La otra dolencia: Cristina, con incapacidad crónica para delegar poder y con un vice en "aislamiento"

La nueva internación de la Presidenta dejó en evidencia el esquema vertical y personalista con el que funciona el Gobierno      
ECONOMÍA - 07 de Noviembre, 2014

"Por disposición expresa de la Presidenta", fue la frase más repetida por Diego Bossio, director de la Anses, al anunciar un plan de ayuda para los afectados por las inundaciones en la provincia de Buenos Aires.

A esa misma hora, Cristina Kirchner estaba en su habitación del sanatorio Otamendi, febril y dolorida en el abdomen por su sigmoiditis, y bajo el continuo monitoreo de los médicos, que le hacían tomografías y análisis de sangre.

Pero la preocupación del Gobierno, en términos de comunicación política, era destacar que en ningún momento se había desconectado de la realidad nacional ni había abandonado su absoluto control de las funciones gubernamentales.

Dos días después, la ministra de Industria, Débora Giorgi, abundaba más en este terreno, al revelar que durante la semana de la internación ella y los funcionarios habían recibido muchos mensajes con indicaciones expresas sobre las medidas a tomar. "Nos manda indicaciones por mensaje de texto y mail, teniéndonos a todos bien cortitos", confesó la ministra, quien se abstuvo de contar cómo habían caído en el ánimo de la Presidenta los últimos datos oficiales sobre baja de la producción industrial -2,7% acumulado en el año, 14 meses consecutivos de recesión-.

Luego fue el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, quien al anunciar la apertura de nuevas cuotas de exportación para trigo y maíz, recalcó que estaba siguiendo instrucciones precisas de la jefa de Estado.

No hay forma de saber cuán atenta estuvo a los avatares de la política durante esta nueva internación: el secretismo en el Otamendi llega a tal punto que ha sido desalojado el piso donde se encuentra y los detalles de su historia médica son borrados del sistema para evitar filtraciones.

Hay analistas políticos que creen que la imagen de una Cristina pendiente de todo lo que sucede es apenas una construcción política.

"No creo que ninguno de los funcionarios esté en contacto. No creo siquiera que los ministros hablen con ella. Más bien, me inclino a pensar que lo que se quiere transmitir es que sólo ella controla la administración", apunta el politólogo Roberto Starke.

Pero también hay quienes opinan que este protagonismo desde su internación es perfectamente factible dada su personalidad, que la lleva a tener poco apego por la delegación de funciones.

"Esta es una situación que se repite constantemente. No se puede negar que es imprescindible que Cristina esté a cargo del Gobierno, tanto para tomar decisiones como para comunicar", argumenta Marcos Novaro, director del Centro de Investigaciones Políticas.

Para el politólogo Rosendo Fraga, lo que queda en evidencia en situaciones como esta es que ningún funcionario tiene poder de por sí.

"En un régimen ‘hiper-presidencialista' como este, los funcionarios ejercen su poder por delegación. Es lógico que durante su internación digan que las decisiones que están ejecutando las toma ella", señala.

En todo caso, los que los analistas perciben es que, para el kirchnerismo, la independencia que muestran los funcionarios en ausencia de Cristina no es percibida como una fortaleza sino como una debilidad.

Para Diego Dillenberger, consultor en comunicación política, hay una evidente intención de reforzar el protagonismo de la mandataria: "El hecho de que todo el tiempo los funcionarios enfaticen que hablan por orden de la Presidenta apunta a desdramatizar el grado de peligro de su enfermedad".La salud sí, el control político no

Lo cierto es que esta nueva internación -y la obsesión de su entorno por mostrarla al mando- ha desmentido otra vez los pronósticos sobre una retracción de la Presidenta por motivos de salud.

Ante cada quebranto, los analistas remarcaban que lo que quedaba en evidencia era que no podría sostenerse un estilo de gobierno tan excesivamente centrado en su persona.

Y que, por lo tanto, el esquema "radial" de gestión -en el cual el jefe se comunica en forma vertical con los colaboradores, que casi no tienen contacto entre sí y cuentan con poca autonomía de decisión- estaba seriamente cuestionado.

Esto fue lo que se dijo antes de la operación de tiroides, a inicios de 2012. Pero, a su regreso, Cristina ratificó su estilo personalista.

Luego, cuando nuevamente tuvo que pedir licencia médica para su cirugía craneana a fines de 2013, se volvió a generar la expectativa de que delegaría poder, aunque más no fuera por el susto que le había causado ese trance de salud. Pero no.

Ya sea porque su propia personalidad se lo impide o porque su análisis político de la situación la convence de que debe ocupar el centro de la escena, lo que ocurrió luego de cada percance médico pareció una ratificación de que prefiere poner en riesgo su salud antes que ceder un centímetro de control político.

Como recuerda Rosendo Fraga, la mandataria vulneró el consejo médico de no exponerse a demasiadas situaciones de estrés luego de su última intervención quirúrgica.

"Claramente, su gestión a partir de enero se vio sometida a sucesivas situaciones de fuerte tensión. Pero, al mismo tiempo, la toma de decisiones se fue concentrando cada vez más en ella", observa el analista.

A esta altura, los expertos se preguntan hasta dónde la actitud de Cristina y de su Gobierno ante los reveses de salud es una expresión de fortaleza o de debilidad política.

"Este sistema de concentración de poder es ambivalente. Hace más fácil ejercerlo pero, al mismo tiempo, es más vulnerable ante cualquier situación que afecte al líder político", señala Fraga.

