Los peligros de acelerar la suba del dólar sin un acuerdo con el FMI ni un programa para reducir la inflación
El resultado de las elecciones del domingo no modifica en nada el cuadro macroeconómico pero permite que el Gobierno dé vuelta la página y empiece a ocuparse de resolver con seriedad los desequilibrios. El discurso de Alberto Fernández se entiende en estos términos y trae cierta luz de esperanza. La apuesta es que no se esfume pronto y que, en los primeros días de diciembre, según anunció, el Congreso reciba un programa consistente que permita reestructurar la deuda con el FMI y reordenar las expectativas macro. El desafío es generar los primeros cimientos de gobernabilidad para 2022 y 2023 que alejen la posibilidad de una nueva crisis.
Estas semanas serán una cuenta regresiva hasta conocer los detalles de ese plan plurianual. No presentarlo a tiempo o no satisfacer las degradadas expectativas privadas puede generar un nuevo salto de la brecha cambiaria.
El costo es acelerar la inflación y agravar aún más una situación social muy delicada, que está al borde de los años más difíciles de nuestra historia reciente.
El desafío para evitar ese desenlace es mayúsculo. En principio, se requiere descomprimir la tensión cambiaria. Siempre hay dos opciones: aumentar la oferta de dólares o reducir la demanda. La primera es la más deseable pero menos probable, paradójicamente porque a estos niveles de brecha no hay incentivos a liquidar divisas en el mercado oficial.
Además,se necesita tiempo. Más allá de anuncios de inversión importantes, como los del hidrógeno verde por u$s8.400 millones, son señales que no alimentan un mercado con sequía extrema. Hasta que los dólares no pasen por el mercado único y libre de cambios no cuentan. No hay expectativa que valga en este sentido.
"No presentar un plan a tiempo o no satisfacer las degradadas expectativas privadas puede generar un nuevo salto de la brecha cambiaria"
Es por ello que el Gobierno necesita frenar el drenaje con múltiples y renovadas restricciones. El cepo limita la salida pero también la entrada y en consecuencia, la brecha no cede. La tentación es acelerar la tasa de depreciación del peso, que desde mayo ronda 1% mensual.
El Central tomó ese camino en octubre del año pasado cuando, ante el salto de la brecha, aumentó la tasa mensual a 3,2% y la mantuvo en ese rango hasta febrero de este año.
En este contexto, con una inflación de 3,5% en los últimos dos meses, acelerar la depreciación puede tener efectos contraproducentes. En particular, porque la inflación núcleo (que no incluye tarifas y precios estacionales) también es muy alta, de 3,2%.
Por lo tanto, una depreciación que encarezca las importaciones sólo acelerará la inflación, exigiendo que la tasa de depreciación deba ser cada vez más alta para lograr el efecto deseado. Una dinámica explosiva.
La multiplicidad de desequilibrios acumulados exige medidas integrales antes que puntuales. Atacar de a un frente a la vez puede terminar empeorando aún más la situación. En consecuencia, acelerar la depreciación del peso sin un acuerdo con el FMI y un programa que apunte a reducir la inflación no sólo sería inefectivo sino además muy peligroso.
"Acelerar la depreciación del peso sin un acuerdo con el FMI y un programa que apunte a reducir la inflación sería muy peligroso"
Por lo pronto, esta visión parcial para resolver desequilibrios quedó en claro en la primera mitad del año en el crítico frente fiscal. El déficit primario acumuló apenas medio punto del PIB, con una asistencia del Banco Central al Tesoro que fue apenas la tercera parte respecto del semestre anterior.
Sin embargo, la inflación no cedió, en marzo tocó un pico de 4,8%, y promedió 3,8% entre enero y junio. La respuesta oficial fue profundizar la mirada sectorial sobre la inflación, con acuerdos y congelamientos de precios en alimentos y medicamentos, de escasa efectividad. Un intento de solución sectorial para un problema macroeconómico nunca puede salir bien.
A la gestión Fernández se le abrió una hendija de oportunidad. El debate económico en el Congreso, un avance concreto en la negociación con el FMI y la caída estacional de la inflación en los meses de verano pueden aprovecharse para avanzar en cierto ordenamiento macro.
El dilema es cómo resolver una complejísima tríada conformada por un 50% de inflación, un 100% de brecha y un 40% de pobreza. Todo intento de resolver cualquiera de ellos desordena a los otros. En lo que viene, la política económica tendrá que pensarse casi al nivel de la microcirugía, con diagnósticos muy precisos que busquen dañar lo menos posible, durante las correcciones, a un precario equilibrio social.