Los paí­ses golpean la puerta del "granero del mundo": por qué usted debe preocuparse

Tras las abruptas caídas registradas semanas atrás, los precios de los alimentos vuelven a dispararse. Por qué el boom puede ser perjudicial
ACTUALIDAD - 23 de Mayo, 2011

La economía se ha destacado por inventar palabras desagradables, generalmente para describir situaciones también graves.

"Estanflación" -término que identifica cuando un país no crece y, además, sufre por los efectos de la inflación- es un ejemplo elocuente de ello.

Y últimamente ha recobrado bríos otro concepto -dentro de los de este tipo-, el cual está ganando presencia no sólo a nivel local, sino también mundial.

Más aún, amenaza con subirse al tope del ranking de las preocupaciones.

Es el conocido como "agflación", que describe la suba de precios provocada por el alza continua en las cotizaciones de los productos agrícolas, por la mayor demanda mundial (y también por factores especulativos).

Muchos economistas en la Argentina le temen a este fenómeno porque consideran que puede dar lugar a la "inflación importada", es decir, a los aumentos de precios provocados por causas externas y difíciles de controlar con instrumentos de política económica. 

Para el caso de la soja, el trigo y el maíz, cuyos valores -tras una sorpresiva baja durante comienzos de mayo- volvieron a experimentar un rally alcista, los analistas ya han encendido la alarma.

Y advierten una nueva crisis alimentaria mundial que podría, incluso, superar a la ocurrida hace tres años.

Por lo pronto, el viernes pasado, en Chicago:

  • El maíz se ubicó un 106% por encima de su valor de 2010.
  • El precio del trigo, un 64% más alto que el año pasado.
  • La soja también se recuperó con fuerza y su cotización se encuentra un 46% por encima de mayo de 2010

Claro está que estos representan apenas unos pocos ejemplos de un abanico muy amplio que comprende, entre tantos otros, al azúcar o al café, que también vienen experimentando alzas de dos dígitos.

Y la cosa no se detiene allí.

"Estos precios tienen altas probabilidades de continuar incrementándose durante los próximos meses", afirma Abdolreza Abbassian, economista de la FAO (la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura).

El fenómeno no pasó desapercibido ante los ojos del ministro de Economía, Amado Boudou, quien días atrás, ante el pedido de algunos países de la Unión Europea de comenzar a regular las cotizaciones de las materias primas agrícolas, acusó a la "especulación financiera" por la alta volatilidad.

El tema no es menor y explica en buena medida el por qué de los sangrientos disturbios que han comenzado a aflorar en diversas naciones.

Y que se han ido propagando en una suerte de "efecto dominó", habida cuenta de la mayor cantidad de gente que queda sumergida por debajo de la línea de pobreza.

Por otro lado, obliga a los países a buscar (como sea) la forma de producir en mayor cantidad o bien importar enormes cantidades de alimentos y materias primas desde otras latitudes.

Una lección que llega desde Holanda Por suerte, la Argentina se ubica en la vereda opuesta.

Es decir, en la de los países productores y exportadores, que se acostumbraron a festejar cada vez que las materias primas establecen nuevos records de precios.

Al respecto, un informe de la consultora Analytica pronostica que las cotizaciones de sus exportaciones en este rubro serán 30% más altas en 2011 en comparación con las del año pasado (lo que permitirá compensar con creces la caída del 5% esperada para la cosecha).

Así las cosas, la Argentina espera vender sus productos al mundo y hacerse de una caja de poco más de u$s30.000 millones.

En este marco, ¿la "agflación" es una bendición para el país (al hacer más caja) o un castigo para los argentinos (que deben pagar más caros los alimentos)?

En relación al primer punto, los analistas advierten seriamente respecto de entusiasmarse más de la cuenta. En primer lugar porque, paradójicamente, el ingreso de dólares de un rubro dominante puede perjudicar al resto de los actores de la economía.

Los economistas lo llaman "enfermedad holandesa", en referencia al fenómeno sufrido por ese país en la década de los '60.

En esa oportunidad, el hallazgo de grandes yacimientos de gas, que al principio fue motivo de festejo, terminó por perjudicar a todas las ramas de actividad, ya que que dio lugar a un fuerte ingreso de divisas, fortaleció su moneda e hizo que otros sectores se tornasen más caros a la hora de venderles productos manufacturados al mundo.

Algunos analistas creen que la Argentina ya está sufriendo este fenómeno.

"Si los precios continúan en alza, se comenzará a observar una desinversión y una menor demanda de empleo en sectores transables y de sustitución de importaciones", afirma Eduardo Levy Yeyati, un influyente experto en finanzas y docente de la Universidad Di Tella.

En la misma línea, el economista jefe de Ieral, Jorge Vasconcelos, advierte que para la Argentina no siempre un encarecimiento de los productos agrícolas resulta positivo.

