pesos dando vueltas y menos dólares de respaldo? La respuesta parece obvia: todo apunta a una intensificación de las presiones cambiarias.
Es, para el Gobierno, un dilema amargo: la suba de las tasas ayudaría a mantener al ahorrista lejos de los dólares, pero iría en contra de la reactivación económica y, además, empeoraría su propio costo de financiamiento. Una baja, por el contrario, podría incentivar la dolarización.