• 15/1/2025

Diego Pérez Andrade, un periodista que ejerció el oficio más lindo del mundo

DPA, como se lo conoció en el mundo periodístico, ya no está entre nosotros. Fue producto de una era en la que los ojos de la comunidad eran los cronistas
05/08/2024 - 19:26hs
Diego Pérez Andrade, un periodista que ejerció el oficio más lindo del mundo

Diego Pérez Andrade fue un periodista. Parece una frase sosa, infantil, casi sin sentido, pero el sentido lo cobra cada día cuando se pone en dimensión el trabajo del periodista que fue, en la época en que ejerció el oficio más lindo del mundo. Fue producto de una era en la que los ojos de la comunidad eran los cronistas, sin cámaras, sin celulares, a veces sin fotos y los hechos, las acciones, los colores y los olores venían de la mano de la pluma de esos hombres y mujeres. Diego Pérez Andrade fue un periodista. Murió el viernes 26 de julio, tras una larga batalla en las muchas veces se autoboicoteó y una vida que vivió como quiso.

Fue un maestro para varias generaciones. Áspero y sin concesiones, transmitía sus vivencias sin ánimo de consejero. "Andá y contá lo que ves, no es tan complicado, no seas maderna (así con la ene en medio de la palabra madera)", decía, cuando adjudicaba una cobertura a un novel y a veces sorprendido cronista que era ungido con una misión. Se la jugaba siempre y ponía en cada aprendiz la responsabilidad y la expectativa que lo ayudaría a dar el paso para convertirse en periodista. Muchas veces le salió bien.

Nunca dijo que se fijaran en sus crónicas de la cobertura de la Guerra de Malvinas que hizo, desde Puerto Argentino, para la agencia de noticias Télam. Pero los inquietos buscaron esos textos exquisitos, cargados de dolor y angustia, que transmitían los sufrimientos de los soldados que dejaban la piel en las islas. Firmaba con las iniciales de su nombre, como es de forma en las agencias: DPA. Así, se lo conocería también en el mundillo periodístico de la época. Como veterano de guerra, aquel sábado de su entierro, en el Cementerio de la Chacarita, fue despedido con honores militares por integrantes del Regimiento de Patricios y fue imposible evitar que los ojos se humedecieran.

Tanto lo marcó ese tiempo que bautizó Malvina a una hija, de los cuatro que lloraron su final: Lucas, Mariana y Diego Benjamín completan el fruto de su amor de muchos años con Miriam García del Hoyo.

2
Diego Pérez Andrade fue producto de una era en la que los ojos de la comunidad eran los cronistas

Manejaba la ironía como pocos, recreaba mundos con exquisita pluma y componía climas que invitaban a no dejar de leer sus crónicas, que cobraban un alto peso específico cuando era enviado a coberturas especiales. "Fantasía, hay que ponerle fantasy a los textos", pregonaba e invitaba. Notas publicadas en La Nación por el caso María Soledad Morales, en Catamarca, podrían ser un ejemplo de perfección en crónica, para enseñar en las escuelas de periodismo.

Culto, lector empedernido, cinéfilo, autodidacta -aprendió a leer y a hablar inglés sin academia, lo que le permitió moverse con soltura en el mundo-, pintó con maestría impar hechos relevantes de la historia reciente. Su trabajo en Vietnam para la Revista de La Nación es una pieza para releer. Allí acudió a la cobertura con un fotógrafo experto y reconocido, veterano de esa guerra, compañero en el diario, que completó la obra, el duro Don Ripka, a quién le sacó lágrimas cuando se publicó el artículo.

Con calle y con mundo, disfrutaba de la buena vida. Con pretensión de dandy porteño, tiradores y corbata, a veces moño, surcaba la redacción de La Nación haciendo gala de su humor ácido, del que disfrutaban y compartían cabales colegas como Germán Sopeña, Juan Carlos Insiarte, Angel "Lito" Vega, César Ivancovich, Mariano Wullich, Jorge Migliora, Eduardo Alperín, Carlos Nieto…

Ese elenco, que reflejó una época ida ya del periodismo de primer nivel, era parte también de un grupo que todos los jueves, al cierre de la edición, cerca de la medianoche, disfrutaba de una mesa bien regada en el ya desaparecido restaurante clásico de la Costanera Norte, Los Años Locos, donde a menudo las luces del alba sorprendían a los veteranos contertulios entre anécdotas contadas mil veces y falsas trifulcas para poner a tope la diversión y las risas. En esa mesa, DPA -o el Negrito, como le decían- sumó generosamente y con el aval del resto, a un par de jóvenes platenses que habían llegado a la redacción a comienzos de los años noventa, a los especialmente que prohijó bajo su ala.

v
DPA, como se lo conoció en el mundo periodístico, era reservado en temas personales

Sus detractores -que los tenía, claro- le achacan algunas discrecionalidades, le marcan agachadas y arquean las cejas en señal de que, efectivamente, era un tipo difícil en varios sentidos. También tienen razón.

Polémico hasta el tuétano, argumentador minucioso y de gran memoria, mostraba en esas condiciones su olfato para la noticia. Ese carácter muchas veces le costó caro, pero era un tipo testarudo. Tan testarudo que ni un cáncer pudo hacer que dejara de fumar, vicio que hasta sus últimos días arrastró a pesar de tantas recomendaciones y resistencias de familiares y amigos. La respuesta que solía dar a las diatribas no es apta para menores.

No le gustaba mostrar sus sentimientos. Era reservado en temas personales. Detrás de aquel papel de "duro de Hollywood" que representaba, había un tipo sensible que afloraba en la intimidad de las noches de whiskies en alguna barra. "¡Señor Manolo, otra galera negra, por favor!", solía vociferar en un bar de Belgrano para pedir al gallego que atendía un Johnnie Walker etiqueta negra. "Nunca menos de 12 años, no te mates con basura", recomendaba. En esas noches sí llegó a mostrar sus dolores, por su hermano desaparecido, por su falta de presencia en su casa, por sus debilidades y temores.

En sus frases que en la redacción de La Nación se hicieron célebres, en sus ocurrencias, en su generosidad desinteresada, en su legado personal y profesional que estas líneas no llegarán a pintar, quedará el recuerdo de aquel alegre personaje, cronista ocurrente, maestro del oficio y jefe carismático. Diego Pérez Andrade fue un periodista. Se murió a los 70 años. Se lo va a extrañar.