• 13/11/2024

La Argentina, un paí­s que sufre cada vez más por sus problemas "de adicción" al recalentamiento

La Argentina, un paí­s que sufre cada vez más por sus problemas "de adicción" al recalentamiento
09/05/2011 - 10:02hs
La Argentina, un paí­s que sufre cada vez más por sus problemas "de adicción" al recalentamiento

¿Economía recalentada? ¿A quién le importa?

"En la Argentina estamos convencidos de que hay que acelerar y no aminorar el ritmo", se escuchó decir al ministro Amado Boudou, tras la última reunión global del Fondo Monetario Internacional.

Una frase que es toda una definición sobre las prioridades de la política argentina, justo cuando el resto de los países tienen la preocupación opuesta: cómo evitar el recalentamiento que trae la inflación y que torna al crecimiento económico poco sustentable a futuro.

Para los colegas de Boudou, una suba de precios de "apenas" 5% genera la suficiente alarma como para torcer el rumbo económico y tener que poner paños fríos.

Brasil, por caso, es uno de los tantos que elige este camino.

Sin ir más lejos, cuando el "velocímetro" de precios marcó un alza del 6%, inmediatamente comenzó a pensar en la puesta en marcha de un plan de enfriamiento: recorte del gasto público y encarecimiento del costo del dinero (suba de tasas), fueron algunas de las acciones a las que echó mano.

Y para nada se "pone colorado" si tiene que decir que crecerá apenas un 4,5% este año, si es que eso le sirve para mantener la inflación en parámetros normales.

Pero Boudou no comparte esos temores. Atrás quedaron las tradicionales recetas y las cientos de páginas leídas en su paso por la "liberal" casa de estudios CEMA, en donde no se escatimaba tiempo ni esfuerzo a la hora de advertir los graves riesgos que implica una economía inflacionaria, que crece sin suficientes inversiones, con distorsiones de precios, con un Estado avasallador -queriendo ocupar cada vez más espacios del sector privado- y con un dólar cuasifijo, cuyo valor no es fijado por la libre oferta y demanda.

Parecería que, para bien o para mal, todas esas lecciones aprendidas fueron dejadas de lado. ¿Cambio de convicciones? ¿Conveniencia política? A esta altura poco importa.

Lo cierto es que el Ministro, en esa frase, no hizo más que dejar bien en claro cuál es el primer mandamiento de la economía K, que ahora lo encuentra a él como uno de sus fieles y principales discípulos.

La Argentina adicta

Ahora bien, a esta altura de los acontecimientos y tras varios años de soportar un ritmo inflacionario de dos dígitos, cabe la pregunta: ¿Ese camino diferente, en realidad, puede que se haya transformado en el "único camino", y ya no esté en condiciones de elegir cuánto y cómo crecer?

Dicho de otro modo, ¿el país cuenta con la opción de mantener el pie en el acelerador (como hasta ahora) o quitarlo, para así controlar la suba de precios?

¿O la Argentina quedó presa y "adicta" de tener que -sí o sí- crecer a tasas chinas?

En la visión de muchos empresarios, con el paso del tiempo ha ido perdiendo ese margen de maniobra. Es más, muchos de ellos también sienten que quedaron "rehenes" del actual modelo.

¿Por qué? Sencillamente porque el fabricar más y más es el "antídoto" que les permite prorratear (en ese mayor volumen de producción) costos y subas salariales de un 25% -y de hasta un 35%- que resultan irrisorias en otras partes del mundo.

Así las cosas, sienten que el modelo "K" ha ingresado en una etapa en la cual el crecimiento caliente y a toda velocidad se presenta como la única opción. "Nuestro gran temor ya no es la inflación. Es que la actividad se desacelere. Eso sería muy peligroso, porque sólo el crecer en forma continua nos ha permitido, al menos, no caernos al abismo en cuanto a competitividad", señalaba días atrás a iProfesional.com Mariano Kestelboim, economista jefe de la fundación textil ProTejer.

¿Qué tan grave está el paciente?

Así las cosas, estas cifras de alto crecimiento que ostenta el país (el famoso "póquer de nueves"), lejos de ser un lujo comenzaron a ser percibidas como una necesidad.

Esto, quizá, resulta difícil de entender para un extranjero que le dé un vistazo a algunos números de la actividad económica en la Argentina:

• Un crecimiento industrial de 9,2% (primer trimestre).

• Un despacho de cemento que sube al 12 por ciento.

• Una producción de automóviles que sigue batiendo récords (a hoy es 20% más alta que la del excelente 2010).

• Ventas de electrodomésticos y equipamiento para el hogar que están, en volúmenes, un 11% por encima del año pasado (que ya era récord gracias a la fiebre del Mundial de fútbol).

• Gastos en tarjetas de crédito y préstamos personales creciendo a un ritmo del 40 por ciento.

Sin embargo, la contracara de esta bonanza es que, en los últimos tiempos, los márgenes de rentabilidad por producto se han achicado drásticamente.

Y las empresas sólo pueden amortiguar este problema a partir de aumentar los volúmenes de producción, para así compensar la espectacular suba de costos e insumos, amortizándolas en una mayor escala.

