¿Sabías? La historia de las medias Ciudadela nació muy lejos del Conurbano: en Rumania
Entre los vastos conocimientos textiles de doña Paula Albarracín de Sarmiento figuraba la confección de medias de hilo. Dato que necesitamos conservar, ya que pasaremos de Domingo Faustino y su madre en el sosiego sanjuanino de comienzos del siglo XIX, a Francisco Abraham y su madre, en el amanecer del complicado siglo XX, en la eterna Rumania.
Ella, viuda de mirada melancólica y condición humilde, pero íntegra y luchadora, trabajaba tejiendo medias de lana para poder sostener a sus cuatro hijos. Los vistió, los proveyó y los protegió. Europa, durante la Segunda Guerra Mundial, era la peor opción para una familia judía. Los Abraham vivieron en ese infierno, donde sólo se trataba de sobrevivir. En esos días del demonio, Francisco tenía doble tarea. Por un lado, cumplía con el decreto que enviaba a él y a sus compañeros de liceo a picar piedras, actividad impuesta por el régimen nazi a los judíos. Por el otro, salir a venderle las medias a los soldados rumanos.
Francisco se casó con Magdalena Spitzer cuando comenzaron a apagarse las cenizas de la feroz contienda. A fines de 1946, le dieron el primer nieto –llamado Tomás– a la abnegada tejedora de medias. En 1948, consiguieron, con gran esfuerzo, los pasaportes y viajaron todos a Buenos Aires, en busca de esa prosperidad que se les negaba. Con los ahorros lograron alquilar un departamento no muy luminoso en Pedernera 65, a una cuadra de la plaza Flores. Pero además hacía falta un lugar donde pudieran dedicarse a la producción de hilos y medias.
El inicio de la fábrica: un galpón en Ciudadela
Por la esquina de su casa pasaba la avenida Rivadavia. Marcharon por la avenida rumbo al oeste y al ingresar a la provincia de Buenos Aires, a unos veinte minutos de Flores y en la despoblada zona de Ciudadela, encontraron el sitio. Allí alquilaron un galpón.
Para que el negocio marchara, había que hacer medias de calidad, a precios competentes y contar con vendedores persuasivos. Todos los requisitos fueron cumplimentados de la mejor manera. Los Abraham no solo eran buenos productores (tengamos en cuenta que la abuela de Tomasito y también la bisabuela pasaron su vida haciendo esta actividad), sino que también contaban con un vendedor de lujo: Francisco, quien estaba rodeado de un aura respetable y serena, más un encanto especial. Varios veteranos del comercio en las calles Corrientes, Lavalle y Pasteur recibieron con los brazos abiertos al vendedor y su mercancía.
Alto, delgado y erguido. Con pelo lacio color castaño, ojos grises y mentón de galán de Hollywood de los 50, había quienes pensaban que Francisco Abraham debía ser el modelo publicitario del producto.
La fábrica de medias Ciudadela (y de las bobinas de hilos de coser Tomasito, nombre del hijo del matrimonio Abraham) inició su actividad en 1949. Francisco concurría todos los días en tren. En 1955 compró en sociedad con su hermano un Chevrolet modelo 1940. Dos años después, el primer coche propio, otro Chevrolet 1941. Y en 1960, un Káiser Carabela color gris plateado. Al concluir la jornada, regresaba a su casa en el barrio de Flores, estacionaba el auto en el garaje de mitad de cuadra y caminaba hasta la puerta del departamento donde, con la fidelidad de un perro guardián, Tomás, de cuatro años, lo recibía sentado en la escalera de la entrada del edificio.
En la mismísima década del 50, la sencilla fábrica contaba con una importante dotación de personal –había criollos y emigrados de la Guerra Mundial, principalmente, eslovenos–, que incluía ochenta mujeres encargadas de desplegar en mesas de madera las medias que llegaban teñidas de la tintorería. Separadas por número y color en cada mesa, las operarias debían encontrar parejas, según contó Tomás Abraham en su novela La Dificultad, quien una vez por año recorría la fábrica de la mano de su padre, al mejor estilo "mañana serás vos quien maneje todo esto":
Una vez distribuidas las medias con la forma fijada según artículo, talle y color en las mesas de emparejado, las obreras sentadas bajo la mirada de una encargada que entregaba a cada una de ellas las partidas sobre una bandeja de madera, separaban el montón, lo desplegaban para tener cada media a la vista y las reunían en pares, que pese a ya estar clasificadas por talle y color tenían con frecuencia disparidades en el largo y por un control de calidad estricto que identificaba a la marca que se presentaba por radio con el lema: "Calidad y media…", las juntaban con un gancho para de ese modo dar nacimiento al par en el que dos medias sueltas encontraban su réplica correspondiente.
¿Nombre del producto? Medias Tom, de Ciudadela
En el campo de las innovaciones, le debemos a don Francisco la creación del talle de medio punto que posibilitó la oferta de medias más ajustadas a los variados tamaños de pies y el primer soquete de recién nacido triple cero. Además, la compañía se adueñó de uno de los jingles más pegadizos de la historia publicitaria local:
Los chicos juegan y juegan y juegan,
van de paseo, van a la escuela,
con los soquetes y con las medias
¡Ciu, da, dela!
Medias Tom, un nuevo homenaje al primogénito nacido en Rumania (su hermano nació en la Argentina), quien como ya dijimos, estaba predestinado a continuar los pasos del patriarca Francisco. Sin embargo, su vocación marchó en otro rumbo. Terminados sus estudios secundarios, marchó a París, más precisamente a La Sorbona, para estudiar filosofía.
Tomás Abraham, filósofo, regresó al país en los años 70 y, para arraigarse y encontrar un medio de vida, se incorporó a la fábrica. El entusiasmo no formó parte del bagaje que llevó a la empresa familiar. Pero lo encontró a mitad de 1978, luego de que la selección argentina de fútbol se coronara campeona del mundo. Tomás —ex Tomasito y Tom— creó medias para futbolistas, bajo la marca Lord Thomas. El logo mostraba un sombrero de copa y bastón. Eran tan costosas como un par de botines.
Vendió algunos pares a la Asociación de Fútbol Argentino AFA y también al club Boca Juniors. Pero no logró imponerse en el mercado deportivo donde actuaban compañías internacionales. Y si bien pronto regresó a su viejo amor, la filosofía, su nombre quedó incorporado a la cultura popular de generaciones de argentinos que fueron a la escuela con las medias Tom, de Ciudadela.