El saldo de la balanza comercial encendió luces amarillas: preocupa una menor entrada de dólares
Los festejos por el récord de u$s16.659 millones que ingresaron en el primer semestre por exportación del sector agrícola quedaron atrás. Las cifras del saldo comercial de junio prendieron la primera luz amarilla sobre el peligro que acecha al plan oficial.
La diferencia entre exportaciones e importaciones bajó abruptamente desde los u$s1.623 registrado en mayo, para quedar en un volumen de u$s1.067. Y el bajón se produjo aun cuando el "efecto supersoja" continuó sintiéndose con fuerza.
El complejo agroindustrial se mantuvo estable, con ventas por u$s4.785. En cambio, las importaciones subieron un 14% contra el mes anterior, en un panorama donde se destaca la compra de combustibles, que subió un 55% contra mayo y registró un impactante 210% en términos interanuales.
Si bien la foto de junio no es mala, y en definitiva dejó un saldo comercial que ayudó al Banco Central a recomponer sus reservas, lo que pone nervioso al mercado es la película del segundo semestre, donde los factores que movieron las exportaciones empezarán a decaer, mientras que los que empujan las importaciones ganarán más fuerza.
Este pesimismo se debe en parte a cuestiones estacionales -lo mejor de la soja ya pasó-, en parte a la consecuencia de la política de subsidios del Gobierno -están subiendo fuerte las compras de gas- y en parte a las restricciones del mercado cambiario.
"Si aumentase la percepción de que sobrevendrá una devaluación del tipo de cambio oficial luego de las elecciones, los exportadores tratarán de no liquidar cobros y los importadores harán lo contrario, anticipar pagos", indicó un reporte de la consultora Quantum, que dirige Daniel Marx.
En la misma línea, Marcelo Elizondo, presidente de la International Chamber of Commerce en Argentina, advierte sobre el efecto de la brecha entre el dólar paralelo y el oficial: además del desaliento en la exportación, se generan las condiciones para la subfacturación, a la vez que se corre el riesgo de la sobrefacturación de importaciones.
Lo cierto es que las señales de pesimismo abundan en el mercado. Por caso, Daniel Artana, economista jefe de FIEL, destacó que la recuperación de las exportaciones ha respondido más a un factor ajeno al control de Argentina -la suba de precios de los commodities- antes que a una suba en el volumen.
"Y, para adelante, las medidas que adopta el gobierno hacen cada vez más difícil alcanzar el objetivo. A los aumentos en las retenciones o bajas discrecionales, brecha cambiaria, y restricciones cuantitativas como las que se pusieron a las ventas al exterior de carne se suma ahora la estatización de la hidrovía", advierte el economista.
Los números parecen darle la razón: en el primer semestre, las exportaciones argentinas subieron un 28%, pero mientras los precios de esos productos subieron un promedio de 22,4%, las cantidades apenas lo hicieron en 4,7%.
Y, del otro lado del mostrador, las importaciones crecieron en el semestre un 48,6%, pero la variación recayó mucho más en el aumento del volumen comprado (36,9%) que en los precios (8,6%).
El retraso cambiario es señalado unánimemente como el factor que favorece esa situación. "Con inflación del 50 % los incentivos a la dolarización se acentúan, y esto se ve en la dinámica de las importaciones, con una sensibilidad a la variación del PIB mucho mayor que la de épocas normales", advierte Jorge Vasconcelos, director del Ieral, de la Fundación Mediterránea.
Y marca un dato clave: en una economía cuyo tamaño será 4% menor que del pre-pandémico 2019, el nivel de importaciones será un 20% más alto. Así, la relación entre importaciones y PBI alcanzará un nivel de 14%, el más alto de los últimos diez años.
Soja, entre la volatilidad de precio y el drama del Paraná
En ese marco de pesimismo hacia el futuro, algunos expertos le ponen cifras al desinfle del "efecto soja". Por ejemplo, Martín Redrado advierte que la exportación agrícola, que entre marzo y julio aportó divisas por un promedio mensual de u$s3.150 millones, bajará a sólo u$s2.300 millones entre agosto y diciembre. Viéndolo desde el foco financiero, pronostica que el Banco Central no sólo dejará de comprar dólares sino que comenzará a vender.
Otros consultores del sector creen que a partir de septiembre, la liquidación del sector agroexportador será apenas la tercera parte de lo ingresado el año pasado, cuando hubo ventas por u$s6.900 millones.
