Son argentinos, viven en Noruega y la pegaron vendiendo empanadas: su negocio causó furor
Romina Yanarello y Nicolás Peranic, de 25 y 28 años, dejaron Argentina hace aproximadamente tres años. Y si bien ambos trabajaban en el Hotel Faena, no habían tenido contacto. Fue recién en Dinamarca, primer destino elegido por ambos, donde se conocieron.
"Nos fuimos por la gastronomía. Queríamos viajar, aprender de otras culturas, de nuevas recetas, proyectos, y conocer Europa, que era nuestro sueño", cuenta a iProfesional la joven proveniente de Zona Sur de Buenos Aires.
"Teníamos una pareja amiga que había viajado a Dinamarca un año antes que nosotros y nos convencieron", agrega.
"Ella era mi amiga y él amigo de Nico, y terminamos tomando la decisión, pero por separado. Nos dijeron que estaba buenísimo Dinamarca, que la experiencia laboral ahí era increíble y era algo que nunca en nuestra vida habíamos visto, y efectivamente fue así. Todo lo que te pueden enseñar y el acceso que tienen a distintas materias primas y tecnologías, es algo totalmente diferente a lo que habíamos vivido en Argentina", completa.
"Los primeros pasos en el exterior siempre son un poco confusos porque uno nunca sabe a dónde tiene que ir o qué tiene que hacer, pero por suerte nosotros nos adaptamos rápido", expresa Romina.
A Nicolás le costó un poco más porque llegó sin hablar inglés. "Fui a trabajar al restaurante de un amigo, que es un restaurante argentino. Todos hablaban español y eso me ayudó mucho. Empecé a estudiar con una chica argentina cordobesa que trabajaba de camarera, pero también profesora de inglés, y me empezó a dar clases una vez por semana", explica.
Al principio, prosigue, "cuando tenía que abrir una cuenta de banco o leer los contratos no entendía nada, y cualquier cosa que hiciera siempre trataba de ir con alguien que hablara inglés y me diera una mano". Así pasaron sus primeros ocho meses. "Fueron bastante duros, me frustraba porque cuando no hablás el idioma o no te podés comunicar te sentís aislado".
Romina sí había estudiado inglés y ella "lo último que quería" era hacerse amigos que hablaran español. "Quería hablar el idioma, porque una cosa es aprenderlo en tu país, que no lo hablas nunca, y otra cosa es cuando llegas acá y tenés que hablarlo por fuerza mayor. Yo quería a toda costa seguir practicando", asegura.
Apostar a una nueva vida
Tras ese paso por Dinamarca, ambos volvieron a Argentina y luego viajaron a Hungría. "Allí tuvieron un pequeño paso difícil porque nos agarró la cuarentena y nos tuvo encerrados seis meses, viviendo de los ahorros y de lo que podíamos, hasta que a Romi le salió una posibilidad de trabajo en Noruega, y saltamos para allá con lo ultimo de plata que nos quedaba", cuenta Nicolás.
"Al punto de que nuestras familias nos estaban pagando las compras del supermercado en Hungría desde Argentina porque realmente no teníamos dinero", agregaba Romina. "Estábamos por volvernos y salió esta oportunidad. En medio de la pandemia nos tomamos un avion y nos vinimos a Oslo. Fue una locura", dice.
En la capital noruega consiguieron un alquiler por tres meses, un cuarto por poca plata. "Tuvimos mucha suerte, conseguimos trabajo rápido, la gente nos ayudó y pudimos estabilizarnos en uno de los países más caros del mundo".
En Noruega tuvieron la posibilidad de trabajar y se dieron cuenta que era "un gran país para emprender y lograr nuestro objetivo que era tener un restaurante propio. Empezamos a estudiar noruego cuando llegamos, y decidimos hacer empanadas, porque yo hacía empanadas en casa y la verdad que quedaban muy buenas", cuenta el joven.
Reinventarse para triunfar
La pandemia generó que muchos restaurantes empezaran a cerrar. Y si bien el Estado pagaba el 60% del sueldo, no les alcanzaba para vivir teniendo en cuenta que el costo de vida en el país es alto. Entonces, "como somos argentinos y no podemos quedarnos quietos, y para hacer un extra, nos pusimos a vender empanadas", plantea Romina.
"Al principio pensamos que si vendíamos cinco docenas por semana estábamos bien. Pero la primera semana nos pidieron veinte docenas y nos miramos con Nico y dijimos: ‘acá pasa algo’. No sabíamos qué, pero vimos que algo pasaba. Se empezaron a divulgar en la tele, el diario, los críticos hablaban, era una cosa que no podíamos creer, de dónde salía la gente, las recomendaciones. Estaba todo el mundo enloquecido con las empanadas, como si fuera algo que no existiera".
Así nació De mi Tierra, este emprendimiento que sigue creciendo y del que hoy todo el mundo habla en Noruega. El boca a boca hizo que le ofrecieran abrir un local y hoy están en proceso de registrar su empresa y abrir un local en otoño".
Para Romina, "emprender en otro país no es fácil". "Es muy difícil dar el salto de ser una persona en relación de dependencia a ser tu propio jefe", complementa Nicolás. "Todo depende de vos y en cada paso que des te vas a encontrar con dificultades, y cada vez más grandes, como el idioma". Además, sigue la joven, "hay que conocer las reglas de juego para poder jugar, y eso es difícil".
"No podés equivocarte ni tomar atajos porque es una falta grave en muchos países, principalmente en estos, donde están tan conectada la información personal", remarca Peranic. "Con que te mandes una y mandes mal el informe de los impuestos o pagues algo mal ya puede estar penado con cárcel, hay que aprender los porcentajes de los impuestos, las reglas de los empleados".
Sin embargo, "hay algo más fuerte: hacer lo tuyo. Hacer el proyecto al que le ponés tanta pasión y tanto amor y creo que eso es lo que rompe la barrera de los desafíos", expresa Romina.
Además, "como argentinos tenemos un plus", dice Nicolás. "La gente de los países como Noruega, con una economía estable y una calidad de vida superior, no siente la presión o ese miedo que sentimos en Argentina de no llegar a fin de mes, entonces llega un momento como este y una crisis así, y piensa que todo va a estar bien y que ya va a pasar o que el gobierno los va a salvar, o se van a la cabaña y esperan que esto pase".
"El argentino -agrega Romina- tiene esa cosa de decir ‘es una crisis y hay que lucharla, hay que pelearla, hay que encontrarle la vuelta’". "Con nuestro proyecto trabajamos desde las nueve de la mañana hasta las doce de la noche y no nos importa…y creo que ningún escandinavo trabajaría quince horas por día", destacaba el joven.
"Haciendo lo que estamos haciendo hoy, es decir, trabajar de chef, en Argentina jamás hubiéramos logrado en la vida conseguir la plata para abrir nuestro propio negocio en tan poco tiempo, que fue en un año. Y eso es algo que te mueve, que te da orgullo. Sentimos que no hay vuelta atrás a trabajar para otro", plantea Romina.
"Irse del país de uno es una experiencia única. Aunque vuelvas nunca vas a volver a ser el mismo", refexionaban. Y aunque extrañan el asado, la familia, sus perras, los amigos, la noche porteña, Nicolás y Romina encontraron en Oslo el lugar en donde les gusta estar. Calmo, muy seguro, y que brinda capacidad de desarrollarte y crecer.