Ejemplos sobran. Uno de ellos es la industria textil, un paradigma de sector "resucitado" gracias al modelo K, que ha visto caer sus márgenes de ganancias a menos de la mitad en pocos años, al tiempo que sus gastos siguen aumentando, en pesos y en dólares.

¿Qué es lo que la sostiene y que hace que los empresarios no estén al borde del ataque de nervios? La respuesta es clara: un crecimiento de su actividad en torno al 14%.

Para mantenerse a flote ahora necesitan de dos cosas: primera, y fundamental, que se mantenga la exacerbación del consumo. En segundo término, que el Gobierno les brinde protección frente a la competencia importada que -ni por asomo- sufre alzas en sus costos como las del mercado interno.

Y esta visión no se limita a esta rama de actividad, ni es patrimonio exclusivo de aquellos que adhieren a la actual conducción económica.

"Cuando uno le pregunta a los ejecutivos de empresas cómo ven la economía, se da una paradoja. Por un lado critican al modelo y lo ven desgastado. Pero, por otro, cualquier cambio les genera cierto grado de pánico, porque muchos le tienen miedo a una caída en los niveles de consumo", revela Gonzalo Vázquez, directivo de la consultora Claves, que monitorea regularmente la situación de centenares de empresas pertenecientes a más de 60 rubros.

Según Vázquez, la visión generalizada de los hombres y mujeres de negocios es que "la sensación de riqueza que conllevan los aumentos nominales de ingresos en los asalariados hace que las ventas continúen fuertes".

El experto explica que ellos "saben que hay desajustes, pero también son concientes de que una corrección implica dar un volantazo que, irremediablemente, llevará a una menor demanda".¿Y si se pone el pie en el freno de golpe?

Ante este contexto, la cuestión central pasó a ser si es posible lograr alguna "mágica pócima" que permita reducir la inflación sin sacar el pie del acelerador del crecimiento.

Y las posturas oscilan entre quienes creen que es difícil y aquellos que lo ven imposible.

Para el analista Luciano Cohan, "si se lograse avanzar en un acuerdo de precios y salarios, no necesariamente debería caerse en una recesión". La pregunta es si esto es aún posible, luego de varios intentos sin éxito.

Un punto de vista más escéptico es expuesto por Diego Giacomini, economista jefe de la consultora Economía & Regiones, para quien "tarde o temprano esa dinámica de querer crecer en base a una alta inflación se romperá. Y cuando eso ocurra corremos el riesgo de quedarnos con inflación y sin crecimiento", advierte.

En consecuencia, su diagnóstico es contundente: "No hay forma de bajar la suba de precios sin reducir el nivel de actividad. Si la Argentina vive este proceso inflacionario es porque, justamente, sus fundamentals indican que no puede crecer todo el tiempo por encima del 7 por ciento".

Jorge Vasconcelos, economista jefe de Ieral, va un paso más allá al advertir que si el Gobierno no tiende a un proceso voluntario de normalización de su economía, el ajuste inevitablemente lo hará el mercado.

"La Argentina carece del volumen de inversiones y de ganancias de productividad que puedan permitirle crecer en forma sustentable por encima del 5% anual, una vez que se alcanzaron los límites de la capacidad ociosa", señala Vasconcelos.

"El Gobierno puede anticipar estas tendencias con medidas de contención. Pero, si no lo hace, el tipo de cambio terminará haciendo de instrumento ordenador", alerta.El escollo mayor

Pero todos los toques de atención chocan contra un duro escollo: no son solamente los empresarios quienes ven bajos incentivos para ir contra la corriente, conteniendo salarios y precios.

Hay otro jugador de peso que cada vez requiere de una dosis mayor y es "más adicto" al recalentamiento y a la inflación: el propio Gobierno.

"Si la inflación se frenase de golpe, el Estado sería el primer perjudicado. Porque el actual esquema le permite aumentar a grandes tasas su recaudación impositiva. Y, al mismo tiempo, le posibilita licuar gasto público", destaca Giacomini.

Además de ello, su colega Cohan advierte sobre otro aspecto -no menor- en épocas electorales: "Cada mejora en las jubilaciones, salarios mínimos o planes sociales es presentada a la opinión pública como un logro si bien, en realidad, sólo lo que se está haciendo es recuperar lo que la inflación se había comido".

Pero, tal vez, lo más importante en un año marcado a fuego por los comicios, es que el Ejecutivo puede vanagloriarse al mostrar tasas sorprendentes de crecimiento, en todo sentido: en la industria, en el ritmo de consumo, en la recaudación, en los salarios y en la suba del PBI.

"Menos mal que no les prestamos atención a los que decían que había que enfriar la economía", se jacta de decir Cristina Kirchner, en sus discursos.

En definitiva, en un país donde el Gobierno detecta en la inflación más beneficios que puntos en contra y en el cual las empresas se hicieron "adictas" al crecimiento a tasas chinas, resulta difícil seguir las recomendaciones de quienes aconsejan bajar un par de cambios.