Esto ocurrirá por la conjunción de varios factores. El primero es estacional: los productores liquidan la mayor parte de la cosecha entre abril y julio, y luego van "regulando" a medida que necesitan saldar obligaciones. El segundo motivo es político: en años electorales, se exacerba ese conservadurismo, sobre todo por la expectativa de tomas de medidas inmediatamente después de los comicios. Y el tercero es de índole cambiario: cuanto mayor sea el "ruido" en el mercado -como está ocurriendo ahora por la suba del paralelo- menor será el incentivo para sacar los porotos de los silobolsas.
Y ahora se suma, para colmo, un problema que amenaza con transformarse en un desastre ambiental: la histórica bajante del río Paraná, que está poniendo en duda la normal continuidad de la exportación, o al menos está instalando la preocupación sobre un encarecimiento en los costos logísticos.
De hecho, hay economistas que están calculando que el efecto del río Paraná puede equivaler a una reducción de hasta 5% en el precio del cereal.
La reducción en el caudal de Paraná obedece a la falta de lluvias en Brasil, la zona de los afluentes del río. Y la gravedad del tema llegó a tal grado que Daniel Scioli, embajador argentino en Brasilia, hizo una gestión diplomática ante las autoridades brasileñas para que se abrieran las presas, de manera de liberar agua que pudiera paliar la situación.
Pero está claro que se trataría de soluciones parciales hasta que no vuelvan las lluvias, cosa que no ocurrirá hasta dentro de tres meses. Mientras tanto, la logística de los embarques está sufriendo las consecuencias.
En Rosario se habla de una merma de más de 10.000 toneladas por buque- puede equivaler a un 40% de la capacidad-, lo que obliga a completar la carga en muelles marítimos, lo que implica un costo de flete.
Irónicamente, esa crisis ocurre en pleno debate político sobre la re-estatización de la hidrovía, una iniciativa que los empresarios han resistido por entender que hará menos eficiente la operatoria de comercio exterior.
De hecho, Daniel Nasini, titular de la Bolsa de Comercio rosarina destacó que el año pasado, cuando también se sufrió una bajante, se pudo operar con normalidad y que la situación actual sería mucho peor de no ser por el trabajo de dragado de los concesionarios privados.
Importaciones, con efecto combustible
Mientras tanto, en el lado importador todo apunta a una aceleración. De hecho, los analistas están corrigiendo al alza sus proyecciones, y la encuesta REM del Banco Central indica una cifra estimada en u$s54.320 millones.
Esto implica que el saldo comercial del año estaría en torno de u$s12.000 millones, cuando el plan original del Gobierno era que, para ayudar al Banco Central a sostener la estabilidad cambiaria, se consiguiera un déficit más robusto, de al menos u$s15.000 millones.
No es fácil llegar a esa cifra: implica que, durante el segundo semestre, todos los meses tendría que haber un saldo favorable de u$s1.400 millones, algo difícil de conseguir sin la intervención estatal para ralentizar las compras desde el exterior.
Es algo que, de hecho ya está ocurriendo, al punto que ya hay unos 650 pedidos de medida cautelar ante la justicia, presentado por empresas que se sienten perjudicadas por las demoras en la aprobación de sus compras, tras un largo proceso en el que se analiza la composición del producto a importar.
Pero hay factores estructurales de la economía argentina que son difíciles de cambiar. En ese sentido, uno de los principales peligros es la dependencia hacia una mayor importación de combustible, un rubro de difícil manejo sin que se provoque un shock en la economía real.
Hablando en números, las empresas del sector energético prevén importaciones de unos u$s3.550 millones, si se suman el gas natural que ingresa desde Bolivia, el fuel oil, el gasoil y el LNG. Implica un incremento de más del 50% respecto de las compras de combustibles realizadas el año pasado.
Es una expectativa pesimista, si se tiene en cuenta que la dirección de YPF acaba de anunciar que, gracias a las inversiones realizadas en el marco del "Plan Gas", se incrementará la producción más de un 20%.
Pero claro, del otro lado también está el congelamiento tarifario y los nuevos regímenes de subsidios especiales, como en de las zonas frías del país. Esto hace que la meta original de Martín Guzmán, de topear los subsidios energéticos en 1,7% del PBI haya quedado desdibujada. Para colmo, en la comparación con el pre-pandémico 2019, la producción de gas muestra una caída de 12%, según un informe de Ieral.
Pero, en definitiva, el problema que se le presenta al Gobierno es que, si se quiere alcanzar el objetivo de un crecimiento de 7% del PBI, como prometió el ministro Guzmán, se debe asumir un aumento de las importaciones del 20%, según la fórmula que acepta el consenso de los economistas.
En lo que va del año, las compras al exterior son un 17% mayores que en el 2019. Pero ahora empieza la parte difícil, y los funcionarios se enfrentarán a la coyuntura de elegir entre favorecer el crecimiento o cuidar las reservas del Banco Central.