"Índice Starbucks": el dólar debería bajar en la Argentina para alcanzar el equilibrio
Al igual que McDonald's, la cadena de cafeterías Sturbucks se ha convertido en un impero de alcance global: en la actualidad, cuenta con cerca de 27.000 tiendas repartidas en más de 70 países.
En la Argentina, la compañía comenzó a escribir su historia en mayo de 2008, cuando abrió su primer local. Su expansión llegó a tal punto que actualmente cuenta con unas 170 cafeterías.
Si bien en cada país introducen variantes locales (por ejemplo, en Estados Unidos hay puntos de venta que despachan vino y cerveza), la estrella indiscutida es el café y es así en cada uno de los locales repartidos alrededor del planeta.
De hecho, la compañía maneja sus compras de granos a través de un sistema de comercio justo. Y es ese mismo café el que puede llegar a manos de un consumidor en un mostrador de Moscú o en uno de Buenos Aires.
Con excepción de la leche y de otros productos perecederos con los que elaboran diferentes menús (pan, hortalizas, verduras, etc.), buena parte del "universo Starbucks" se importa.
En épocas del kirchnerismo, de hecho, se generó un debate en torno a las restricciones que sufría el ingreso de bienes del exterior cuando los consumidores vieron que la compañía tuvo que reemplazar sus clásicos e icónicos vasos de plástico con el logo verde de la sirena (que se fabrican en el exterior) por otros completamente blancos.
De esta manera, más allá de las excepciones que forman parte del menú, el café que todos los días se sirve en cada una de las cafeterías que operan bajo la marca es un producto muy estandarizado, dado que el componente fundamental (los granos) es adquirido a los mismos productores para luego ser distribuido hacia diferentes partes del mundo.
Incluso, es un producto más estandarizado que la popular hamburguesa de McDonald's, dado que en este último caso el contenido de ingredientes locales es mayor.
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Por eso, algunos expertos utilizan el clásico vaso de "latte" como una referencia para estimar cuán apreciado o depreciado está el signo monetario de cada nación en la que está presente esta cadena de cafeterías.
Así como desde mediados de los años '80 The Economist comenzó a relevar los valores de la hamburguesa más popular de la compañía de los arcos dorados alrededor del mundo para luego volcarlos semestralmente en su "Big Mac Index", The Wall Street Journal comenzó a hacer lo propio con el llamado "Latte Index".
La publicación, del mismo modo que The Economist, aplica el concepto de "paridad de poder de compra", el cual compara el costo de un mismo bien en diferentes países.
Dicha teoría establece que, con la misma cantidad de dólares convertidos, se debería poder comprar un bien idéntico en todas las naciones, sea un alimento o un servicio estandarizado.
Así, si en un país un producto tiene un valor muy alejado del mercado de referencia –el estadounidense, por cotizar en dólares- entonces se considera que hay factores domésticos que están distorsionando el verdadero nivel del tipo de cambio.
En otras palabras, el postulado marca que si –en este caso- un vaso de café es más barato en una nación determinada que en los EE.UU., entonces significaría que la moneda local está subvaluada frente al dólar. De lo contrario, si esa misma bebida es más cara que en los EE.UU., el signo monetario doméstico se encontraría sobrevalorado.
¿Qué ocurre en la Argentina? En una tienda de Palermo, el café latte tall (tamaño pequeño) cotiza a $82 que, convertido al tipo de cambio oficial, arroja un valor cercano a los u$s2,90.
Esto posiciona a Buenos Aires por debajo de otras ciudades, como Santiago de Chile (u$s3,76), Lima (u$s3,36) o incluso Londres (u$s3,05).
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En tanto que también se ubica por debajo del mercado de referencia, Estados Unidos, dado que en Nueva York, el café con leche en formato chico cotiza a u$s3,45.
¿Qué significa esto? Que el peso argentino está subvaluado frente al dólar. Básicamente porque este producto en Buenos Aires cotiza a $82. Y, si se divide ese valor en pesos en la Argentina por el vigente en los EE.UU. (u$s3,45) esto arroja un tipo de cambio implícito de $23,70.
Aplicando la lógica del "Índice Big Mac", la diferencia entre esta cifra (23,70) y el tipo de cambio actual en la plaza porteña (cerca de $28), sugiere entonces que el peso argentino está 15% subvaluado.
¿Qué sucedía hace exactamente dos años, cuando la gestión macrista recién estaba dando sus primeros pasos? En 2016, el precio que tenía que abonarse por un café en Starbucks era, en términos de divisas estadounidenses, un 8% más costoso que en el mercado de referencia, Nueva York.
La Argentina, más barata
Más allá de estas estimaciones que permiten inferir este tipo de índices, está claro que la devaluación terminó abaratando la economía doméstica en términos de dólar.
La mejora, de hecho, se plasmó en otros indicadores que se construyen alrededor de productos "commoditizados", como es el caso del comparativo global que mide los precios del teléfono de Apple.
Mientras que en julio de 2017 se necesitaban del equivalente de u$s1.750 para acceder a un iPhone 7 de 32 GB, en la actualidad se requieren de u$s1.330, es decir, de un 24% menos.
Esto obedeció a que el precio del equipo en pesos subió 32%, casi la mitad que la devaluación acumulada durante los últimos doce meses.
El hecho de que se hayan abaratado los bienes medidos en dólares es lo que entusiasma a los exportadores. Y también a los operadores turísticos que trabajan con destinos domésticos, quienes esperan una mayor afluencia de visitantes extranjeros durante los próximos meses.
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Algo de eso se está viendo, de hecho, en Bariloche, uno de los principales polos turísticos invernales, que en esta temporada está recibiendo un 20% más de brasileños que el año pasado.
Claro que la clave, de ahora en más, estará dada por la dinámica que tome el costo de vida. Un movimiento que determinará qué tan exitosó terminará siendo, en definitiva, este último salto del dólar.
Que un avance marcado del billete verde tenga impacto en los precios de la economía es considerado "normal" por los consumidores. De hecho, fue lo que quedó de manifiesto en las dos últimas depreciaciones del peso, ocurridas en 2014 y 2016.
En ambos momentos, el pass through (como se denomina al pasaje del avance del billete verde a los precios) terminó comiéndose, en cuestión de meses, todo el colchón de competitividad cambiaria que se había ganado.
Por ahora, hay economistas que marcan que el pass through que terminó neutralizando los efectos de los dos procesos devaluatorios anteriores, por ahora no se manifiesta en toda su magnitud.
Desde el IERAL el economista Jorge Day señala que el tipo de cambio real es el más competitivo desde el 2010 y que, a diferencia de los años previos, "el comportamiento de la inflación puede ser distinto".
"muestra que hay mucha inflación contenida debajo de la alfombra".
En buen romance, alertan que si no se absorben los pesos que “sobran”, el riesgo de traspaso y la posterior necesidad de una nueva depreciación "son significativos".
Según la consultora, la suba del índice es un fenómeno monetario: "Con Cambiemos hay alta inflación porque el BCRA sigue emitiendo a un ritmo superior muy superior al ritmo que la demanda de dinero aumenta", indican.
En este marco, alertan que para bajar el índice "en serio", entonces el BCRA "debe hacer una sola cosa: salir y comprar los pesos que sobran, achicando la base monetaria en términos nominales".
Si la entidad no limpia el exceso de dinero por las buenas, advierten desde E&R, entonces "se terminará limpiando por las malas: con más inflación", aumentando el riesgo que se perfore el límite de 32% interanual establecido en el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.