Argentina y el "dólar Biden": por qué una divisa más débil puede no ser la gran noticia que ahora muchos imaginan
Vistas desde aquí, estas elecciones de Estados Unidos han sido las más extrañas de la historia. Porque han mostrado un país casi "argentinizado", con un nivel de grieta política insólito para los estándares estadounidenses, que ha incluido desde acusaciones e insultos en la campaña hasta denuncias de fraude en el escrutinio, todo tamizado con un clima enrarecido por la amenaza de violencia latente.
Fue una elección marcada por las postales de disturbios callejeros, denuncia por procedimientos electorales sospechosos, conflictos raciales, mientras el país supera la marca de 230 mil muertos y prácticamente no hay tema de la agenda en la que se pueda alcanzar un acuerdo. Una elección, en definitiva, con candidatos que no parecen a la altura de las circunstancias, donde todo parece más digno de los volátiles países latinoamericanos que de la potencia que se muestra como modelo de democracia estable.
Pero no sólo por ese cúmulo de situaciones políticas es rara esta elección. También lo es porque parece que, cualquiera sea la definición de la elección y lo que ocurra en las semanas posteriores, será inevitable un debilitamiento del dólar.
Por lo pronto, la primera reacción de los mercados fue una caída de la divisa estadounidense ante las otras monedas fuertes del mundo –en la primera jornada de escrutinio ya perdió 0,44%, el mayor retroceso frente al euro desde marzo pasado- mientras también los bonos del gobierno perdían valor. Y, en lo que respecta al largo plazo, también se pronostica que el dólar pierda potencia.
También esa es una situación que se aleja de la tradición estadounidense. Porque lo que ocurrió históricamente –y que siempre resultó difícil de entender para un argentino- es que, ante una percepción de crisis, los ciudadanos estadounidenses corren a refugiarse en la moneda que emite el gobierno.
Es el famoso "flight to quality" (vuelo a la calidad), que implica lo contrario a lo que suele ocurrir en Argentina, donde en las crisis la gente se aleja de todo lo que tenga olor a riesgo sistémico y corre a la seguridad de la economía real. Eso es lo que lleva a que, en cada crisis económica, se produzca el desplome en la demanda de pesos y de bonos argentinos y quien tiene capacidad de ahorro prefiere comprar ladrillos. Años de historia de licuaciones y confiscaciones avalan esa estrategia.
En cambio, en Estados Unidos, como quedó en evidencia en la crisis de la burbuja inmobiliaria de 2008, siempre ocurrió lo inverso. Las crisis suelen ser más de deflación que de inflación, y entonces todos prefieren desprenderse de los activos y correr a la seguridad de los "treasuries", incluso cuando den tasa de interés igual a cero.
El dólar, perdedor de la elección
Pero también esa tradición está en retroceso. Ya en los días previos a la elección, había cierta coincidencia entre los analistas respecto de que el dólar caería, quienquiera que ganase la elección. De hecho, con Donald Trump ya venía perdiendo terreno, en la medida en que la economía estadounidense aparecía golpeada por la pandemia.
Y aunque los números pre-Covid eran buenos –el salario del cuarto más pobre estaba creciendo a un ritmo de 4,7% anual-, los fundamentos de la política económica de Trump eran cuestionados desde el establishment mundial. Se criticaba que su recorte impositivo era regresivo y que su afán desregulatorio provocaba daño ambiental.
Además, la perspectiva de una acentuación de las tensiones con China y de un mayor proteccionismo marcaba el escenario de un dólar perdiendo valor frente al yuan.
Por otra parte, los pronósticos de debilitamiento del dólar eran más acentuados ante la eventualidad de un triunfo de Joe Biden, de quien se espera una suba de impuestos y una fuerte expansión del gasto público. Hablando en números, los demócratas quieren elevar desde 1,8 billones a un nuevo nivel de 2,2 billones el monto del estímulo. En Wall Street dan por descontado que el nuevo "paquete fiscal" esté aprobado antes de fin de año.
Incluso, desde el mundo de los economistas, hay apelaciones a no caer en timideces fiscales ni monetarias en un momento como este.
"Es hora de gastar mucho dinero en el futuro y no preocuparse de dónde viene el dinero. Por ahora, y por lo menos en los próximos años, el gasto deficitario a gran escala no sólo está bien, sino que es la única medida responsable que se puede implementar", afirmó el economista y premio Nobel Paul Krugman, uno de los máximos referentes del ala izquierda de la política estadounidense.
Pero también desde la derecha más conservadora y ortodoxa hay guiños a Biden y su plan expansivo. Medios influyentes como The Economist y Financial Times han editorializado respecto de la conveniencia para el mundo de que sea Biden quien se siente en el Salón Oval de la Casa Blanca. Confían en que el "ala radical" de los demócratas será frenada y que las propuestas más extremas en cuanto a castigos impositivos para el mundo corporativo no podrán concretarse.
Mientras tanto, la Reserva Federal confirmó lo que todo el mundo suponía: que se mantendrán las tasas de interés en sus niveles de entre 0% y 0,25%, como forma de seguir insuflando estímulo para la recuperación económica. Y no sólo, eso, sino que aclaró que "se compromete a usar su gama completa de herramientas para apoyar la economía estadounidense en este momento desafiante".
