• 22/9/2024

El temor del Gobierno tras el 18A: esta vez, "alguien" puede adueñarse de los votos de las cacerolas

El ruido fue el mismo, la multitud que fue ganando las calles también. Pero esta protesta tuvo una gran diferencia respecto de las anteriores. Lo que viene
19/04/2013 - 04:20hs
El temor del Gobierno tras el 18A: esta vez, "alguien" puede adueñarse de los votos de las cacerolas

Cristina lo hizo: la oposición política -esa que parecía víctima de una irremediable inoperancia y falta de reacción- esta vez tomó la iniciativa y se mostró dispuesta a unirse para así capitalizar el enojo de los cientos de miles de manifestantes que se dieron cita el 18A.

Fue, tal vez, el mayor cambio entre los primeros cacerolazos y el de ayer: la participación abierta de los dirigentes opositores, en un amplio y variopinto abanico que incluyó desde el sindicalista "Momo" Venegas hasta el rabino Bergman, desde Roberto Lavagna hasta el piquetero Raúl Castells y desde la diputada Viky Donda hasta Francisco de Narváez.

Y fue notorio que no hayan sido hostilizados por los manifestantes, sino que parecieron disfrutar de estar rodeados por una multitud anti K.

"Muchos nos han pedido que vayamos con ellos a la marcha", escribió en su cuenta de Twitter María Eugenia Estenssoro, senadora por la Coalición Cívica.

Se trata, sin dudas, de un punto de inflexión: en los primeros cacerolazos masivos se palpaba un rechazo generalizado hacia todo el sistema político, que hacía recordar de alguna manera al "que se vayan todos" de 2001.

En aquellas ocasiones, si un político opositor participaba en la marcha, debía aclarar que lo hacía a título personal. Y estaba mal visto cualquier indicio de querer "apropiarse" de la protesta.

De hecho, los analistas destacaban cómo las quejas emergentes en esas manifestaciones iban dirigidas tanto al Gobierno como a la oposición, por su incapacidad para ofrecer resistencia a las políticas más cuestionadas del kirchnerismo.

Esta vez, en cambio, todos los partidos, sindicatos y movimientos sociales opositores convocaron a sus militantes. Y los dirigentes no sólo asistieron, sino que ocuparon un lugar destacado, encabezando columnas y erigiéndose en voceros de la protesta ante los medios de prensa.

"Escuchamos el mensaje que la ciudadanía había dado el 8 de noviembre, nos pidió que nos uniéramos por encima de nuestras diferencias", sintetizó Fernando "Pino" Solanas, quien insinuó la conformación de un frente electoral que tomará "la ética" como bandera.

Por este motivo, lo que los politólogos observan y destacan como el gran cambio es el giro de la protesta, que empieza a teñirse de un tono más claramente "anti K".

En este sentido, el politólogo Jorge Giacobbe reveló una encuesta en la cual, ante la pregunta de cómo quería que le fuera al kirchnerismo en las elecciones legislativas de octubre, un abrumador 53,4% respondió que espera una derrota oficialista (el 30,3% se manifestó a favor del Gobierno y un 15,6% respondió "me da lo mismo").

El "relato" del cacerolazo

El cambio cualitativo de este último cacerolazo estuvo marcado también por la reacción kirchnerista.

Ya muy lejos de calificar a la protesta como "la marcha del odio", o de estigmatizar a los manifestantes como la típica clase media egoísta con ánimo "destituyente", ahora se notó un tono respetuoso.

La propia Cristina Kirchner, evitando las viejas frases desafiantes -como el "no me van a poner nerviosa" pronunciada mientras se realizaba el primer cacerolazo de septiembre-, ayer prefirió una actitud tolerante.

"Al que le gusta protestar me parece bien, pero sería bueno que, además, todos podamos ayudar", señaló en un acto público donde anunciaba asistencia social para afectados por la inundación.

Luego, ya en pleno cacerolazo, y mientras volaba hacia Perú, la Presidenta "tuiteó" profusamente sobre iniciativas de Gobierno, en lo que pareció una evidente estrategia de mostrar "gestión" más allá de las controversias.

También Aníbal Fernández señaló que no puede asimilarse a los caceroleros con los "golpistas". El senador dejó de lado su habitual estilo ácido, para calificar a la protesta como "un ejercicio de la libertad que todos supimos conseguir" y rematar con un "me parece estupendo que se expresen".

Más bien, la sensación que quedó anoche es que la gran consigna del kirchnerismo era evitar que la oposición pudiera "apropiarse" de las consignas antigubernamentales.

Al respecto, fue elocuente la cobertura que hicieron los medios afines al Gobierno. Para empezar, no se buscó minimizar la magnitud de la protesta ni la legitimidad de varias consignas.

Los periodistas de medios oficialistas, al entrevistar a los manifestantes, esta vez no intentaron polemizar sino derivar el diálogo al terreno de quién está mejor capacitado para resolver los problemas.

Es un cambio sutil pero fundamental. Primero, porque ya no se notó un esfuerzo por negar la existencia de problemas como la inflación o la inseguridad, ni siquiera incluso la corrupción.

Pero lo que sí se notó fue una fuerte preocupación por el hecho de dejar bien en claro que el enojo de los manifestantes no necesariamente implicaba una adhesión a los dirigentes opositores que ayer participaron del cacerolazo.

Para los sectores de la izquierda, desde los medios oficiales lanzaron las clásicas "chicanas" respecto de lo incoherente que resultaba que estén en una misma marcha la dirigencia del PRO o Cecilia Pando, la principal activista del movimiento que reivindica la dictadura militar.