También hay quienes argumentan que, más allá de las preferencias personales de Cristina, es el propio sistema de gestión en la Argentina el que impulsa este protagonismo, aun desde un sanatorio.

"La figura del presidente es muy importante en el sistema constitucional argentino. Cuando no está, se genera un vacío -fue lo que pasó con Menem y con De la Rúa y pasa con todos los presidentes- y Cristina no es la excepción, entonces cuando suceden estas cosas ella quiere mostrar que está al mando para que no se genere ese vacío", argumenta Starke.

Lo que parece evidente  es que en los momentos de fragilidad física, Cristina ha obtenido un rédito político, como si el público se sintiera conmovido por esa demostración de sacrificio personal y apego a las convicciones.

"Siempre puede producirse un efecto de ‘congraciación' por su enfermedad, y de hecho las internaciones de Cristina tuvieron más efectos positivos que negativos", recuerda Dillenberger.

El es de los que cree que luego de su obligado reposo, es muy probable que haga una reaparición de alto impacto mediático, con algún anuncio en cadena televisada y junto al apoyo militante.

El fantasma de Boudou al acecho

Pero, en claro contraste con la persistencia de Cristina por mantener el control, hay un evidente cambio en el contexto político en el que le tocó vivir cada percance de salud.

El principal factor de cambio se llama Amado Boudou.

El vicepresidente pasó de garante de la paz social y de la estabilidad política durante la primera licencia médica a ser un verdadero innombrable para el Gobierno."Qué importante es que el vicepresidente piense lo mismo que quien fue elegido", decía aliviada la mandataria en diciembre de 2011, antes de dejar la presidencia en sus manos para someterse a una operación de la glándula tiroides.

En ese entonces, aún no había estallado el escándalo de la imprenta Ciccone por el que terminaría procesado.

Pero cuando, en octubre de 2013 Cristina tuvo que tomarse nuevamente licencia médica para operarse por una colección subdural crónica, la asunción temporaria de Boudou como presidente ya no era recibida con el mismo gesto distendido.

El vice había caído en el descrédito por las denuncias de tráfico de influencia. Y a medida que pasaban los días de reposo de Cristina y crecía la incertidumbre sobre cuál era su real situación de salud, el nerviosismo se hacía evidente. "Yo no creo que la sociedad lo permita", fue en aquel momento la contundente afirmación del politólogo Jorge Giacobbe, al responder sobre la eventualidad de que el Vicepresidente debiera ejercer algo más que una mera función protocolar.

Y arriesgó que, ante la eventualidad de que el desprestigiado funcionario debiera ponerse al mando, habría una resistencia popular, similar a la de otras oportunidades históricas donde la sociedad se opuso a que alguien la representara.

La situación ahora es diferente. Esta vez la Presidenta no se tomó formalmente una licencia médica lo cual, de haber sucedido, obligaría a que Boudou asumiera la presidencia interina-.

Pero ello no implica que el actual contexto sea menos incómodo para el Gobierno. Boudou está procesado y ante la mera noticia de la extensión del reposo, el fantasma de un rechazo al vicepresidente vuelve a rondar.

Hoy por hoy es impensable que Cristina pueda pronunciar un discurso similar al de 2011 y descansar en la seguridad de que su vice estará a la altura de representarla ante un foro internacional.

De hecho, se vio forzada a suspender por completo su agenda, que incluía un evento al que le asignaba una importancia superlativa, como es su viaje a la cumbre de presidentes en el G20, donde pretendía plantear la necesidad de una ley de quiebras soberanas para evitar litigios como el que afronta el país con los "buitres".

A nadie se le cruzó por un instante la posibilidad de que Boudou acudiera a esa cumbre en representación de la Presidenta.

En opinión de Starke, "ella quiere dar la sensación de que sigue gobernando para no verse obligada a delegar el poder en él, que es muy cuestionado y cuya legitimidad es muy baja".

Y es que el procesamiento de Boudou no sólo lo anula a los ojos de la sociedad sino que también es "una piedra en el zapato" para la propia interna kirchnerista, que entiende que la figura del vice en funciones presidenciales no sería tolerada.

En tanto, para Rosendo Fraga, "la decisión de que el vicepresidente no asista a la Cumbre del G20 en Australia, en representación de la Presidenta, y que lo hagan el canciller y el ministro de Economía, fue para evitar que la oposición comenzara a reclamar que Boudou no viajara".

Curiosamente, en esta última semana los partidos opositores prácticamente no han mencionado la posibilidad de que él estuviera próximo a asumir la presidencia ni han realizado críticas al respecto.

Para los analistas, esto no necesariamente implica una victoria política del Gobierno, pero sí deja en claro la debilidad de la oposición.

"Está muy poco atenta a las oportunidades que se les presentan para articular un discurso alternativo. En este momento, sobreactuar o salir a hablar de la salud de Cristina o Boudou los expone demasiado en sus incapacidades y probablemente no les convenga", observa Novaro.

En todo caso, si algo ha quedado en claro en estas últimas semanas es que la Presidenta, hasta ahora, ha logrado escapar al temido "síndrome del pato rengo", como denominan los politólogos a la situación de pérdida de poder y de iniciativa política que sufren los presidentes en la etapa final de su mandato.

Ya sea en la salud o en la enfermedad, en la adversidad de un blue desatado o en la euforia del lanzamiento del satélite argentino, Cristina no cede el centro de la escena.

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