Nació en Río Gallegos y se mudó a Barcelona: hoy se gana la vida ayudando de una manera original
"Desde chica tenía la fantasía de experimentar la vida fuera de mi país", cuenta a iProfesional esta joven patagónica que a los 17 años dejó su ciudad, Río Gallegos, para estudiar derecho, primero en Bahía Blanca, luego en Capital Federal, y que finalmente se graduó de Traductora Pública en Buenos Aires. "Me recuerdo interesada por hablar con personas que tuvieran otro idioma, saber de qué manera vivían y ese tipo de cosas. Creo que tuvo que ver con algo muy íntimo, como si fuera parte de mí y no simplemente un interés pasajero", expresa.
El destino elegido fue consecuencia de una sucesión de hechos que comenzaron en 1999 cuando sus padres viajaron a conocer el pueblo de su abuela. "En ese momento se encontraron con familiares que no conocíamos", narra. "A partir de ahí, el contacto con una prima lejana que vivía cerca de Barcelona me llevó a visitarla. En aquel momento, 10 años atrás, el primer pensamiento que tuve fue ‘¡Yo podría vivir acá!’. Fue como una corazonada, no tiene mucha explicación lógica".
Lo primero que hizo Antonela una vez en Barcelona fue armar un CV y ver qué trámites necesitaba para formar parte "del sistema", según ella misma explica. "Si bien vine con ciudadanía italiana que realmente te abre muchas puertas – desde la crisis económica del 2008 se hizo más complicado venir a España sin papeles- me di cuenta de que no era del todo fácil. Como muchos que hemos venido experimenté eso del ‘perro que se muerde la cola’: para tener el bendito número de NIE (número de identificación del extranjero) necesitaba tener contrato o propuesta formal de trabajo y para tener eso me pedían número de NIE y así sucesivamente. Estuve los primeros meses ganando experiencia en entrevistas de trabajo, armándome de paciencia y, sobre todo, optimismo. Luego de unos meses, conseguí trabajo en un despacho de abogados como secretaria y recepcionista para cubrir una baja por maternidad y a partir de ahí todo se fue moviendo".
En un cambio rotundo la joven fue modificando su perfil laboral y actualmente se dedica a las terapias creativas que integran danzaterapia, musicoterapia y arteterapia.
"Todo surgió por un deseo profundo de dedicarme a algo que realmente me gustase", cuenta. "Me recibí de Traductora Pública de inglés en Buenos Aires, pero nunca lo ejercí al 100%. Luego volví a Santa Cruz, de donde soy, y trabajé varios años en la Fiscalía Federal de la provincia. Cuando me vine a Barcelona busqué trabajo relacionado con mi experiencia, aplicaba a ofertas que tuvieran que ver con el mundo jurídico".
Consiguió trabajo en un despacho de abogados, pero se dio cuenta que no tenía ningún sentido seguir haciendo algo que no le gustaba. "Estaba repitiendo la historia de Argentina", recuerda. "De hecho, la imagen que recibía de todos los abogados era la de personas que trabajaban mil horas a la semana para tener solo unos días de vacaciones al año y que iban por la vida en piloto automático. Todo eso me hacía ruido y pensaba ‘¿yo quiero que vivir sea esto?’ Con esa inquietud comencé a formarme como danzaterapeuta".
Antonela empezó una formación en la escuela Artemisa Multiespai Artistic de Barcelona que además fusiona otras disciplinas como arteterapia y musicoterapia. "Y esto se ha convertido en una forma de vida más allá de lo laboral", destaca. "La formación me atravesó como persona porque para realizar trabajos terapéuticos con otros, primero uno debe trabajarse a sí mismo y experimentar lo que va a ofrecer. Ese encuentro con uno dura toda la vida y aunque a veces sea difícil de transitar da mucha satisfacción".
Actualmente, realiza sesiones de musicoterapia y danzaterapia con personas mayores en centros cívicos, con personas con trastornos mentales y también ha trabajado con adolescentes. "Con la pandemia muchas cosas han pasado a ser online y, si bien no es lo mismo, le da la posibilidad de continuar e incluso realizar sesiones individuales con personas que están en diferentes partes del mundo", comenta.
Lo interesante de este tipo de terapia, explica, "es que permite que cada uno se conozca mejor y se conecte consigo mismo a partir de actividades creativas que son placenteras porque tienen que ver mucho con lo lúdico. Al principio puede haber resistencias por creer que, para mover el cuerpo, cantar o dibujar necesitamos tener técnica y en realidad solo se trata de conectar con todas las capacidades innatas. Naturalmente podemos expresarnos a través del cuerpo como instrumento solo que a veces lo olvidamos. Existe un refrán africano que me gusta mucho ‘si puedes caminar, puedes bailar. Si puedes hablar, puedes cantar’. Cuando transitamos estos procesos creativos mucha información del inconsciente pasa a ser consciente. Desde lo consciente es que podemos modificar cosas, ya sean creencias que nos limitan, prejuicios, experiencias dolorosas. Conocernos y salir del piloto automático es el primer paso para decidir de qué manera queremos vivir y acercarnos a nuestra autenticidad. También se trata de conectar con nuestras potencialidades, no lo que nos falta, sino todo lo que ya tenemos. Para mí es un placer acompañar esos procesos".
