La inspiradora historia de Grimoldi, la empresa familiar que calzó a generaciones de argentinos
Fue el año de la reconciliación. En 1860, Buenos Aires se unió al resto de las provincias para conformar la República Argentina. Habían pasado cincuenta años de marchas y contramarchas desde la Revolución de Mayo. Por fin se iniciaba un camino en armonía. Ese año arribó al país un joven oriundo de Como, Italia. Tomaso Grimoldi tenía 18 años y en poco tiempo desarrolló su talento como zapatero remendón. Instalado en la calle Piedad 1110 (hoy Bartolomé Mitre) y asociado con Cayetano Rimoldi y Martín Nillergi, también italianos, se ocupó de los zapatos de los vecinos. El negocio iba tan bien, que en 1868 sumaron a un aprendiz de once años: Luis Grisetti.
Ese año, Tomaso –ya convertido en Tomás–, se casó con Ángela Rimoldi, hermana de su compañero.
Fueron naciendo los ocho hijos. Celestina, Juana, Alberto, Enrique, Luis Alfredo, Ana, Amelia Ángela Raquela y Miguel Rodolfo. Desde chicos, los varones fueron ejercitados en los secretos del oficio. El aprendiz Grisetti también era considerado de la familia. Más aún cuando en 1888, a los 31 años, contrajo matrimonio con Celestina Grimoldi.
En 1895, mientras el padre disfrutaba de rentas, luego de años de trabajo de lunes a lunes, los varones (Alberto, Luis y Enrique), más el cuñado Luis, crearon Grisetti y Grimoldi Hnos., que funcionó en un local ubicado en Ombú (Pasteur), entre Piedad y Rivadavia.
Los factores que hicieron despegar a la marca
Hasta la primera década del siglo XX, la empresa tuvo una evolución continua. Más allá de la coyuntura favorable del país, que para ese entonces crecía a un 6% anual, hubo dos factores que fueron determinantes en el desarrollo de la empresa.
La promulgación de la Ley 1420 de Educación Común estableció la obligatoriedad de la formación primaria. Los niños comenzaron a asistir masivamente a las escuelas y necesitaron calzado adecuado. Con el tiempo, los zapatos escolares de Grimoldi se convirtieron en un clásico como luego fueron los Kickers y los populares Gomicuer, cuya goma indestructible soportaba horas de picaditos en los recreos.
En segundo lugar, los médicos recomendaban los zapatos de la marca Grimoldi para corregir defectos del pie de los chicos. De todas maneras, el envión externo que recibió la compañía no habría servido de mucho sin la fuerte inversión que hizo Alberto Grimoldi en maquinarias para calzados, tecnología de punta para la fabricación de hormas propias y selección de curtiembres a tono con la calidad de los zapatos.
En 1906 Luis Grisetti dejó la compañía. En los años 20, Grimoldi Hnos. volvió a apostar por la innovación. Crearon "la marca del medio punto", frase que registraron y que indicaba una manera de medir calces por medio centímetro en lugar de tres cuartos de centímetros.
En la década del 30, la empresa, que hasta el momento sólo actuaba como proveedora de terceros, realizó un cambió fundamental en la forma de comercialización: inició la exposición y venta directa al público. En épocas de esplendor, el local de Florida y Corrientes llegó a vender mil pares de zapatos diarios.
Un hecho notable ocurrió por aquellos años en que los Grimoldi optaron por el mercado minorista. Alberto decidió viajar a Alemania a visitar la cadena de zapaterías Leiser con el fin de conocer los detalles de la venta al público. Cuando la persecución nazi hacia los judíos en Alemania se hizo intolerable, y ante la posibilidad de que se le confiscara todo, la familia Leiser, dueña de aquella cadena de zapaterías, envió su dinero a la Argentina. Más precisamente, se lo confiaron a Alberto Grimoldi. Cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial, Alberto facilitó la entrada de los Leiser a la Argentina y devolvió, tal como les había prometido, todo el dinero que habían enviado antes del exilio.
Una nueva denominación tuvo en los años 40: Alberto Grimoldi - Fabricación de Calzados.
En ese tiempo la compañía estaba en el podio de la producción de zapatos. Alto vuelo para los descendientes de Tomás, aquel zapatero de la calle Piedad, quien trabajó con ahínco y sin imaginar que, gracias a sus hijos, el apellido terminaría designando a la empresa de calzado más importante de América Latina.
Prestigio y tradición familiar
A partir de la muerte de Alberto Grimoldi en 1953, la firma quedó en manos de varios primos. Su hijo homónimo se retiró de la empresa para volver en los 80 y preservar el patrimonio familiar. En aquellos años, un estudio de mercado reveló que la marca Grimoldi era prestigiosa y que su producto se consideraba calzado de calidad, pero aburrido.
El rediseño se puso en marcha. Y no solo eso. Como aguijoneados por los resultados, llevaron adelante una campaña memorable en 1967, cuando expusieron para la venta en sus principales locales los coloridos zapatos Por Art flúo de doble plataforma (14 cm.) creados por Dalila Puzzovio, del Instituto Di Tella. Si hubo revoluciones del calzado, sin dudas la del 67 está en la lista porque llenó de colores el mercado.
Desde 1985 la compañía se denomina Grimoldi S.A. y se mantiene dentro de la familia. Ya es una empresa de cuarta generación en la Argentina y con un sello de prestigio que reconocen, en todas las latitudes, los principales competidores del mundo del calzado.