Rigolleau: cómo nació y se consolidó el gran emporio del vidrio | Por Daniel Balmaceda
Con diecisiete años, algo de dinero, mucha voluntad y conocimientos adquiridos por generaciones en su familia, arribó al país proveniente de Francia, León Rigolleau.
Lo recibió una Buenos Aires –la de la década de 1870– que experimentaba grandes cambios. Luego de realizar algunos trabajos para arraigarse, el joven abrió un negocio de librería y papelería en la calle Rivadavia, casi Chacabuco. Sin dudas, podría mantener la estirpe familiar: los Rigolleau de Anguelma, cerca de la costa atlántica francesa, eran expertos en la industria del papel.
Como también se dedicó en forma colateral a la venta de tintas, pudo advertir un agujero negro en la demanda comercial de los envases: no había tinteros disponibles, ya que no se importaban recipientes de vidrio.
León corría con ventaja. A través de su hermana, era pariente político de los Fourvel, apellido con galardones en la industria del vidrio. El primer paso fue convocar a su sobrino Gastón Fourvel Rigolleau. Pero no lo hizo viajar de inmediato. Le pidió que antes se instruyera con su familia en el arte del vidrio. Una vez realizado el entrenamiento, el sobrino quinceañero arribó al puerto de Buenos Aires y se sumó como asociado. Durante alrededor de cincuenta años, Gastón iba a comandar los destinos de la cristalería.
Arranca la Cristalería Rigolleau
Mientras esperaba la llegada de su sobrino, León tomó contacto con obreros de una cristalería, llamada La Nacional, ubicada en el barrio de Balvanera, en Belgrano y Urquiza. La empresa había cerrado en 1880 y el patrón los había indemnizado con materia prima. Así inició la Cristalería Rigolleau, en 1882, aprovechando incluso los dos hornos de la antigua fábrica.
En los comienzos de la empresa, la falta de insumos importados atentaba contra la continuidad del negocio. Por eso no trabajaban todos los días. Recién cuando aparecía el material, un peón con un burro salía por las calles avisando a los obreros que debían presentarse en la fábrica.
El sobrino solía recordar ciertos inconvenientes durante la Exposición Continental de 1882 que se realizó en la porteña Plaza Miserere. Desde la falta de fondos a consecuencia de la crisis económica hasta la destrucción del espacio físico por culpa de una tormenta. Fue necesario recaudar fondos para sostenerla. León Rigolleau donó diez mil frascos de tinta para ser rifados. ¿Generoso? Por supuesto, pero también práctico. Se trataba de una tinta, la primera fabricada en nuestro país, difícil de insertar en el mercado porque tardaba en secarse.
Los Rigolleau comenzaron produciendo frascos. Luego incorporaron botellas para bebidas alcohólicas, como licores, refrescos y sodas. Pero más aun para las cerveceras, ya que Quilmes (de Bemberg), Bieckert (del homónimo) y Palermo (de Tornquist) se contaron entre sus primeros clientes.
En 1893 la fábrica se extendía en ocho mil metros cuadrados, tres cuartos de los cuales eran techados. En ella trabajaban quinientos operarios que en aquellos dos hornos elaboraban unos treinta mil kilos diarios de vidrio. Tres plantas de seiscientos metros cuadrados funcionaban como depósito del producto terminado.
En el año 96, una huelga de obreros de la industria del vidrio puso en jaque a Rigolleau. Entre los reclamos se destacaba la jornada de ocho horas de trabajo. La protesta duró cinco meses, pero antes de la resolución, los directivos enviaron telegramas a Europa demandando personal. Desde Bélgica y Alemania llegaron los refuerzos.
Gastón viajó a Europa en 1898. Su principal objetivo fue continuar captando mano de obra especializada en la cristalería. La compañía se había propuesto avanzar en la provisión de los buenos restaurantes que iban surgiendo en el país. Los Fourvel colaboraron con el joven emprendedor, no solo en el terreno de los recursos humanos sino también en el de los insumos. Esto se debe a que Europa era la proveedora: la arena de Fointanebleau, más el óxido de manganeso, la sosa y el antimonio que se importaban.
Sin embargo, pronto la empresa empezó a trabajar con material local, como arena de Campana y cuarzo de Córdoba. Luego se sumaron minerales de Salta, San Juan, Neuquén, Chubut y Santa Cruz, entre otras provincias. Todo el país nutría a la fábrica. Sin embargo, en un principio, el carbón inglés, fundamental para la elaboración, no podía dejar de importarse.
En 1899, el pionero León Rigolleau dejó la compañía en manos de su sobrino y regresó a vivir a Francia y disfrutar de un retiro acomodado.
Transformación en la zona Sur
En 1906, Gastón dio un gran paso: le compró al vasco José Clemente Berasategui (su apellido era con s) cien mil metros cuadrados en el sur del Gran Buenos Aires. La elección del lugar no fue caprichosa. El principal cliente del proveedor de vidrio era la cervecera Quilmes, ubicada en la vecina ciudad homónima.
Mientras se iniciaba la construcción de las tres nuevas fábricas -de vidrios, de cristales y botellería-, se preocupó por la logística. La construcción de galpones a un costado de la vía del ferrocarril y la gestión para que el tranvía que iba hasta Quilmes continuara hasta Berazategui.
La ciudad al sur del Gran Buenos Aires dejó de ser agropecuaria y se transformó en industrial por el impulso de los emprendedores del vidrio. El complejo fabril incorporó mil quinientos trabajadores, con predominio de inmigrantes belgas.
Del cristal de una copa al lente de un telescopio, pasando por globos para iluminación, las baldosas vidriadas o frascos de mermeladas, la compañía proveyó productos con calidad en campos bien diversos.
En 1931 se jubiló Gastón Fourvel-Rigolleau y fue sucedido por su hijo León. La década del treinta aportó un nuevo emprendimiento: la creación de una Sección Artística para diseños rebuscados con vidrio. La compañía expuso sus productos en varias muestras internacionales. Esta sección de trabajo manual y artesano continuó hasta 1954.
En el ínterin, surgió un producto que nuestras abuelas han conocido muy bien. El Pyrex, vidrio hecho con elementos térmicos que permitían su uso en laboratorios, cañerías de líquido caliente, tubos para faroles y las muy conocidas fuentes para ser usadas en el horno.
El Pyrex fue inventado en Estados Unidos en 1915 y en 1943 se formalizó el acuerdo para que Rigolleau lo fabricara en la Buenos Aires que setenta años atrás había recibido a un joven que pensaba dedicarse al negocio del papel.