El analista sostiene que hay un rango de precios de commodities dentro del cual la economía nacional se encuentra en situación óptima: si estos caen por debajo del "piso", sufre por la baja entrada de divisas.

Pero destaca que si se sobrepasa un "techo", muchos empresarios -de varias ramas de actividad- se encontrarán con dificultades crecientes para vender fronteras afuera, por tornarse sus productos más caros y menos competitivos.

"Todavía estamos en un nivel de precios manejable, es decir que el Gobierno tiene a mano instrumentos como para aprovechar la entrada de dólares y, al mismo tiempo, neutralizar la caída de competitividad en la industria", señala Vasconcelos, que aconseja mirar el ejemplo chileno de crear un fondo anticíclico en los años de buenos precios.

La inflación importada y su impacto en el bolsillo

Además de la "enfermedad holandesa", hay otro motivo para no entusiasmarse más de la cuenta cuando suben los precios del "yuyito" y otras materias primas con las que cuenta el país.

Es la posibilidad de que los argentinos tengan que pagar más caros los alimentos en el súper.

Por lo pronto, durante 2010 la canasta alimentaria tuvo un incremento en torno del 33%, bien por encima de la inflación promedio del 25%, estimada por la mayoría de las consultoras.

Este fenómeno vinculado con la "inflación importada" se hizo notar en toda la región. Y en la Argentina con mayor virulencia.

Así, la combinación de esta fuerte demanda externa, a la que se suma la interna, los problemas de cuellos de botella y la insuficiente oferta de varios productos no hacen más que presagiar lo que viene: este año la inflación alimentaria se hará sentir con fuerza en el bolsillo de los consumidores.

Más aún, Jorge Castro, analista de temas internacionales, afirma que hay que hacerse a la idea de que esa será la tónica a largo plazo.

"Lo que estamos viendo no es algo circunstancial, sino que es estructural. Y tiene su explicación en la mayor demanda mundial de alimentos, en particular por parte de China e India. Hoy la inflación mundial se explica básicamente por los alimentos y los combustibles", sostiene Castro.

También el economista Javier González Fraga, ex presidente del Banco Central, comparte que el escenario de altos precios llegó para quedarse.

"A diferencia de lo que ocurría en otras épocas, ahora no puede atribuirse esta situación a la debilidad internacional del dólar. Eso explica sólo una pequeña parte de la suba, pero lo más importante es la fuerza de la demanda", sostiene.

En este contexto, la duda reside en cuál será la reacción del Gobierno ante el fuerte repunte en las cotizaciones de las materias primas. Y en este sentido, todas las recomendaciones apuntan a no trabar ni gravar más las exportaciones.

"Cuando lo hicieron les salió muy mal. Lo que pasó con la carne es un ejemplo claro, así que no debería incurrirse en el mismo error, aunque no me animo a decir que resistirá la tentación de poner trabas", afirma González Fraga.

Cierre: el remedio equivocado

Desde el centro del debate internacional, el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, hizo un pedido especial para que los países productores de alimentos no repitan la experiencia de 2008: "Las restricciones a la exportación hacen que la volatilidad de precios sea peor aún".

En la misma línea, un documento publicado este viernes por la Federación de Asociaciones Rurales del Mercosur (FARM), destaca que el comercio transparente "es parte de la solución y no el problema".

La postura oficial argentina, expresada por la intervención del ministro Amado Boudou, en la reciente reunión que convocó a las autoridades de los principales países (G20), ha sido la de oponerse a cualquier control de precios, por considerar que ello puede traer el efecto indeseado de achicar la oferta.

Sin embargo, los críticos del Gobierno afirman que la persistencia de las retenciones y las crecientes trabas al comercio exterior van en contra de ese objetivo proclamado.

Sobre este punto, César Gagliardo, presidente de la firma corredora de granos Artegran, pronostica que cualquier política restrictiva del comercio será negativa, no solamente porque va en contra del pedido global de producir más, sino porque tampoco ayudará a la Argentina.

"No decimos que el Estado deba estar ausente. Pero una cosa es controlar, y otra es un intervencionismo que distorsiona la producción y la comercialización, como ocurrió con la carne y sigue dándose con el trigo", señala el empresario.

"Se decía que se cerraba la venta de trigo para contener el precio del pan. Pero quedó demostrado que el trigo sólo incide en un 15% del precio final de este alimento", afirma Gagliardo.

Su visión es que los precios actuales del mercado internacional no caerán: "En el largo plazo, no hay dudas de que la tendencia es a la suba, ya no vamos a volver a ver la soja en 250 dólares".

Así las cosas, mientras la Argentina sigue disfrutando la lluvia de divisas que deja el "yuyito", el mundo sigue ubicando su foco de atención en la "agflación".

En definitiva, el Gobierno se ve beneficiado por la caja que le asegura la venta de productos al mundo.

Paradójicamente, los argentinos encuentran en la mayor demanda de otros países un factor más que hace que tengan que pagar más caros los alimentos cada vez que tienen que llenar su changuito en el súper.

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