Como CFK, Macri tiene su cepo: no puede usar dólares, ni bajar la tasa, ni impulsar la economía
Mauricio Macri tiene su propio “cepo”. No es un “cepo” como el que había activado Cristina Kirchner para sacar adelante su segundo mandato, entre 2011 y 2015.
Se trata de un “cepo” diferente, pero que -como antes le sucedió la entonces mandataria- le pone límites muy claros a su margen de maniobra. El punto en contacto entre el “cepo de Macri” y el “cepo de Cristina” es el dólar.
Lo de CFK fue muy evidente: a fines de 2011, una vez conseguida la reelección, y con un atraso cambiario que imponía una devaluación, la ahora expresidenta optó por encorsetar a las divisas que quedaban en las reservas y que debían resguardarse para pagar los vencimientos de la deuda.
Dicho de una manera cruda: los únicos privilegiados fueron los acreedores. El resto tuvo problemas para conseguir billetes verdes. Así fue como se impusieron cupos para importar, se creó un tipo de cambio más elevado para hacer turismo en el exterior y se generó un dólar “paralelo” para los ahorristas que querían atesorar.
Está claro que lo de Macri luce diferente. Bajo el gobierno de Cambiemos, los dólares están ahí, a disposición de quienes quieran, necesiten y puedan. Pero no es tan fácil acceder a ellos. Mejor dicho: no es más fácil que durante el segundo mandato de Cristina. Y aquí es donde aparece el concepto del “cepo de Macri”.
Una pista: la salida de Javier Iguacel de la secretaría de Energía guarda relación con ese hecho.
El ahora ex secretario, un funcionario fiel a Macri y que gozaba de su plena confianza, se tuvo que ir luego de que Nicolás Dujovne se negara a aplicar subsidios para las inversiones en Vaca Muerta.La negativa del ministro de Hacienda forma parte del menú impuesto por el Fondo Monetario Internacional para cumplir con el objetivo de déficit cero.
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Como Iguacel sigue muy convencido en que esos aportes resultan clave para el desarrollo del área, y que atraerán inversiones privadas en el corto plazo, terminó por dar el portazo.
Un antecedente muy similar ocurrió un par de semanas atrás, cuando el propio Dujovne anunció el final de las PPP, el ambicioso plan de inversiones de obras público-privadas. Incluso, el Gobierno explicó que la determinación se tomó porque este tipo de emprendimientos no hacían más que elevar el “riesgo país” de la Argentina.
De hecho, la negativa provino del propio FMI, que buscó evitar que la Argentina termine involucrada en el financiamiento externo de obras públicas. Sucede que, para el staff del Fondo, ese mecanismo termina teniendo un efecto similar al de un incremento de la deuda externa del país. Y por eso lo vetó.
De modo que ya están apareciendo los efectos colaterales del acuerdo con el FMI, el cual le permitió a Macri encontrar los fondos que el mercado financiero le venía negando y, de esa manera, estabilizar la situación cambiaria. Pero, como contrapartida, lo que terminó perdiendo fue margen de maniobra.
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Son los típicos condicionamientos que exige el organismo para asegurarse el repago del dinero que en su momento accedió a prestar.
Efectos en el mercado financiero
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Hay un segundo capítulo de esta realidad: la estrechez no sólo merodea el plano productivo. El “cepo” también se armó alrededor del segmento financiero.
Para evitar un nuevo salto del tipo de cambio, el acuerdo con el Fondo contempla un plan de emisión monetaria “cero” y tasas de interés reales elevadas.
En este punto, precisamente, se hace evidente la similitud entre el “cepo de Cristina” con el “cepo de Macri”.
Así como entre 2011 y 2015 todo el mundo reconocía que el valor del dólar oficial no reflejaba la cotización real si se liberalizaba el mercado -y por ese motivo el billete paralelo se mantenía varios puntos por encima-, ahora ocurre algo similar.¿A cuánto subiría el tipo de cambio si el Banco Central rebaja la tasa de interés a un nivel acorde con una economía que necesita volver a crecer?
¿Y a cuánto se iría esa cotización si el BCRA acompaña el nivel inflacionario y el potencial de crecimiento con la emisión de pesos?