Siempre es un buen momento para empezar
Para Antonela, los principales desafíos no tienen que ver con circunstancias externas, sino con las propias creencias y prejuicios. "Yo comencé este trayecto con 34 años pensando que me tenía que apurar porque tenía una edad en la que ‘ya debería estar resuelta’. Es algo que he ido aceptando y elaborando. Por lo tanto, más allá del desafío que supone empezar con una página en blanco, darse a conocer y afianzarse en la práctica, es importante también ser paciente, aceptar que como todo proceso lleva tiempo, esquivar el ‘síndrome del impostor’ que aparece de tanto en tanto y seguir siempre en movimiento".
A favor, la joven patagónica tiene el hecho de estar totalmente vinculada a la escuela en la que se formó que está instalada hace muchos años y a la Asociación de Musicoterapeutas Arteterapeutas y Danzaterapeutas de Europa. "Casi toda mi experiencia ha surgido de proyectos comunitarios, voluntariados y demás actividades en las que me he involucrado. De hecho, con la asociación de personas con trastornos mentales este año participaremos en varios festivales sociales y en la Festa de la Mercè, la Fiesta Mayor de Barcelona. Al irme afianzando me permito también pensar en proyectos propios. Por ejemplo, me encantaría poder llevar las terapias creativas a las empresas en modo de workshops para reducir el estrés y acrecentar la productividad desde el bienestar. Considero que en los tiempos que estamos viviendo podría ser de mucha utilidad", detalla.
El argentino en tierra extranjera
"He escuchado muchas veces que la inestabilidad de Argentina nos ‘curte’, nos hace tener ‘más cintura’ y puede ser que algo de eso sea real", dice Antonela. "Obviamente cada experiencia es personal, pero el hecho de que el argentino tenga que lidiar constantemente con un subibaja creo que ayuda a desarrollar resiliencia. La primera vez que vine a España, personas de mi edad me decían que ellos antes de la crisis económica del 2008 se habían acostumbrado a vivir entre algodones, disfrutando de todo lo producido por abuelos y padres. Algo de eso se respira acá. No digo que no existan problemas, pero a veces hay conflictos que son muy de ‘primer mundo’, del que tiene las cosas básicas resueltas. En ese contexto no sé realmente qué capacidad de superar la frustración se tiene", manifiesta.
Y agrega: "Creo que las crisis e inestabilidad que se han vivido en Argentina nos permiten sacar todas las potencialidades. Resolver problemas también requiere de creatividad e ingenio, y en este sentido, creo que el argentino tiene esa virtud. De hecho, una amiga catalana que ha recorrido el mundo una vez me dijo ‘¡Qué cosa con los argentinos, allá adónde van abren negocios que son un éxito!’. Me parece que esa percepción de una extranjera que jamás pisó nuestro país significa algo ¿no?".
"Estar al servicio del bienestar propio y de otros le da sentido a mi vida. Cada nuevo logro, cada proyecto en el que me involucro, cada idea nueva para poner en práctica, cada espacio o colectivo que aparece para poder transmitir mis herramientas, me conectan con la propia plenitud y me sacan del piloto automático en el que vivía y me conectan con ese dar y recibir tan bonito que se genera cuando haces algo para ayudar a otra persona y ella también ofrece algo de sí", expresa.
Para ella, "emigrar significa desarrollar muchas de nuestras potencialidades; conectar con la paciencia, con el optimismo, con la fortaleza interior, desarrollar flexibilidad, apertura mental, aprender que hay nuevas formas, nuevos caminos. En algunos casos emigrar también significa aceptar que lo que uno vivió en su país ya no lo volveremos a encontrar, que vendrán cosas diferentes y que es importante no quedar enganchados a la ausencia, sino agradecer todo lo vivido, nuestras raíces y abrazar las nuevas costumbres, las nuevas formas e integrarlo a ese ‘todo’ que somos".
En su caso, lo que sacrificó fue la cotidianidad con su familia, estar en cumpleaños, navidades, en fechas importantes, el mate compartido, el contacto físico.
"Por suerte elegí emigrar en un momento en el que las tecnologías nos acercan mucho y permiten compartir desde otro lado", rescata. "A pesar de todo eso, lo que he ganado es seguridad, sentirme en sintonía con lo que hago y con el lugar que escogí. Y descubrí que amo vivir cerca del Mediterráneo".
"Extraño muchísimo a mi familia y los sabores. Uno naturaliza la distancia y en un punto te adormecés, creo que por un instinto de preservación. Extraño la espontaneidad e ingenio del argentino. También el ‘español argentino’ que me gusta mucho más que como se habla acá. De hecho, cuando estás acá lógicamente para integrarte y que te entiendan tenes que cambiar el léxico, y últimamente me pasa que cada palabra argentina que pierdo la vivo con cierta nostalgia. También extraño ese código interno que tenemos para hablar, cada vez que usamos frases y expresiones populares o referencias a películas y personajes que acá nadie entendería", sostiene Antonela, quien agrega: "Lo que menos extraño es la sensación de inestabilidad y vértigo constante que creo que ya tiene que ver con la idiosincrasia del país".
Y aunque decidió quedarse en España para siempre, tiene la ilusión de combinar los dos universos. "Mi ocupación me permite trabajar tanto acá como allá, entonces me encantaría poder llevar lo que hago a Argentina. Fantaseo con poder quedarme unos meses allá, aunque mi base esté acá. Todo ese proceso aún está en construcción y sé que ya llegará el tiempo de disfrutarlo. Por el momento sigo plantando mis semillas", concluye.