Bagley y la apasionante historia de vida del creador de una marca emblemática para los argentinos
Melville Sewell Bagley, nacido en la ciudad norteamericana de Bangor, en el Estado de Maine, tenía 24 años cuando arribó a Buenos Aires en 1862.
Consiguió trabajo con los hermanos suizos Demarchi en la droguería La Estrella, antecesora de la farmacia que lleva el mismo nombre, una de las clásicas de la ciudad. Su desempeño le valió la confianza de los Demarchi. No solo aprendió rápidamente el idioma, sino que encontró un nicho en donde desarrollar su potencial.
Luego de dos años de servicios intachables se asoció con sus empleadores y estableció una casa de pastas y licores que era una novedad para esos tiempos. Y fue en esa época que, impulsado por el bioquímico Domingo Parodi, asociado a los suizos, Bagley ideó el primer producto de la compañía: la Hesperidina, una bebida estimulante y con virtudes curativas.
El nombre era una evocación al mítico Jardín de la Hespérides con árbol cuyo fruto eran manzanas doradas que en varias interpretaciones figuraron como naranjas.
Bagley comenzó a preparar su producto en 1864, empleando una fórmula que contenía, además de las cáscaras, agua de azahar, manzanillas y otras hierbas importadas. De las propias manifestaciones del autor del elixir se desprende que aplicó la receta del doctor Samuel Cooley, a quien podemos citar como el padre de las "Bitter Oranges" (naranjas amargas) en los Estados Unidos. Sin duda, el brebaje argentino contendría ciertas adaptaciones locales.
Hesperidina, una bebida enigmática
El éxito de la bebida curativa fue inmediato. Influyeron las propiedades sanadoras de las naranjas y el sabor que cautivó a los argentinos y a los uruguayos. Pero estos factores se complementaron con una genialidad de Bagley, la original campaña publicitaria del lanzamiento basada en la intriga.
Antes de que irrumpiera la primera botella en el mercado, en los cordones de las veredas aparecían pintadas misteriosas con el nombre "Hesperidina". También se veían carteles que comunicaban un extraño mensaje: "Se viene la Hesperidina".
En el popular diario La Tribuna, a través de avisos enigmáticos, se anunciaba la llegada de una nueva bebida. La incógnita fue develada con una publicidad en el mismo diario, el 24 de diciembre de 1864. En la gráfica se informaba los beneficios que el "bitter estomacal" aportaba a la salud (dispepsia, indigestión, cólicos, ataques nerviosos, dolores de cabeza, entre otros) y los lugares en donde podía adquirirse, como por ejemplo, la droguería de los Demarchi, la Confitería del Cabildo, el Café de los Catalanes o la botica de Aurelio French, hijo del conocido militar que actuó en la Revolución de Mayo.
En las etiquetas de las primeras botellas, similares a las de la ginebra, señalaba: "Estimula y entona el sistema nervioso, promueve las saludables secreciones del cuerpo" y "Es un licor exquisito de mesa para disponer el apetito y facilitar la digestión de los alimentos".
Hasta que compró una quinta en Bernal, fueron los propios vecinos de la ciudad de Buenos Aires quienes proveyeron la materia prima. Un carrito recorría las calles de la ciudad y paraba en las casonas para preguntar: "¿Tiene naranjas para vender?". Los frondosos naranjeros eran habituales en los patios al fondo por una costumbre de contar con cítricos para disimular los malos olores.
Tuvo, además, una valiosa e inesperada ayuda que le posibilitó multiplicar la difusión del aperitivo. Durante la cruenta Guerra del Paraguay, los jefes argentinos advirtieron una gran cantidad de bajas debidas al paludismo o malaria. Los remedios aportados por los médicos no lograban detener los contagios. Sin embargo, la solución se encontraba al alcance de la mano y en abundancia. Los soldados que masticaban cáscaras de naranjas amargas como una golosina no eran derrotados por el paludismo. Lo mismo ocurría con aquellos que saciaban el hambre cotidiano con esa fruta. Se corrió la voz para que todos se proveyeran en los miles de naranjos que creían naturalmente. ¿El tratamiento puso fin al problema? No en forma completa. Pero el descenso de casos de malaria fue notable.
Mientras las tropas aplicaban la terapia de las naranjas amargas en territorio guaraní, el joven Bagley preparaba en Buenos Aires su bebida curativa, a base de naranjas amargas que revolucionaba el mercado, sin descuidar ninguna arista del negocio.
