Axel Kicillof se está asegurando un lugar destacado en la rica historia de los ministros de Economía con planes que empezaron bien y terminaron en un ruidoso fracaso.
Es que la estrategia planteada de alinear los indicadores económicos como para que, a esta altura del año, se dé un boom consumista y reactivación de la actividad -con esta estabilidad de precios y pax cambiaria-, está saliendo absolutamente al revés de lo previsto.
Es cierto que su plan no fue el que tuvo peores resultados, en comparación con otros. Pero posiblemente nadie como Kicillof haya tenido tan mal "timing" desde el punto de vista político.
Porque lo que Cristina Kirchner le había pedido a su funcionario favorito era que cumpliera con los mandatos de todo Gobierno que se enfrenta a una instancia electoral. Es decir:
• Dólar bajo y estable
• Boom consumista
• Evitar focos de desempleo
• Inflación en tendencia decreciente
Para conseguir estos objetivos, estaba "habilitado" a echar mano a todas las herramientas que tenga a su alcance.
Incluso, aunque implicara enfriar algunas actividades clave de la economía. Y, por si no llegara a ser suficiente, hasta tenía permitido el traspaso de "bombas" fiscales, cambiarias y tarifarias al próximo presidente.
Las iniciativas se completaban con los "planes canjes" para comprar electrodomésticos y el "Ahora 12" para fomentar los pagos en cuotas.
Naturalmente, el manejo de los tiempos formaba parte crucial.
La premisa era que el máximo bienestar se dé en el tercer trimestre del año, en coincidencia con el momento definitorio del calendario electoral.
Ello implicaba correr el cierre de paritarias, de manera que las mejoras nominales de salarios se dieran entre junio y agosto. En medio, el aguinaldo haría su contribución a la recuperación del poder adquisitivo.
Todo estaba planificado con timing electoral.
Los aumentos en jubilaciones y planes sociales harían lo propio con los sectores de mayor edad y los desempleados beneficiarios de la asistencia pública.
Punto de inflexión
En rigor de verdad, el "Plan Kicillof" hasta hace tres semanas venía saliendo relativamente bien, de acuerdo con lo previsto.
En el terreno financiero se notaba calma, con una inflación en baja y un público no tan obsesionado por la compra de dólares.
Cada anuncio presidencial vinculado con una mejora nominal en los ingresos producía euforia en filas oficialistas.
Consultores como Artemio López no dudaban en pronosticar un triunfo kirchnerista en primera vuelta, basado en el "efecto bienestar" potenciado en el tercer trimestre.
Para López -el más connotado politólogo cercano el kirchnerismo-, lo que ocurriría para este momento del año sería un fuerte incremento de ingresos sobre el 50% de la población con menores recursos, donde el Frente Para la Victoria tiene su base de votantes.
Calificaba a este fenómeno como "equivalente al que derrama un crecimiento del PBI del 6%, a raíz de la combinación de transferencias de ingresos múltiples, vía salarios, jubilaciones y planes de asistencia, todos actualizados por sobre la inflación".
En su visión, dichos ingresos estarían subiendo al 33% contra un alza de precios anual esperada del 20% y un leve incremento del empleo.
Pero lo cierto es que hoy, tres meses después de ese pronóstico, y con las PASO ya a la vista, todo parece haber fallado.
El consumo sigue estancado, la industria permanece en caída, hay focos de desempleo, la inflación repuntó en julio y, por supuesto, el dólar volvió a convertirse en el protagonista estelar de la campaña.
¿Qué falló?
A primera vista, puede sorprender que el "Plan Kicillof" haya salido tan mal.
De hecho, hasta los economistas más críticos del "modelo K" dejaban entrever cierta admiración por la manera en que el ministro había planificado las cosas.
Uno de ellos era el propio Miguel Ángel Broda, quien calificó de "astuto y perverso" el intento, porque generaría una sensación de bienestar en el corto plazo para pasarle la "bomba" a la siguiente administración.
Sin embargo, el panorama se deterioró mucho más rápido de lo previsto y el boom consumista nunca llegó a ser tal.
Ya en pleno agosto, todos los asalariados recibieron al menos una cuota de aumento salarial -algunos gremios que firmaron temprano, van por la segunda- y todos embolsaron su medio aguinaldo.
Es decir, la falta de pesos en la calle no es el problema. Sobre todo si se tiene en cuenta que, además, se recurrió muy decididamente al gasto público para "lubricar" la maquinaria del consumo.
Los economistas están alarmados por el hecho de que este gasto sea financiado, sobre todo, por la "maquinita" del Banco Central, que ya llevó la expansión monetaria a una velocidad del 36% anual.
"El déficit fiscal sigue creciendo a ritmo desmesurado. Bien medido, apunta a cerrar el 2015 en casi 8% del PBI", se asombra el economista Federico Muñoz.
Y agrega otro dato clave: ahora el titular del Banco Central, Alejandro Vanoli, se muestra muy poco proclive a "aspirar" el exceso de moneda local que hay en el mercado.
En consecuencia, afirma Muñoz, "la oferta de pesos aumenta a un ritmo ágil y esa liquidez excedente termina presionado sobre el tipo de cambio".
A esta altura, ya hay en circulación nada menos que $15,37 por cada dólar que el Banco Central tiene en sus reservas.
En definitiva, todo indica que lo que no entró en los cálculos de Kicillof fue que, con más pesos en los bolsillos, los argentinos no necesariamente generan un incremento de consumo e inversión.
Más bien, lo que está ocurriendo es que tratan de sacárselos de encima lo más rápido posible.
