Más allá de la sanción de Trump a Argentina: una pelea con Brasil y la "bienvenida" a Alberto
Cristina Kirchner debe haber sumado un motivo adicional para su íntima admiración por Donald Trump. Además de haber logrado una fuerte recuperación de la economía, de haber reducido drásticamente el desempleo y de no tener empacho en criticar las políticas de la Reserva Federal –todas medidas que la ex mandataria argentina elogió durante la presentación de su libro "Sinceramente"- ahora ratificó que no le tiembla el pulso a la hora de aplicar medidas proteccionistas.
El motivo esgrimido por Trump es de una lógica que ningún peronista que se precie de tal se animaría a rebatir: el cuidado de la industria y los productores agrícolas locales debe ser definido como prioridad de la política económica, en un contexto en que la economía mundial está en una guerra por quedarse con los puestos de empleo. Una guerra en la que unos aplican armas tales como las devaluaciones competitivas y otros levantan aranceles, aun contradiciendo sus discursos pro libre mercado.
Pragmatismo al 100 por ciento y cero apego a la ortodoxia económica.
Pero por desgracia para Cristina, para Alberto Fernández, para Aluar, para el grupo Techint y para toda la economía nacional, esa demostración de proteccionismo industrial norteamericano pegará justo en la zona más sensible para la Argentina: la generación de dólares.
Por lo pronto, los funcionarios del gobierno entrante y los funcionarios de las empresas afectadas ya están sacando cuentas sobre cuánto costará la nueva movida de Trump. Luego del acuerdo de mayo de 2018 –que implicó la exención de aranceles para acero y aluminio-, el país accedió a la venta de 180.000 toneladas anuales hacia el mercado estadounidense. Hablando en plata, son unos u$s700 millones que se llevan exportados en lo que va del año y que entran en riesgo.
Para un gobierno cuya prioridad será la generación de divisas con las cuales reactivar la economía y, además, hacer frente a los masivos vencimientos de deuda pública, no puede haber una peor noticia.
Pero lo más extraño de todo fue la justificación de Trump: dijo que Argentina merecía volver a pagar el arancel como consecuencia de la gran devaluación impuesta al peso.
En los ámbitos empresarial y diplomático no hubo duda en el sentido de que la argumentación era débil y encima llegaba a destiempo. Pero lo más curioso es que hasta contradecía la postura que había defendido Estados Unidos en el peor momento de la crisis financiera argentina.
Cuando el ala dura del Fondo Monetario Internacional mostraba dudas sobre si acudir en rescate de la Argentina –sobre todo después del rápido fracaso de la primera fase del "stand by"- la presión de Trump fue fundamental para que se avanzara con el programa financiero récord de u$s58.000 millones.
Y en ese momento el diagnóstico compartido por el FMI y por el Tesoro estadounidense era que el peso estaba sobrevaluado y que Mauricio Macri no debía invertir dinero ni seguir desgastando su gobierno en un intento estéril por defender un tipo de cambio que no reflejaba la verdadera productividad de la economía argentina.
En otras palabras, tanto para el FMI como para la administración Trump, el problema no es que ahora el peso argentino esté subvaluado, sino que antes estaba sobrevaluado.
Por eso, la acusación de incurrir en una devaluación para lograr artificialmente una ventaja competitiva suena extraña. Porque no sólo contradice todo el comportamiento anterior, sino que además llega en un momento en el que la moneda nacional empieza a recuperarse –tanto que los economistas vuelven a debatir si no será necesario un nuevo salto devaluatorio-.
Si la sanción hubiese ocurrido en septiembre de 2018 –cuando renunció Luis Caputo al BCRA-, en abril de este año -cuando el dólar trepó a $45- o en agosto pasado –cuando el gobierno convalidó la corrida post PASO-, la medida podría haber sido recibida con resignación. ¿Pero ahora, que con un duro cepo el dólar está anestesiado y se retrasa mes a mes ante una inflación que ronda el 4%?
El factor Bolsonaro-China
La situación luce tan injustificada que en el ámbito empresarial nadie duda sobre cuál fue el verdadero desencadenante de la medida: Argentina no está siendo castigada de manera directa, sino que es una víctima colateral de una pelea entre Trump y el brasileño Jair Bolsonaro.
