Plata Dulce 2018: del "dólar ahorro" de CFK al déficit récord de Macri, el eterno retorno del debate cambiario
Si Cristina Kirchner hubiera estado en el gobierno, habría tenido el argumento perfecto para responder al acto de Hugo Moyano: justo ese día se conocieron los datos de la compra de dólares que hacen todos los meses los argentinos, así como la cantidad de billetes verdes que durante todo el 2017 salieron por turismo en el exterior.
Ese mismo dato fue, especialmente durante sus últimos años de gestión, la "prueba" para desmentir cualquier acusación sobre crisis, pérdida adquisitiva del salario o malestar social.
Con su lógica irrefutable, la ex presidenta sostenía que si se compraban miles de millones de dólares era porque había gente que, después de haber saldado todas sus obligaciones, contaba con capacidad de ahorro lo suficientemente grande.
También, se jactaba de que durante su período de gobierno se batieran los récords de salida de argentinos a hacer turismo fuera del país.
Si alguien señalaba que eso era un síntoma de atraso cambiario que transfería recursos desde el aparato productivo a la clase media, ella negaba las críticas y asimilaba el furor turístico con una innegable prosperidad.
Incluso, en una de sus argumentaciones más arriesgadas, hasta defendía el rojo de la balanza comercial en rubros sensibles, tales como el de la energía.
Su tesis era que sólo un país en crecimiento tiene una demanda energética tan fuerte como para tener que importar combustibles, y que los momentos en que la energía sobró como para ser exportada fueron los de recesión.
Pero el macrismo tiene un estilo comunicacional diferente y por eso la difusión de los nuevos números de la economía se vivió con un sentimiento "culposo" apenas disimulado:
-Para el ideario tradicional argentino, los desbalances comerciales son siempre un mal síntoma, porque se los asocia con pérdida de empleo.
-Además, la compra masiva de dólares por parte de pequeños ahorristas es asimilada a una señal de desconfianza en la moneda nacional.
Y la salida de turistas que dejan sumas récord de billetes verdes fuera del país suele despertar las alarmas de un atraso cambiario con potencial traumático.
Lo cierto es que hoy, además de las acusaciones y críticas que llueven sobre el plan económico por sus dificultades para domar la inflación y consolidar el crecimiento, se han sumado como un nuevo lastre estos números sobre la salida de dólares.
Los datos -para regodeo de la oposición política y los economistas críticos- son más que elocuentes:
-La "fuga de capitales", como se conoce popularmente a la formación de activos externos, sigue gozando de buena salud y, tras el récord histórico del 2017, empezó el nuevo año con un registro de u$s2.894 millones -u$s1.814 en términos netos, si se descuentan las ventas-.
Y el dato más interesante es que no se trata de inversores institucionales sino del "chiquitaje": los compradores fueron cerca de 1 millón de ahorristas, que demandaron a un promedio módico de u$s1.300 per cápita.
-Desde que Mauricio Macri asumió como presidente, la salida por ese concepto acumula u$s55.000 millones, una cifra que abona las críticas respecto de que el endeudamiento externo terminó financiando la salida de capitales.
-Se estima en 2,5 millones los argentinos que, solamente en esta temporada veraniega, salieron a pasear al exterior. Y todo apunta a que se podrá superar el récord de 2017, cuando por ese concepto salieron del país u$s12.700 millones.
-Los saldos por gasto con tarjeta de crédito fuera del país alcanzaron los u$s800 millones, lo que implica un elocuente salto de 36% respecto de la suma que se registraba hace un año.
-En la balanza comercial, después de los u$s986 millones de déficit que se registraron en enero, los economistas ya se animan a proyectar para este año un nuevo récord histórico, en torno de los u$s10.000 millones y que dejarán como un "dato menor" el recientemente conocido déficit de u$s8.500 millones del 2017.
-El saldo de la cuenta corriente -es decir, el que resulta de tomar todos los dólares que entran al país y restarle todos los que salen-, se encamina al 5% del PBI, según las proyecciones de economistas.
Los problemas del retraso cambiario estructuralTratándose de un Gobierno al que suele tildarse de liberal y que ha defendido una apertura comercial, podría esperarse que sus funcionarios vieran estas cifras como una señal positiva, una forma de integración al mundo. Sin embargo, no pudo evitarse cierto tono culposo a la hora de dar explicaciones.
Por caso, el ministro de Producción, Francisco Cabrera, se ocupó de señalar que "hoy se importan en su mayoría máquinas y bienes de capital y un menor porcentaje es de bienes de consumo".
Según su cálculo, ocho de cada 10 importaciones tienen que ver con insumos para la producción.
Se trata de una argumentación que trae reminiscencias inquietantes: era la misma defensa que esgrimía Domingo Cavallo cuando, en 1994, se llegó a un récord histórico de déficit comercial y ya empezaban a ser inocultables los efectos secundarios de la convertibilidad cambiaria.
También la importación de insumos para la industria era el argumento preferido de Axel Kicillof, quien de esa forma justificaba la aplicación del "cepo" cambiario: el Estado debía canalizar los dólares -entonces escasos por la falta de crédito externo- para darle prioridad al sector productivo de la economía.
