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La increíble historia de Felipe Fort, el creador del imperio Felfort y los míticos chocolatines Jack

Recién en la década de 1940, de la mano de Felfort los argentinos comenzaron a disfrutar los huevos de Pascua de chocolate con sorpresas en su interior
25/04/2021 - 06:13hs
La increíble historia de Felipe Fort, el creador del imperio Felfort y los míticos chocolatines Jack

En el 1900 un chico de 12 o 14 años que no estudiara debía trabajar. Incluso, muchos a esa edad llevaban adelante las dos actividades. Las empresas y las fábricas del país exhibían con orgullo el número de niños que cumplían la jornada laboral. Por supuesto, se trataba de mano de obra barata. Sin embargo, nuestros abuelos no se molestaban frente a esa situación.

La realidad es que toda la mano de obra era barata en aquel tiempo en que llegaban barcos colmados de inmigrantes decididos a cambiar la nada misma por un mísero algo. Eso ya era motivo de felicidad. Los padres veían la oportunidad de adoctrinar a los más chicos en la cultura del trabajo, como había ocurrido con ellos y con sus antecesores.

Felipe Fort, inmigrante catalán, hijo de licoreros, tenía 12 años en 1912 y había conseguido un empleo como dependiente en una sastrería. Un conocido le propuso venderle una fábrica de chocolate. Costaba unas pocas monedas y Fort no lo dudó: pagó el precio y se convirtió en el dueño de la fábrica que, aclaremos, era una piedra del tamaño de una silla con un declive como el del tobogán, un rodillo y media bolsa de cacao en grano.

Estaba un poco lejos de ser una fábrica de chocolate. Pero algo había de cierto. Con esos dos implementos más fuego, el cacao se convierte en chocolate.

Por la noche, luego de su jornada en la sastrería, Fort regresaba a su casa y se dedicaba a elaborar unos cinco o seis kilos de chocolate para taza que él mismo distribuía por el barrio, temprano por la mañana.

El chocolate, su actividad predilecta

A los 12 años, Fort elaborar unos cinco o seis kilos de chocolate para taza que distribuía por el barrio

La demanda lo llevó a abandonar el trabajo seguro. Renunció a su empleo y se concentró en su actividad predilecta. Sin embargo, le faltaban conocimientos. ¿Qué hizo entonces?

Se empleó en una chocolatería que tenía sus instalaciones en la calle Bartolomé Mitre y que probablemente haya sido El Sol de Oro, una de las más importantes de Buenos Aires.

Además de ocuparse con responsabilidad de sus tareas, se concentró en absorber todo el conocimiento referido a la elaboración de los distintos tipos de chocolates.

El sueldo complementado con las ventas de su producto le permitieron ahorrar. Juntaba monedas de oro que envolvía en tubos, como si fueran pastillas. En 1918, al finalizar la Guerra Mundial, viajó a Alemania con el fin de completar la última escala en el camino de su vocación. ¿Qué hizo allá? Con sus ahorros, compró una moderna máquina para hacer bombones. Tenía 18 años y ya sabía hacia dónde apuntaba su norte.

El negocio fue creciendo. Se casó con María Asunción Biaget. Llegaron los hijos: Felipe, Amelia María, Carlos Augusto y Martha Trinidad. Carlos Augusto nació en 1926 (el 25 de mayo) cuando Fort se asoció a López y crearon la bombonería La Delicia, con fábrica en Gascón y Díaz Vélez, en el barrio de Almagro. La familia Fort vivía en la planta alta de la propiedad. Los chicos crecieron entre las máquinas productoras.

Felfort, un pionero del huevo de Pascua de chocolate

Sin embargo, la próspera empresa comenzó a perder el rumbo. Los socios se separaron en buenos términos. Felipe se quedó con la fábrica de La Delicia, que pasó a llamarse Felfort. El pionero tiene un lugar asegurado en la historia chocolatera argentina por un aporte primordial: el huevo de Pascua.

La tradición de los huevos ornamentados es milenaria y abarca a diversas culturas. Abril, en el hemisferio norte, es el mes de la primavera, la partida de la temporada fría, la llegada de las aves que migran. Los huevos, símbolos de la fertilidad, eran el primer alimento que asomaba con la nueva estación. En tiempos feudales, la celebración consistía en llevarlos a la puerta de las iglesias, donde eran bendecidos y redistribuidos. Tras algunos intentos aislados de los franceses, en 1875, la firma inglesa Cadbury, proveedora oficial del Palacio de Buckinham, lanzó los primeros huevos de Pascua de chocolate. De inmediato surgieron competidores. En París, algunas vidrieras presentaban esta novedad, llamando la atención de suizos, alemanes y españoles.

