OTROS TIEMPOS DE GLORIA

G20: el día de 1910 en el que Buenos Aires fue el centro del mundo y los líderes mundiales quedaron deslumbrados

El 25 de mayo de 1910 los medios del mundo reflejaban la llegada a Buenos Aires de invitados especiales. Un día como hoy, con el G20
ACTUALIDAD - 01 de Diciembre, 2018

Fue una fiesta que celebraba 100 años de la independencia, quizá el único antecedente de la cumbre del G20 que se lleva a cabo actualmente en Buenos Aires.

"Llegan a Buenos Aires muchos invitados especiales, se dan recepciones y bailes en la casa de gobierno, en los salones de los círculos militares, en las embajadas. En las calles, decoradas con banderas, se nota un ambiente de fiesta".

Así reportaba el diario francés Le Figaró los eventos ocurridos en la capital argentina el 25 de mayo de 1910.Los actores, los objetivos y el contexto son muy diferentes, pero -guardando las proporciones- esa fue la última vez en que Buenos Aires, como ahora, fue el centro del la atención mundial

Por ese entonces Argentina era una de las economías más prósperas del planeta, gracias al empuje que millones de inmigrantes europeos dieron a su agricultura y su manufactura y que convirtieron al país en lo que se denominó "el granero del mundo".

Con uno de los presupuestos más altos en la historia del país, los gobiernos argentinos de finales de siglo XIX transformaron Buenos Aires en una fastuosa ciudad de anchas avenidas, ostentosos edificios, frondosos parques y lujosos salones. Era un enclave europeo en el hemisferio sur; una París en América Latina.

"Ahora, aunque Argentina ya no es una potencia y sufre altos índices de pobreza o corrupción, el presidente Mauricio Macri, hijo de una familia italiana de inmigrantes que hizo su fortuna a pulso, se propuso devolver el país a ese podio de los más poderosos", expresa el medio español ABC.

Y, durante los dos días del G20, Buenos Aires volvió a ser epicentro del poder mundial. Es un cuarto de hora para un país que siempre ha aspirado a volver en el tiempo; a esas primera décadas del siglo XX.

Algunos de los que hoy son sus edificios más suntuosos se construyeron para la exposición de aquel entonces, como la Sociedad Rural Argentina en Palermo, actualmente uno de los espacios de exposición más importantes de la ciudad

Entre los invitados estuvo Georges Clemenceau , uno de los políticos más importantes de la historia de Francia, que en ese entonces era senador y luego fue primer ministro.

Clemenceau recorrió la capital y algunas zonas del país y, en general, quedó deslumbrado con el acelerado desarrollo del país, aunque también manifestó escepticismo en caso de que el país no atendiera sus problemas de corrupción.

"Argentina crece gracias a que sus políticos y gobernantes dejan de robar cuando duermen", fue una de sus frases famosas.

Pero, en general, fue elogioso: "Mientras que el aspecto de las calles de Buenos Aires es verdaderamente europeo, tanto por la disposición y la fisonomía de todas las cosas cuanto por la dominación de nuestras modas y la expresión de las caras, todo este mundo es argentino hasta médula de los huesos, exclusivamente argentino".

"Lo picante de Buenos Aires -continúa una de sus crónicas- es presentarnos, bajo velos de Europa, un argentinismo desatinado. Y lo más curioso quizá es que este patriotismo intratable, que con gusto se atestigua en tantos pueblos que no quiero nombrar, toma aquí aires tan amables, tan cándidos me atreveré a decir, que nos dejamos arrastrar bien pronto por el deseo de verlo justificarse".

"No contentos de ser argentinos de pies a cabeza -concluye-, si se dejara hacer a estos diablos de gentes, nos argentinizarían en un abrir y cerrar de ojos".

Buenos Aires, entonces la octava ciudad más grande del mundo con 1,2 millones de habitantes, dejó la impresión de que era una metrópolis en potencia, capaz de ser el centro de desarrollo de un mundo globalizado gracias a los atributos del libre cambio.

Sin embargo, los recuentos académicos que se han hecho del Centenario muestran que detrás de esta fiesta había una muchedumbre, sobre todo de inmigrantes, que demandaba mejores condiciones de vida y trabajo .

En los días previos al 25 de mayo hubo protestas que llevaron al presidente, José Figueroa Alcorta, a declarar el estado de sitio, bajo el cual entre 700 y 800 mil obreros fueron detenidos, según cifras oficiales.

La situación no es exactamente la misma ahora, pero durante toda la semana hubo protestas contra el G20 y contra Macri, a quien acusan de entregar el país a inversionistas extranjeros y al Fondo Monetario Internacional.

En la celebración del Centenario, "la población y las autoridades observan rituales diferentes", escribe la investigadora Estela Erausquin en un artículo para el Centro Interuniversitario de Investigación en Campos Culturales en América Latina de la Universidad de la Sorbona, en París.

"Las autoridades, las fuerzas vivas y los invitados especiales son los actores principales: presiden desfiles militares, homenajes florales a distintos monumentos alegóricos, conciertos en el Teatro Colón, recepciones de gala en la casa de gobierno y en el Jockey Club, cenas y bailes en las embajadas extranjeras, misas, manifestaciones deportivas, exposiciones y diferentes congresos ."La población, por su parte, es espectadora del espectáculo oficial y concurre a kermeses o bailes organizados por los municipios, los clubes políticos, las asociaciones de inmigrantes".El Centenario, dice Erausquin, fue una ruptura para la identidad argentina, que desde entonces se define mirando a Europa y negando su pasado indígena.

Y esa es, precisamente, una de las críticas que organizaciones sociales hacen sobre el gobierno de Macri, quien dice que " todos los sudamericanos somos descendientes de europeos " y se puso como prioridad "volver al mundo"; al mundo de las potencias occidentales.

"El Estado argentino —asegura Erausquin—, a través de sus representantes y de sus leyes, redefine con motivo del Centenario los principios de su identidad, modificando el modelo liberal de su Constitución".

El Centenario como celebración de la Independencia no marcó una ruptura con el pasado español: probó, según Erausquin, que la España tradicional pudo haber perdido la guerra política y militar, pero " no del todo la guerra ideológica ".

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