El presidente del país vecino inició una estrategia de acercamiento con China que despertó las sospechas y el malhumor de Trump, que hasta ahora veía a Brasil como su gran aliado en la región.
Bolsonaro se reunió recientemente en Brasilia con el presidente chino Xi Jinping, a quien le dijo "China es cada vez más parte del futuro de Brasil". Y el encuentro ocurrió en un momento en el que la guerra comercial entre Estados Unidos y la superpotencia asiática alcanza su punto de máxima intensidad, con la aplicación de sanciones comerciales y de boicot tecnológico.
La reunión coincidió con una serie de devaluaciones del real, una noticia que en el país vecino fue recibida con alivio como una ayuda a recuperar el crecimiento para el año próximo.
La conjunción de esas situaciones fue lo que irritó a Trump. Pero sancionar sólo a Brasil con la excusa de una devaluación competitiva y no hacerlo con Argentina –que ha devaluado su moneda en mucho mayor medida- no habría parecido coherente. Ergo, la medida sirvió como una forma de aleccionar a toda la región.
O al menos así se lo ve desde las empresas argentinas, que están muy enojadas con la diplomacia de Macri por no haber previsto la situación. Lo cierto es que tanto el ministro de la producción, Dante Sica, como el canciller Jorge Faurie se mostraron sorprendidos por el tema y anunciaron el urgente inicio de gestiones.
La realidad es que las exportaciones argentinas de acero no mueven la aguja en la industria siderúrgica estadounidense –la cuota representa apenas un 0,6% del mercado- pero en cambio sí es muy relevante la exportación brasileña, que asciende a 17% de las compras de acero hechas por Estados Unidos, según datos del Departamento de Comercio.
En el país vecino, la noticia cayó como una bomba, y el presidente Bolsonaro dijo que se ocuparía personalmente de arreglar las cosas con Trump. Prometió llamarlo por teléfono y dijo tener "casi certeza" de que su colega estadounidense atenderá el pedido de dar marcha atrás con la sanción.
Bolsonaro se defendió con el argumento de que Brasil no buscó entrar en una guerra de devaluaciones, sino que es víctima de una turbulencia regional. Casualmente, mencionó la elección de Alberto Fernández en Argentina como uno de los factores que contribuyeron para que el real perdiera valor frente al dólar.
La diplomacia de Alberto, ante su primer desafío
Con semejante "bienvenida" al gobierno de Alberto por parte de Trump, la diplomacia argentina que encabezará Felipe Solá a partir del 10 de diciembre tendrá un drástico cambio de prioridades.
Ahora las gestiones se centrarán en argumentar que no tiene sentido castigar a Argentina por una devaluación ocurrida hace meses y que el propio Tesoro de Estados Unidos consideró inevitable y hasta saludable.
Pero, al mismo tiempo, los funcionarios están tomando nota de que Trump está enviando un fuerte mensaje interno a la Reserva Federal, a la que le está exigiendo públicamente una actitud más decidida ante un mundo obsesionado por ganar competitividad exportadora. La principal duda es cómo influirá esta actitud de Trump a la hora de las negociaciones entre el nuevo gobierno argentino y el Fondo Monetario.
La especulación también transcurre por el carril político: hay quienes hablan sobre un intento de parte de la administración Trump de enviar un mensaje en un momento de turbulencia regional y de "marcar la cancha" de un nuevo gobierno que cuestiona el alineamiento internacional defendido por la diplomacia macrista.
En cuanto al acero, lo cierto es que los funcionarios de Alberto tendrán un caso para probar tempranamente su propio pragmatismo y cintura negociadora. Tienen un argumento fuerte: el peso se está revaluando en este mismo momento, y además la exportación argentina no afecta a la industria estadounidense-.
Y, paradójicamente, esta situación puede implicar un primer motivo de acercamiento con el gobierno de Bolsonaro, con quien no lo une el amor sino el espanto a la pérdida de mercados. Imprevistamente, un motivo para reencauzar al Mercosur con un tema de interés común, luego de los alterados internos por cuestiones ideológicas.
Si el episodio del acero se superara rápidamente, significaría un primer triunfo diplomático para el gobierno de Alberto Fernández, un motivo para entonar anímicamente el arranque de la gestión y hasta una superación del malhumor con Brasil.
Acaso, tal vez Trump haya hecho involuntariamente un primer favor al nuevo gobierno argentino.