Esto genera el fenómeno conocido como "aumento en la velocidad de circulación" que, por cierto, a los economistas les genera mucho temor.
Porque al pasar más rápido el dinero de mano en mano, entonces los precios se aceleran por esta sola causa. Es decir, ya no sólo por el "efecto cantidad" sino por el "efecto rotación".
Incluso -en términos de valorización o de uso como reserva de valor- no es lo mismo un signo monetario que puede ser visto con fines de atesoramiento respecto de otro que circula rápidamente.
A punto tal que si esa velocidad aumenta en demasía (y la oferta supera con creces la demanda) hasta puede ser el origen de una estampida inflacionaria.
Por lo pronto, los datos de la inflación de julio son preocupantes. La medición de Elypsis, la consultora dirigida por Eduardo Levy Yeyati, indica que el último mes los precios crecieron un 2,1%, quebrando la tendencia descendente del primer semestre y ubicándose muy por encima del 1,5% de junio.
Para el Gobierno ni siquiera quedó el consuelo de que el repunte se diera a raíz de un mayor consumo por parte de la población.
Las compras en supermercados, por ejemplo, no sólo no subieron sino que hasta descendieron en comparación con las del año pasado, que ya había sido flojo.
Una investigación de la consultora CCR cuantificó en 1,5% la caída –en términos de volumen- en junio respecto del mismo mes del año pasado.
Si se compara contra el nivel de hace dos años, entonces el descenso acumulado es del 5,2%.
Los investigadores se manifiestan asombrados de que esto ocurriera cuando ya se había producido la mejora en el nivel de ingresos. De hecho, esperaban que junio fuera un "mes bisagra" para recuperar el consumo.
"Tengamos presente que se cerraron gran parte de los acuerdos por paritarias, se incrementó la Asignación Universal por Hijo y se otorgó el medio aguinaldo", observa José Ignacio Amodei, director de Trade Marketing de CCR.
Y completa: "Parecería ser que los aumentos de sueldos no dieron lugar a una mayor demanda".
Vuelve el fantasma verde
Al mismo tiempo que el boom de consumo brilla por su ausencia, en el plano financiero vuelve a hacerse presente la volatilidad.
Los economistas no dudan en establecer una conexión entre ambas situaciones.
Desde Economía & Regiones -tras haber observado que la mejora del ingreso no se tradujo en un repunte en el nivel de compras- sostienen que para saber cómo evolucionará la economía del país habrá que "seguir de cerca la pulseada entre la demanda de dólares y el consumo privado".
De momento, no caben dudas sobre quién está ganando.
En julio se batió el récord de billetes verdes comprados por ventanillas oficiales: los u$s677 millones (que salieron directamente de las reservas del Banco Central) implican un impactante crecimiento del 32% respecto del registro del mes anterior que, a su vez, había sido récord.
Y agosto amenaza con ir por más: sólo en el primer día hábil se vendieron u$s134 millones, constituyéndose en la cifra más alta alcanzada en una sola jornada desde que la AFIP posibilitara la adquisición de divisas.
Y, por supuesto, todo esto en el marco de un blue que otra vez aparece indomable y ronda los $15, con una brecha del 60% sobre el tipo de cambio oficial.
Como si esto fuese poco, en abierta contradicción con el discurso "industrialista" del kirchnerismo, el propio Indec ha reconocido la caída consecutiva número 23 en la producción fabril.
Los despidos o suspensiones han tenido un título destacado en los principales medios de comunicación, y se dan en actividades tan disímiles que van del sector avícola a la siderurgia.
En tanto, las economías regionales con foco exportador sufren de lleno el costo del dólar planchado.
Las imágenes de las manzanas y peras podridas rodando por las rutas patagónicas, o la leche volcándose desde los camiones revisten un dramatismo que exime de cualquier comentario.
De alguna manera, el sufrimiento de las economías regionales era algo que estaba previsto, porque constituye una víctima clásica del atraso cambiario.
Lo que no entraba en los planes era que el consumo seguiría estancado, pese a este "dólar electoral".
En otras palabras, el Gobierno se está quedando con los efectos negativos del "Plan Kicillof" y ninguno de los positivos.
El fracaso se hace evidente en los nervios de los funcionarios, cuyas declaraciones suelen transmitir más preocupación que tranquilidad.
Como las de Aníbal Fernández que, en un intento de minimizar la queja de industriales cordobeses por el cierre de 798 compañías, dijo que "es normal el nacimiento y la mortandad de empresas".
O como las del propio Kicillof, pidiendo que no se genere temor en el público.
"Cuando la gente se asusta, no invierte. Si era mentira eso por lo que se asustó, capaz que no invierte igual. Si la gente piensa que va a haber devaluación, atraso cambiario, escucha que el dólar blue se fue, no invierte", remarcó.
En definitiva, lo que se desprende de sus palabras es una admisión de fracaso: acepta que la economía está más fría de lo que se esperaba y que las expectativas de los actores económicos (tanto empresarios como consumidores) no dan señales de reacción.
Aun con este cuadro, las posibilidades de un triunfo electoral del oficialismo siguen firmes.
Es cierto que se ha evitado el escenario de desastre y, sobre todo, que el público teme a un ajuste brusco en caso de que triunfe la oposición.
De todas maneras, sea cual fuere el resultado de las PASO, algo quedó muy claro. El "Plan Kicillof" no sólo no ayuda sino que juega en contra.
Y las dificultades crecientes dejan en evidencia que octubre queda muy, pero muy lejos.