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¿Sabés cómo nació el famoso chocolate Águila?: la apasionante historia de los Saint, una familia que creó un imperio

Primero fue el café. Pero luego Los Saint descubrieron que el chocolate para taza era un pilar alimenticios y se convirtió en un protagonista de la mesa
15/08/2021 - 06:27hs
¿Sabés cómo nació el famoso chocolate Águila?: la apasionante historia de los Saint, una familia que creó un imperio

Nació durante la primavera francesa, el 13 de junio de 1845. Abel François Charles Saint, el empresario que levantó el imperio de las delicias que todos conocemos, no heredó ninguna pasión chocolatera, pero algún conocimiento de utilidad habrá recibido de su padre, el contador Charles Saint.

Su actividad laboral en Francia es desconocida. Se casó a fines de 1871 con Desirée Béatrix Péter (en la Argentina se convirtió en Desiderata Petiers) y fueron padres de Henri y Paul, también franceses, nacidos en 1872 y 1873. Al menos hasta febrero de 1874, la familia vivió en el país galo. Las próximas noticias sobre los Saint tendrán lugar seis años después, lejos de su tierra, en Buenos Aires.

Primero fue el café. En 1880 instaló El Águila, un local en las actuales Carlos Pellegrini y Lavalle, donde ofreció un producto innovador. Antes de que Saint desembarcara en el negocio del café, el que se consumía en la Argentina era tostado puro, con una acidez alta que requería mezclarlo con achicoria para bajarle intensidad. El flamante inventor lo tostó con azúcar. Fue así como introdujo el café torrado, al mejor estilo de Brasil.

Los porteños lo adoptaron de inmediato y eso llevó a que el visionario francés necesitara mudarse, acompañando el crecimiento. No solo en Buenos Aires se entusiasmaron con el producto, ya que los propios clientes fueron quienes llevaron paquetes de café a otras ciudades del país. El negocio creció a tal punto, que algunos años más tarde Saint inauguró un importante local en la calle Santiago del Estero, cerca de la Plaza Constitución. El tiempo se le iba como agua entre los dedos, había tanto por hacer. Y Saint arriesgaba. Apostaba a la industrialización bajo un lema que sus herederos atesoraron: "Una empresa debe trascender a un hombre".

En Constitución no estuvo mucho tiempo porque un nuevo desafío golpeó su puerta. ¿Con el café había conquistado a los argentinos? Ahora podía hacer su contribución en el mundo del chocolate bebible, negocio que iba ganando espacio en el mundo comercial.

Barracas fue el barrio en donde se levantó la fábrica de chocolates Águila

Para encarar este nuevo desafío, Saint compró nueva maquinaria y se trasladó a un terreno de cuatro mil metros cuadrados en Barracas en 1894. El pionero murió joven, sin poder disfrutar del gran cambio. Pero había dejado aquel lema que establecía que la empresa estaba por encima del creador".

Desiderata, en representación de sus hijos herederos, Pablo y Enrique, sostuvo la empresa y gracias al fidelísimo aporte de los nobles empleados, la firma Saint Hermanos siguió creciendo aún más.

Chocolate para taza, el nuevo desafío

Difícil saber qué fue lo mejor que hizo Abel, si la creación de su empresa o la familia que lo trascendió. Los Saint entendían como nadie las inclinaciones del mercado y descubrieron que el chocolate para taza era uno de los pilares alimenticios, bajo una combinación de valores que rara vez iban de la mano: era rico, nutritivo y accesible. El tazón caliente de chocolate con leche pasó a ser protagonista de las mesas.

Trabajaron minuciosamente en la confección de un catálogo que ofrecía diferentes presentaciones pensadas para que su producto se luciera tanto en el recipiente como en la boca: la famosa barra de chocolate para crear el submarino; el Águila Express, que era un laminado de hojas y escamas para los ansiosos que querían una chocolatada instantánea. Y el Comprimido Águila, perfecto para tazas pequeñas, que derivó en una de las más populares golosinas de kiosco.

Era habitual que muchos comieran la barrita en vez de usarla para derretirla en leche. Siguiendo a los pioneros suizos, los chocolateros argentinos se embarcaron en un nuevo objetivo: ofrecer chocolate con leche, como golosina.

Pero hay otro elemento que favoreció el posicionamiento de la marca. La compañía salió a promocionar su exquisito producto en la vía pública y también en diarios y revistas. Una de las primeras publicidades mostraba a una romántica pareja de abuelos tomando un refresco y él le acercaba a los labios un chocolate.

El aviso decía:

¿Sabéis por qué a estos ancianos

no hay dolencia que los mate

y están alegres y sanos?

Por tomar el chocolate

que elabora Saint Hermanos.

Era habitual que muchos comieran la barrita en vez de usarla para derretirla en leche

Cuando Julio A. Roca entregó el bastón presidencial a Manuel Quintana en octubre de 1904, resolvió alejarse de Buenos Aires. Tomaría vacaciones en Córdoba y se embarcaría rumbo a Europa. Antes de partir fue retratado en un afiche de la chocolatera. ¿Cómo era la caricatura? Impaciente, mirando su reloj de bolsillo y con una gran valija a su lado, el tucumano esperaba en el puerto a su antiguo edecán y amigo, Artemio Gramajo, quien llegaba apurado, cargando bolsas con chocolates.

El diálogo entre estos dos hombres era el siguiente:

-El buque ya va a salir

y Gramajo sin venir…

-¡Eh! General, aguardate,

que aquí traigo el chocolate.

-Ahora ya puedo partir.

La figura del presidente Manuel Quintana también fue utilizada en la campaña de Águila. Durante la Semana de Mayo de 1905 se publicó un aviso que lo tenía como protagonista, dibujado en el balcón de la Casa Rosada lanzando chocolates a la multitud, supuestamente luego del desfile cívico militar por la fecha patria.

En este caso, el verso advertía:

Quintana no tiene manos

si a todos los ciudadanos,

dando al desfile remate,

obsequia con chocolate

Águila Saint Hermanos.

Nace el chocolatinero

Además de fabricarlo, había que venderlo. Surgió entonces el chocolatinero, a quien podíamos encontrar en los teatros, las plazas y la playa. Cargaba una gran bandeja de madera –que era provista por Águila Saint– sostenida por una gruesa cinta que se pasaba por detrás del cuello. Su grito era: "¡Chocolatines, bombones, caramelos!". En las plazas y en la playa, el chocolatinero debía congraciarse con las nanas que cuidaban a sus principales clientes, los chicos. Por ese motivo, les regalaban a las celosas niñeras unas coquetas pantallas para abanicarse.

La onda expansiva trascendió las fronteras. En 1905 contaban con fábrica propia en Uruguay y también exportaban a Paraguay. Los consumidores renombraron la marca: sería, simplemente, Águila. Sin artículo. En 1923 los Saint, obedientes, cambiaron su razón social. Y echaron a volar más alto. A partir de ahí se diversificaron en más de trescientos productos distintos, entre ellos, golosinas de todo tipo, bombones y hasta yerba mate, bajo una estructura con 95 sucursales a lo largo del país. Siete años más tarde sumarían al equipo de éxito las cremas heladas Laponia, manteniéndose y explotando de fama cincuenta años después, con helados emblemáticos como el Patalín y el Fruti Dedo.

Innovadores hasta en sus publicidades, además de convertirse en "El nombre del chocolate" lograron conquistar el afecto de la gente. El proyecto de la familia francesa lleva más de 120 años endulzándole la vida a chicos y grandes de muchos países.

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