La cruel realidad mostró que a esos episodios no sólo no les siguió un boom productivo sino recesiones, y que el correlato de esos déficit siempre fue una masiva salida de dólares por turismo y ahorro de los minoristas que percibían inconsistencias en los respectivos "modelos".
La realidad de hoy, a juzgar por las señales del mercado, no parece tan distinta. La ola de importaciones no parece entusiasmar a ningún economista en el sentido de esperar un boom productivo gracias a la fuerte entrada de bienes de capitales e insumos industriales.
Más bien al contrario: hay consultores que empezaron a revisar a la baja sus pronósticos de crecimiento del PBI para este año, y a esta altura son pocos los que acompañan la proyección oficial de 3,5%.
Por otra parte, otras frases "defensivas" de los funcionarios pueden tener un efecto boomerang. El ministro Cabrera apuntó a que el problema no está en los dólares que salen sino en el escaso dinamismo de las exportaciones.
Es decir, casi una confesión de parte de la pérdida de competitividad que ha sufrido el aparato productivo.
Siguiendo la línea del Gobierno macrista, no asoció el problema a una cuestión cambiaria sino a los problemas de costo logístico y a la rigidez de la legislación laboral.
Pero hay algo que saben los industriales, los productores agrícolas y los funcionarios: aun cuando esos factores logísticos y de costo laboral pudieran ser resueltos, nunca lo hacen en el corto plazo, de manera que casi la única posibilidad para una reversión drástica de la balanza comercial es una devaluación.
El tema del tipo de cambio siempre se termina colando en la discusión. Los últimos informes de economistas apuntan a que los saltos devaluatorios de diciembre y enero permitieron volver al nivel competitivo de fines del 2016, que a su vez ya estaba golpeado por el diferencial de tasa entre inflación y devaluación.
Hay escepticismo generalizado sobre la posibilidad de que una recuperación de la competitividad venga por el lado de un nuevo aumento del dólar: en un contexto de indexación inflacionaria, todos creen que es cuestión de pocas semanas para que una devaluación sea "licuada" en términos reales.
Lo cierto es que los pronósticos sobre el saldo entre entrada y salida de dólares vienen empeorando. A los factores financieros se le agrega el pesimismo sobre las exportaciones, como consecuencia de la sequía que afecta al campo.
Por lo pronto, hay proyecciones como la de consultora Agritrend que prevé que la cosecha de este año dejará u$s3.700 millones menos que lo que estaba previsto.
El anunciado boom de precios de commodities agrícolas apenas dará para compensar parcialmente la caída de volumen producido: se prevé que el stock exportable caerá a 83,8 millones de toneladas, cuando la proyección pre-sequía era de 97,5 millones.
Con su sector más dinámico en crisis, la entrada de dólares al país incrementa su dependencia de la toma de crédito externo.
El ministro Luis "Toto" Caputo se apuró por realizar una fuerte emisión ni bien empezó el año, siguiendo los consejos de asesores que le alertaron sobre las buenas condiciones de tasa del mercado.
Hubo festejos por los u$s9.000 millones colocados a una tasa de 6,95% a 30 años. Pero claro: falta completar el programa financiero de u$s30.000 millones para todo el año, y ahora el mercado no se muestra tan amable.
Por lo pronto, el riesgo país ya tuvo un salto de unos 80 puntos básicos desde comienzos de año.
El debate circularEn definitiva, todos los datos apuntan a una conclusión irrefutable: el país está viviendo, como en tantos episodios de su historia reciente, un momento de "plata dulce" en el que una horda de turistas practican el "deme dos" en los negocios de electrónica de Miami.
Nada parece indicar que esa situación cambie en el corto plazo. Lo cual puede dar espacio para recrear el viejo debate: ¿es malo en sí comprar productos importados? ¿Es negativo que la gente viaje? ¿Ebs perjudicial que un asalariado quiera comprar dólares para acumular ahorros?
La propia Cristina Kirchner, que al inicio de su gobierno había encabezado una "campaña cultural desdolarizadora", se rindió ante la evidencia de la realidad y autorizó que se sacrificaran las divisas que supuestamente tenían destino prioritario en la industria con tal de tener contentos a los compradores del "dólar ahorro".
De esa manera, la ex presidenta se transformó en la principal defensora de la señalar a la masiva compra de billetes verdes y al turismo externo como señal de prosperidad.
Antes, argumentos parecidos habían dado José Alfredo Martínez de Hoz durante la tablita cambiaria de los '70 y el inefable Cavallo, durante la convertibilidad de los '90.
Ahora, el macrismo se enfrenta a la contradicción clásica del atraso cambiario estructural: a mayor felicidad de quienes viajan y compran, más altas se escuchan las quejas por la pérdida de competitividad. Y empieza la vieja discusión sobre si la solución es cerrar la economía o abrirla más.
Es así como, en medio de una nueva fiebre del "deme dos", se produce en estos días el eterno retorno del debate económico argentino a su punto de origen.