Macri en su hora más incómoda: acorralado por la crisis, debió apelar a “medidas kirchneristas”
La incomodidad resultó imposible de ocultar para el presidente Mauricio Macri.
Hablando en mensaje televisado, calificó como “malísimas” las medidas que tuvo que tomar para llegar a la meta del déficit cero, preguntó a sus críticos si creían que le gustaba tomar medidas antipáticas en vez de darles mayores aumentos a los docentes en conflicto y hasta, en un inesperado arrebato emocional, comparó los últimos cinco meses con el drama del secuestro extorsivo que sufrió a los 32 años.
Esta vez, a diferencia de sus escuetas intervenciones previas para anunciar acuerdos con el Fondo Monetario Internacional, Macri se tomó su tiempo para explayarse en un repaso sobre su estrategia de gestión y cómo había chocado contra una larga lista de improvistos que le deparó la situación internacional.
Sequía en el campo, suba de tasas de interés, guerra comercial de Trump con China, crisis política en Brasil, devaluación en Turquía, aumento del petróleo… Todos los factores fueron enumerados por el Presidente para justificar la “tormenta” tan lejana a aquella despreocupada frase -“lo peor ya pasó”- que había pronunciado el 1° de marzo al inaugurar el año legislativo.
Pero la acumulación de inconvenientes externos no impidió un esbozo de autocrítica, que se terminó resumiendo en una de las frases clave de su discurso: “El mundo nos dijo que no podemos seguir gastando por encima de nuestras posibilidades”.
Diferentes pero parecidos
Macri terminó dándole implícitamente la razón a sus críticos de la primera hora: los economistas que desde la ortodoxia liberal le advertían sobre la imposibilidad de un ajuste gradualista y le criticaban su vocación de ser un “kirchnerismo de buenos modales” que se negaba a las reformas estructurales y solamente había cambiado la forma de financiar el déficit.
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Lo paradójico es que, al tiempo que le da la razón a ese argumento al aceptar que “el mundo” le exige a la Argentina ir más rápido en su sendero de reformas, los métodos elegidos no son los que le aconseja la ortodoxia sino los que usaba el kirchnerismo.
Retenciones a la exportación, controles de precios, ancla salarial que se compensa con mayor gasto de asistencia social… y un freezer para las reformas que en su momento habían entusiasmado al macrismo, como la flexibilización laboral. Y, como música de fondo, el desesperado objetivo de conseguir dólares para calmar al mercado financiero.
El mero repaso a estas medidas anunciadas por el presidente y por su ratificado ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, marca una llamativa semejanza con las políticas que sostenía el kirchnerismo en tiempos de apriete fiscal.
La esencia es parecida pero lo que cambia es la retórica: mientras Cristina Kirchner hablaba de “rentas extraordinarias” y desplegaba un discurso de justicia social para justificar su esquema de retenciones a los sojeros, Macri anuncia una medida parecida pero con tono vergonzante, asumiendo que está en las antípodas de sus convicciones y casi que anticipándose a las críticas que sabían que iban a venir.
Pero, aun calificando a las retenciones como “un impuesto malísimo”, también encuentra su justificación para adoptarlas: los exportadores, tras una suba del 100% en la cotización del dólar, son el sector con mayor capacidad de aporte en un momento de emergencia económica.
El enojo del mercado no está en el declarado objetivo de equilibrar las cuentas, sino en los métodos: a fin de cuentas, también Cristina Kirchner mostraba un discurso de responsabilidad fiscal cuando castigaba a la clase media con el impuesto a las Ganancias y les negaba a las empresas el ajuste por inflación.
Las reacciones tras los anuncios no se hicieron esperar y no fueron sorpresa para nadie. Los más enojados fueron los economistas ortodoxos, que calificaron como “disparate” las medidas anunciadas para obtener el déficit cero. Después, los industriales, que hasta ahora no pagaban retenciones y que marcaron que el Gobierno desincentiva la inversión, exactamente lo opuesto a lo que el país necesita.