A los dos años del lanzamiento, rediseñó la botella original. Fue entonces cuando adoptó la forma clásica de barril y causó sensación. Esto se debió a un problema que se había presentado: los imitadores. El emprendedor concurrió a la Justicia en dos oportunidades en 1866. Pero no alcanzó.
De vez en cuando surgía un nuevo intento de aprovecharse y una vez más el norteamericano buscaba amparo en los tribunales. Incluso, encargó la impresión de las etiquetas al Bank Note Company de Nueva York, una de las entidades en donde se imprimían los dólares norteamericanos. Y eso no es todo. En 1876 consiguió la atención del presidente Nicolás Avellaneda, quien creó la Oficina Nacional de Patentes de Invención. El primer registro, del 27 de octubre, corresponde a la Hesperidina de Bagley.
Bagley se diversifica: aparecen las galletitas
En ese tiempo, el emprendedor había comprendido que no podía quedarse con su producto estrella, sino que debía diversificarse. Para la prosperidad del negocio, aumentaban los consumidores debido a la inmigración. Pero también aparecía más competencia.
En 1875, un año antes de patentar su marca, Melville lanzó las primeras galletitas Bagley: Lola. Y luego la primera mermelada (hecha con la pulpa de las naranjas amargas que se usaban para la Hesperidina). Los tres productos se afianzaron en el mercado gracias, una vez más, a la visión publicitaria de Bagley, quien creó el eslogan: "Las tres cosas buenas de Bagley".
En la segunda mitad de la década de 1870, la empresa se consolidó y aprovechó la expansión del ferrocarril para traspasar la frontera de Buenos Aires. Asimismo, Melville Bagley comenzó a participar activamente en la Unión Industrial Argentina, institución que lo cuenta entre sus miembros fundadores.
El 14 de julio de 1880, cuatro días después de haber cumplido 42 años, murió el gran hacedor Bagley y la empresa quedó a cargo de su segunda esposa, Mary Hamilton, mientras que los socios Juan León Trilla y Jorge McLean se ocuparon de la administración. Los Demarchi, quienes le habían dado su primer empleo a aquel joven inmigrante norteamericano, también participaban de la empresa. Todos trabajaron sin descanso para mantener en alto el nombre del creador de la firma.
Hacia 1901 la compañía se convirtió en sociedad anónima. Siguió invirtiendo en maquinaria y mejorando la calidad de sus productos, así como también expandiéndose a través de la adquisición de más fábricas. Los carros que transportaban la mercadería de la compañía paseaban por la ciudad tirados por caballos. La gente los conocía como "los percherones de Bagley".
Al año siguiente lanzaron al mercado las galletitas Mitre —con la debida autorización del expresidente— que lograron popularidad inmediata. También aparecieron otras como las Variedad, Tertulia y Soda. La inauguración del Teatro Colón, en 1908, fue la excusa para el relanzamiento de unas obleas, ahora clásicas. Las Ópera se ofrecían como un complemento elegante para acompañar el helado o el champán.
Ese mismo año, la empresa comenzó a cotizar en la Bolsa de Comercio. Fue en ese tiempo que se gestó el nuevo slogan que ha perdurado a lo largo del siglo XX: "Si es Bagley, es bueno".
A partir de 1924, el proceso de expansión fue ininterrumpido. Se amplió la producción y Bagley sumó a su oferta conservas, encurtidos, vinagre y una línea de postres llamada Jelina. Asimismo, comenzó a gestar un vínculo con el personal que trascendía la esfera fabril. Los empleados tuvieron atención médica y vacaciones pagas antes de que se estableciera por ley.
La actividad productiva y comercial de Bagley nunca se detuvo. A mediados de los años 40 aparecieron las famosas Criollitas y continuaron lanzando nuevos productos. Así nació la idea de la venta enlatada de dulce de membrillo y batata, como el envasado de galletitas en paquetes de celofán o la venta por peso con productos que llegaban a los almacenes en grandes latas.
El joven inmigrante norteamericano que bajó del barco allá en la Buenos Aires de 1862, creó una empresa que trascendió las épocas, sosteniéndose en el tiempo por más de ciento cincuenta años.
Merengadas, Sonrisas, Rex, Mellizas, Amor, Rumba, Traviata, Chocolinas y más. Hesperidina, el aperitivo que dio comienzo a todo, hoy integra el menú de ofertas del grupo Cepas. En cuanto a Bagley, la internacional Danone se hizo cargo de la compañía en 1996, sin perder de vista el peso de la historia de la empresa, que marchó en paralelo a la de nuestros antepasados y, seguramente, formará parte de la vida cotidiana de nuevas generaciones de argentinos.