Cualquiera de estas preguntas podrían responderse en ejercicios financieros. No existe una cotización “paralela” que dé una idea. Lo que sí se sabe es que el objetivo del plan monetario oficial pasa por mantener seca la plaza para que no haya pesos dando vueltas que terminen por acelerar la devaluación.
En esta disyuntiva, el índice de “riesgo país” es el mejor reflejo de que las expectativas andan por el piso. Y que el mercado financiero palpa que el equilibrio de hoy es inestable. Y, tal vez, pasajero. Nadie lo sabe a ciencia cierta. Lo único que salta a la vista es que, así como luce, la economía es inviable.
En el Gobierno y en el Banco Central, los funcionarios se muestran conscientes de las limitaciones. Y en tren de sincerarse, aseguran: “Acá lo único que interesa es mantener la paz cambiaria hasta las elecciones”.
Los funcionarios saben que nuevas turbulencias cambiarias podrían significar el final de la posible reelección del Presidente. Y hay un consenso interno pleno por mantener en calma el tipo de cambio.
En la City porteña y en Wall Street observan los números de la Argentina, y las cuentas no cierran. Más allá del nerviosismo que genera una eventual candidatura de CFK (y ni hablar su posible triunfo), los financistas tienen serias dudas sobre la capacidad del país de generar los dólares necesarios para afrontar los compromisos de la deuda, una vez que se acaben los dólares prestados por el FMI.
Y ahí es donde vuelven a unirse los caminos entre el “cepo de Cristina” y el “cepo de Macri”: ambos se vieron forzados a imponer esquemas de emergencia con un único fin: que el sinceramiento de las variables no terminen por hacer ingobernables sus respectivos mandatos.
Lo dicho: el “riesgo país” por encima de los 800 puntos revela la incertidumbre y la desconfianza de los inversores. Y, en los hechos, le impide al Gobierno un descenso de la tasa de interés sin que ello se traduzca en una nueva devaluación.
Ese indicador -como a Cristina el “paralelo”- le recuerdan a diario a Macri que las cosas no están funcionando.
Entre 2011 y 2015, el kirchnerismo ideó diversas estrategias para prolongar el statu quo. Elevó el impuesto a los viajeros, puso a la AFIP a monitorear las cuevas del microcentro, mostró en vivo y en directo a CFK y a Guillermo Moreno desde Angola, como si esa propaganda pudiera generar los dólares que le hacían falta a la economía. Culpó a Shell por la devaluación del 20% de 2014. Y el Banco Central vendió $70.000 millones en futuros para evitar el salto cambiario previo a las elecciones.
No hace falta recordar con detalle de qué manera terminó ese esquema.
El mercado descree
Ahora los funcionarios de Macri se juegan a que la estrategia lanzada para estabilizar el mercado tras la devaluación de mediados de 2018 dé lugar a un nuevo escenario virtuoso.
Sin embargo, la gran mayoría de las consultoras privadas descree de esa mirada optimista. Con la excepción de Orlando Ferreres, las demás esperan un 2019 con caídas en el PIB. Y, en todo caso, las diferencias se juegan en torno de la profundidad y la extensión de la recesión.
Hay consultoras, incluso, que plantean una inflación por encima de la de 2017, que no estuvo contaminada por la devaluación. Es el caso de Eco Go (comandada por Marina Dal Poggetto), que prevé un índice de precios cercano al 35 por ciento anual.
En este escenario queda claro por qué en los centros financieros comienzan a preocuparse por las chances electorales que tiene Cristina Kirchner. Y, aun en el caso de que Macri retenga su hospedaje en la Casa Rosada, a nadie escapa que la situación económica y financiera es muy compleja.
Por lo pronto, crece el consenso respecto de que el “cepo” que armó el equipo económico tendrá un nuevo test en algún momento previo a las elecciones. Como suele suceder antes de los comicios, en la Argentina recrudece el nivel de dolarización por parte de ahorristas y de empresas.
Como Cristina antes, ahora Macri también podrá fortalecer su “cepo”. A sabiendas, claro, de que la economía se va a resentir, todavía más. Y que, al fin de cuentas, el kirchnerismo no se pudo mantener en el poder por más controles que haya puesto.
Una vez más, la moneda está en el aire.