Los chocolates Felfort tienen un lugar privilegiado en la historia local

En la Argentina, la tradición de los huevos de Pascua era conocida y aplicada, pero los de chocolate no llegaron temprano. Los argentinos que pasaban temporadas en Europa fueron los primeros en incorporarlos a sus celebraciones. En el Río de la Plata se consumían los importados, que estaban restringidos a las familias que podían darse el lujo de pagarlos.

En sus viajes a Europa, Felipe Fort advirtió ese importante mercado y resolvió encarar la producción local. Para lograrlo, contrató artesanos españoles que trabajaran las ornamentaciones y enseñaran la técnica a los argentinos, en su mayoría mujeres. Cuando se perfeccionó el sistema, funcionaba de la siguiente manera: se colocaban en una gran mesa los huevos y las operarias, provistas de una manga con la preparación de azúcar impalpable, caminaban alrededor, realizando cada una la parte del dibujo que les correspondía. Cumplida la vuelta entera, retiraban los huevos decorados, colocaban una nueva tanda y la calesita de las artesanas volvía a girar.

En la década de 1940, los argentinos disfrutaron de los huevos de Pascua de chocolate con sorpresas en su interior.

Una muy mala noticia sacudió a los Fort. Felipe, el mayor de los hijos del fabricante de chocolates, murió en forma prematura. Felipe padre comenzó a alternar estadías en Buenos Aires y Madrid. Carlos Augusto se hacía cargo de la empresa durante sus ausencias. Afloró un complejo juego de poderes que complicó el negocio. Primero, porque las decisiones que tomaba Carlos eran desautorizadas por Felipe. Por otra parte, en la fábrica de Gascón se formaron dos bandos: cada uno respondía a un patrón. La bombonería se debilitaba por la interna familiar.

En uno de sus habituales viajes a Madrid, Fort conoció a la joven Encarnación Ruiz Ruiz. La invitó a Buenos Aires y le puso un departamento. Ya separado de Asunción, contrajo matrimonio con Encarnación (quien en el futuro se dedicaría a la astrología con el seudónimo de "Aschira") en 1964, vía México. A esa altura, su hijo Carlos Augusto (Lalo) había tomado el timón de la compañía mediante la compra de acciones a una de sus hermanas y al propio padre. Además, el negocio había recibido un impulso muy positivo a partir de uno de los grandes protagonistas de los kioscos argentinos: el chocolatín Jack.

Chocolates con sorpresa: los Jack

Fort contrató al dibujante Manuel García Ferré

En 1956, mientras Felipe Fort alternaba entre Buenos Aires y Madrid, Carlos Augusto viajó a los Estados Unidos, entusiasmado con la idea de conocer iniciativas de colegas y producir un chocolate con sorpresa. Recordemos que el padre había incorporado los huevos de Pascua en el mercado local.

En la Argentina se vendía un chupetín con regalo, el Topolín, pero Fort pretendía un producto más refinado, lo mismo que la sorpresa. En Norteamérica halló las máquinas que necesitaba y también viajó a China para comprar bijú, anillos y pulseras al por mayor. Cuando lanzó el chocolatín Jack, la respuesta del público fue excelente. La próxima tanda de sorpresas fueron animalitos. Una vez más, la juvenil clientela respondió con buena demanda.

Dispuesto a enfrentar un nuevo desafío, Fort contrató al dibujante Manuel García Ferré. Los personajes de Hijitus y Anteojito superaron todas las expectativas. ¿Por qué? Por la familiaridad con el público, ya que se los conocía por las revistas y la televisión. Eran, sin duda, personajes mediáticos.

Siete años duró la relación comercial entre Fort y García Ferré. El chocolatinero sumó otra novedad: el dispenser. Los Jack venían en un tubo cuadrado que se abría por su parte baja. Cuando el cliente retiraba un Jack, caía el próximo y quedaba a la vista.

Fort siempre tuvo en claro que el chocolatín era apenas el contenedor del muñequito y que un Jack sin sorpresa sería un absurdo. Aunque hay que aclarar que no todas las colecciones lograron imponerse. Mientras que los personajes de García Ferré o los luchadores de Titanes en el Ring (también populares, gracias a la televisión) consiguieron excelentes resultados, los futbolistas de los equipos argentinos no tuvieron eco entre los consumidores.

¿Hubo alguna persona que haya expresado su deseo de ser inmortalizada entre los muñequitos? Los memoriosos de la compañía solo recuerdan un caso. Cumplía con el requisito de ser mediático y tenía contacto directo con quienes tomaban las decisiones. Nos referimos a Ricardo Fort, el personaje que invadió los espacios televisivos durante un par de años, hasta su prematura muerte en 2013, quien era hijo de Carlos Augusto, el padre del chocolatín Jack.

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