Además del intento por presentar a la protesta como el emergente de ciudadanos que no se sienten representados, estuvo la repetición de un argumento clásico: la influencia de los medios críticos del Gobierno.

Así, los analistas de Canal 7, tras constatar que una de las principales consignas de los caceroleros era la oposición a la reforma judicial, sostuvieron que era un tema "donde el 95% de la gente está muy poco informada", al decir de un periodista de ese canal.

Y que los planteos de los manifestantes mostraban un alto grado de coincidencia con la "agenda" de temas impuesta por los medios.

En paralelo, la cobertura opositora, especialmente la de los medios del grupo Clarín, machacó explícitamente en la necesidad de que los opositores dejen de lado sus diferencias y sean capaces de articular fuerzas de tal forma de poder desafiar al kirchnerismo en las urnas.

El "efecto Lanata"

La convocatoria, como se preveía, fue nuevamente masiva, por lo menos con la misma cantidad de asistentes (quizá más) que la registrada el 8N.

Y no solamente en los grandes centros urbanos, donde al kirchnerismo le cuesta hacer pie, sino también en aquellas provincias como Tucumán, Salta o Corrientes, donde el oficialismo ha ganado elecciones con porcentajes de votos superiores al 60%.

Y, como caso destacado, fue muy importante la manifestación en la ciudad de La Plata, un lugar donde la sensibilidad ante las acusaciones de corrupción está en su nivel máximo, como consecuencia de las heridas dejadas por la trágica inundación.

Ese tema, el de la corrupción y sus consecuencias fue, sin dudas, el protagonista de la jornada, dejando atrás a otros clásicos como la inflación y la inseguridad. Y hasta logrando que no se escucharan prácticamente menciones a temas como la prohibición de comprar dólares.

"La corrupción mata" estuvo entre las consignas más vistas.

También el "efecto Lanata" fue evidente ya desde el inicio de la marcha. Ocupó una parte preponderante de los carteles y las expresiones de los manifestantes.

Se notó en la ironía de los militantes del PRO, que marcharon con pecheras de una apócrifa agrupación "La Karina Olga" -en alusión a la esposa del excéntrico Leonardo Fariña-, así como en carteles con una esponja y la consigna "Cris, traje la esponja para ayudarte a lavar".

Pero otros expresaron su indignación de una manera más seria, con carteles que afirmaban "no nos roben también la justicia", o con banderas argentinas con un crespón negro en señal de duelo. El enojo que expresaban los ciudadanos que manifestaron su hartazgo con la corrupción estuvo omnipresente.

La repercusión mediática del "caso Fariña-Lázaro Báez" superó largamente a la que había tenido el escándalo "Boudou-Ciccone". Y, ciertamente, más que las acusaciones de corrupción contra Sergio Shocklender y la Asociación Madres de Plaza de Mayo, que había estallado en plena campaña electoral de 2011 sin generar daño a la imagen de la Presidenta que iba por la reelección.

Este agravamiento en la sensibilidad de la opinión pública ante las denuncias sobre enriquecimiento ilícito o irregularidades administrativas no sorprendió a los analistas, que creían que ese proceso iba a ocurrir por una mezcla de dos factores: por un lado, el hartazgo ante la acumulación de pruebas; y por otra parte, el malestar por el empeoramiento de la economía.

La conexión entre ambas cuestiones fue expresada con claridad por el politólogo Rosendo Fraga: "Cuando la economía crece al 7%, la sociedad es más tolerante con temas de corrupción, pero cuando ésta se frena, se vuelve más crítica".

Ese mismo fenómeno había sido observado por Sergio Berensztein, director de Poliarquía, quien considera que el fenómeno de la protesta fue multicausal, y que los motivos de enojo se potenciaron entre sí.

"Se está generando un clima singular, porque además está la cuestión del avance sobre la Justicia, y no tenemos que olvidar que en los cacerolazos anteriores uno de los temores expresados con más claridad era que la Argentina no tomara un rumbo parecido al de Venezuela".

Para Berensztein, ha influido "la indignación por dos temas nuevos: el rol del Estado ante las inundaciones, y la arremetida contra la justicia independiente; lo que se percibe por parte de la opinión pública es que el Gobierno, con tal de avanzar con su proyecto, está dispuesto a ir contra los otros poderes de la República".

Lo que viene

La gran pregunta que queda tras este nuevo cacerolazo es si dejará consecuencias que trasciendan la mera expresión de enojo.

Todavía no está claro, pero algo parece estar cambiando en la oposición política, que intenta salir de su estatus de irrelevancia.

En ese contexto, también dio la sensación de que los dirigentes opositores empezaron a apuntar a parte de los votantes que en las últimas elecciones optaron por el oficialismo. Elisa Carrió hizo hincapié en rescatar la existencia de "gente honesta" en la base de militancia del Frente Para la Victoria.

La gran pregunta, justamente, es hasta qué punto el actual contexto político, con las denuncias y manifestaciones, será capaz de alterar la adhesión al kirchnerismo.

En principio, los politólogos muestran cierto escepticismo. Como Berensztein, para quien en el "núcleo duro" del kirchnerismo se pondrá en marcha "un mecanismo de negación, para no aceptar las acusaciones".

Sobre lo que no cabe duda alguna es respecto de cuál será la actitud del Gobierno post cacerolazo: ningún cambio de dirección y redoblar la apuesta.

No en vano, al mismo tiempo que sonaban las cacerolas, el Senado daba trámite express a la reforma judicial.

Y, a la par, Cristina "tuiteaba": "Sí, soy medio terca y además estoy vieja. Pero, después de todo, es una suerte poder llegar a viejo, ¿no? Sobre todo si tu vida sirvió para hacer cosas que tu patria necesitaba".