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Y, llamativamente, quienes hicieron una crítica más tibia y hasta con cierto grado de comprensión fueron las agremiaciones rurales, acostumbradas a este tipo de situaciones.
Dureza en las medidas, debilidad en la política
Desde el punto de vista político, Macri mostró un cambio respecto de otros momentos en que debió hacer anuncios antipáticos. Esta vez se mostró en contradicción con sus propios principios, por lo que la dureza de las medidas terminó dando una imagen más de debilidad que de fortaleza.
Todo lo contrario de lo que le ocurría al inicio de su mandato, cuando defendía con vehemencia los ajustes de las tarifas energéticas. En ese momento, hasta sus críticos más acérrimos reconocían que Macri tenía una determinada visión de los problemas del país y actuaba en consecuencia: si había que pagar el costo político de un tarifazo, lo hacía sin medir el riesgo.
Ahora, en cambio, recurre a medidas que él mismo criticó durante una década, obligado por una urgencia fiscal que subestimó. Y queda expuesto a los ataques, tanto desde la oposición peronista como de los desilusionados en su propia base electoral.
La principal crítica apunta al núcleo del problema del macrismo –y de cualquier gobierno argentino, sea del signo político que sea-, es decir, la imposibilidad de cerrar el déficit por la vía de cortar gasto público. Lo que, por ende, lleva a las clásicas “soluciones” impositivas que castigan al sector privado.
Pero si, a esta altura, Macri parece convencido de algo es de lo delicado del panorama social. Ya el hecho de haber elegido a la obra pública como principal rubro de ahorro en el presupuesto de 2019 implicará una agudización en los problemas de desempleo. Los datos de “uso interno” del equipo económico, que se filtraron accidentalmente en el documento difundido ayer muestran cifras preocupantes: la caída de la actividad económica será de un contundente 2,4% mientras que se asume una inflación de 42% para este fin de año, muy lejos de la meta inicial de 32% comprometida ante el FMI.
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En ese marco, para serán un recuerdo muy lejano los festejos de cada semestre cuando se constataba una disminución en el índice de pobreza, el rubro que explícitamente señaló como el parámetro con el cual quiere que su gestión sea evaluada. El Presidente admitió que la devaluación de las últimas semanas agudizará el efecto de pobreza sobre la población.
Macri dio evidencias de que no quiere exacerbar más las tensiones sociales. Y que para ello está dispuesto no sólo a reforzar la asistencia social sino a adoptar medidas en las que nunca creyó, como los acuerdos de precios.
Objetivo: recuperar la agenda
La sensación que dejó su discurso fue la de un mandatario enojado con su suerte y que atraviesa una situación muy distinta a la que había imaginado para su tercer año de gestión tras haber ganado con amplitud la elección legislativa de medio término.
Pero a pesar de la inocultable desazón, dejó entrever su objetivo de corto plazo: recuperar la agenda y la iniciativa política. Desde el estallido de la crisis cambiaria, su gobierno ha dejado la sensación de estar corriendo detrás de los hechos y que cada medida –desde el acuerdo con el FMI hasta los cambios de funcionarios- fueron una imposición de fuerzas externas.
En ese contexto de depresión para la coalición Cambiemos, hay unos pocos “brotes verdes” que dan una esperanza de recuperación política. El déficit de cuenta corriente está en vías de desaparición por gracia de la devaluación, de manera que las economías regionales ya muestran pujanza mientras las importaciones y el turismo externo ceden terreno ante las alternativas locales.
Todavía falta un largo año y medio para las elecciones, y los macristas más optimistas creen que, de la mano del dinamismo exportador, pueda cambiar el humor social el año próximo. Otra insospechada coincidencia con el kirchnerismo, al fin y al cabo, que construyó su proyecto político sobre las bases de una economía hiper devaluada.