El objetivo de la Fed es inducir a la inflación, de manera que llegue a un nivel de 2% anual. Raro para los ojos argentinos, pero se trata de un tema crucial para la economía norteamericana.
¿Argentina tiene que festejar?
Y es aquí donde los argentinos se preguntan si hay motivos para el festejo. Cierto reflejo condicionado indica que un dólar que se debilita debería ser bueno para el país, dado que genera una serie de consecuencias positivas. A saber: suba en los precios de commodities, llegada de capitales que buscan mayores rentabilidades y oportunidad de mayores inversiones externas en el sector productivo.
Sin embargo, los expertos están advirtiendo sobre el riesgo de festejar por anticipado. También en ese sentido esta elección puede ser atípica.
Para empezar, porque el vínculo dólar-commodities ya no es tan lineal ni directo como en años anteriores. Quienes se entusiasman tiene en la memoria lo ocurrido en los tiempos de George W. Bush, cuando en el contexto de una política de inflación global la soja se disparó desde niveles de u$s200 hasta los récords de u$s600 que posibilitaron el "viento de cola" del modelo K.
Sin embargo, los expertos del campo ponen paños fríos. Para empezar, porque este año ya se produjo una recuperación del precio de los granos. La soja, que ahora está en u$s404, un máximo de cuatro años, todo un motivo de festejo si se considera que a inicios de año el nivel era de u$340. Pero no hay pronósticos de que la tendencia siga al alza.
Más bien al contrario, hay cierta especulación sobre un punto de inflexión. Ocurre que, a diferencia de lo ocurrido en el anterior boom de la soja, hay ciertos factores que ya no están en juego. Una diferencia importante respecto de la situación de la década anterior es, por ejemplo, el hecho de que Estados Unidos en 2008 fomentó el uso del maíz como insumo del bioetanol, lo cual llevó a una caída en la oferta de maíz para uso alimenticio y que la demanda de soja –un sustituto del maíz- explotara.
Pero, sobre todo, el gran tema en el que los expertos ponen el foco es en la demanda china y el contexto de la guerra comercial entre el gigante asiático y Estados Unidos. Los exportadores argentinos consideran que este no es un momento de flujos comerciales normales, y que gran parte de la demanda china responde a una política de stockeo preventivo, dada la volatilidad de la relación con Estados Unidos.
Esa situación podría cambiar como consecuencia de las elecciones. En todo caso, lo que señalan es que la debilidad del dólar ya no es el factor fundamental que determina el precio de la soja, sino que éste depende más de la demanda y, por lo tanto, de la marcha de la economía mundial.
El segundo motivo para enfriar el festejo es que difícilmente Argentina se pueda beneficiar de la típica ola de capitales que busca mayores rentabilidades en los mercados emergentes para huir del dólar débil y la tasa cero de la Fed. Esto ya no es por un tema del contexto global sino por la propia peripecia financiera argentina.
Tras el canje de la deuda, hoy el riesgo país se ubica en el entorno de 1.400 puntos, en una situación en la que el crédito externo está prácticamente cerrado. Los inversores muestran menos interés ahora por comprar títulos de deuda soberana argentina que el que había antes del canje. Tanto es así que los bonos rinden un 15%, comparable con las naciones africanas más problemáticas, mientras la región latinoamericana accede a tasas inferiores al 3%.
De hecho, los principales referentes del mundo de las finanzas se refieren a Argentina en términos muy críticos, empezando por Larry Fink, el conductor del poderoso fondo BlackRock, cuyo nombre suena como posible secretario del Tesoro estadounidense.
En otras palabras, hoy el mundo ve a Argentina como un mercado riesgoso para traer dólares, dada la situación fiscal –y su financiación monetaria-. Nadie cree que haya un ingreso masivo de capitales, o por lo menos no antes de que haya un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.
Finalmente, también está en duda el otro motivo clásico de festejo por el dólar débil: la llegada de inversión directa vinculada al sector energético. Ocurre que, en la lógica de la pandemia y la recesión global, las perspectivas son de un precio debilitado para el barril de petróleo.
Como ocurre con las materias primas agrícolas, también en este caso hay un desacople, y el petróleo ya no varía tanto en función de la divisa estadounidense sino de la castigada demanda global.
La perspectiva de Biden en la Casa Blanca supone un factor adicional para debilitar el precio del barril, por dos motivos. Uno, en el corto plazo, es el posible regreso de Irán al mercado estadounidense, lo cual aumentará significativamente la oferta y presionará el precio a la baja. El otro motivo es la propuesta de "New Green Deal", que supone la transición a fuentes alternativas de energía.
En ese contexto, el atractivo de Vaca Muerta, como los de todos los yacimientos no convencionales –que tienen costos de producción más altos que los tradicionales- no parece indicar que haya una explosión de inversiones a corto plazo.
Y, finalmente, queda el mayor interrogante de todos: si aun a pesar de todos los problemas que se ven en Estados Unidos, el dólar sufrirá efectivamente un debilitamiento como el que se había pronosticado. Los bancos de inversión creen que, tal vez, el dato más importante no sea quién ganó, sino el hecho de que la elección fue tan pareja que el Congreso supondrá un freno a cualquier iniciativa demasiado radical. Y que eso limitará el debilitamiento de la divisa.
En definitiva, Argentina va a tener que seguir focalizando más en resolver sus propios problemas que en apostar a la "bendición" de una nueva época de dólar barato.