índice Falabella: argentinos deben pagar por igual producto hasta el doble que en otros países
Cuando hacia fines de enero se produjo el abrupto salto del dólar, la economía argentina encontró algo de oxígeno, luego de años de deterioro del colchón de competitividad cambiaria.
Si bien la depreciación del peso se produjo para bajar la tensión en la city y no para que el "Made in Argentina" recupere terreno en el mundo, los expertos coincidieron en señalar que la administración K estaba frente a una inmejorable oportunidad para incrementar la generación de divisas vía exportaciones.
Sucede que la devaluación abarata, en términos de dólares, el costo de la mano de obra y el valor de aquellos bienes producidos localmente, ya sea alimentos como manufacturas industriales.
Claro que, para que el salto cambiario sea exitoso y se traduzca en mayores ventas al mundo, la clave es que el único precio que suba sea el del dólar, dado que si los bienes y servicios lo siguen, entonces el efecto se neutraliza.
Y esto fue lo que sucedió, justamente, con un amplio abanico de bienes de consumo, debido a que una porción de la oferta en el mercado local está abastecida principalmente por productos importados -regidos por valor dólar- o por artículos que, en su fabricación, necesariamente deben incluir una altísima proporción de insumos, partes y piezas provenientes del exterior.
Si a esto se suma que tras una devaluación los salarios, en términos de dólar, siempre tienden a licuarse, esto implica que, tras el salto cambiario de enero, a los argentinos se les dificultó considerablemente el acceso a determinados bienes de consumo, especialmente a los electrodomésticos, productos de informática y diversos dispositivos para el hogar.
Una muestra de estas crecientes dificultades de acceso a bienes semidurables se puede encontrar al comparar el valor de un mismo producto comercializado en el mercado local respecto de otros países de la región.
Incluso, dicho comparativo cobra aun más relevancia al considerar una misma cadena de retail. Tal es el caso de Falabella, que posee su casa matriz en Chile y subsidiarias en la Argentina, Perú y Colombia.
En efecto, si se analiza una canasta de artículos de consumo de lo más variada que actualmente es comercializada por esta misma tienda departamental en esos cuatro países -que incluye planchas, afeitadoras, cafeteras, heladeras, televisores, dispositivos electrónicos, equipos de GPS y hasta juegos de sábanas-, surge que los argentinos tienen que pagar incluso más del doble por el mismo artículo.
Tal es lo que sucede, por ejemplo, con determinados productos tecnológicos, como es el caso de las consolas de juegos: el modelo Xbox 360 cotiza en Falabella Argentina a unos $3.600 que, al tipo de cambio oficial, equivale a unos u$s450.
En cambio, en un Falabella de Santiago de Chile, una unidad similar se comercializa a 100.000 pesos chilenos, lo que representa unos u$s200.
Así las cosas, este mismo producto, ofrecido por la misma cadena de retail, termina costando un 125% más en un local de Buenos Aires que en uno de la capital del país trasandino, siempre en términos de billetes verdes.
Diferencias similares se pueden observar en el caso de los televisores: un modelo HD de 32" marca Samsung que en la Argentina tiene un valor equivalente a casi u$s690, en Chile y en Colombia se comercializan a u$s308 y u$s321, respectivamente.
Esto determina que la misma unidad resulte entre 114% y 123% más costosa al ser adquirida en una tienda porteña que en alguna sucursal de estos dos mercados de la región, tal como se desprende del siguiente gráfico:
Las grandes diferencias no se limitan únicamente a la tecnología o los artículos del hogar: en el caso de productos de menor valor agregado, como las sábanas, un juego de dos plazas en la Argentina puede orillar los u$s44, por encima de los u$s20 que puede costar en Perú.
Más salarios
Las mayores dificultades que hoy encuentran los argentinos para acceder a artículos atados a precios dolarizados se observan al trazar un comparativo de precios en función de los sueldos vigentes en cada uno de los países de la región.
Cabe destacar que, luego de la devaluación, la Argentina dejó de tener el salario mínimo más alto del vecindario en términos de dólar.
En efecto, tras el abrupto salto cambiario, el mismo se ubicó un 17% por debajo de los niveles del mismo mes de 2013 y pasó a ser superado por Venezuela.
Sin embargo, el mayor problema es que el traslado de la depreciación del peso a los precios de los bienes de consumo, deterioró el poder adquisitivo de los argentinos.
Así las cosas, considerando el caso del televisor Samsung HD de 32" comercializado por Falabella, se obtiene que en el plano local se requieren de 1,5 salarios mínimos (equivalentes a u$s450) para acceder a una unidad de ese tipo, valuada en casi u$s690.
Como contrapartida, en Chile, un empleado que cobre el ingreso básico (u$s380) necesitará destinar apenas 0,8 remuneraciones para acceder al mismo modelo, una proporción similar a la que se da en Colombia.
En el caso de una heladera side by side marca General Electric, la Argentina resulta considerablemente más cara que Chile: en el plano local serán necesarios 9 salarios mínimos para poder comprar dicha unidad, en tanto que en el país trasandino se requieren de 6 sueldos mínimos.
La excepción, en general, es Perú, que posee un ingreso básico de los más bajos de la región.
Las razones del sobreprecio A la hora de analizar por qué los argentinos tienen que pagar más por un mismo artículo -que además es comercializado por una misma cadena de retail- respecto de los demás países de la región, surge un entramado de variables que es producto, en gran parte, de la política económica y de la administración del comercio que lleva adelante la administración K.
En un contexto marcado a fuego por la escasez de divisas, el Gobierno potenció en 2014 las restricciones al ingreso tanto de artículos electrónicos como de partes y piezas para el ensamblado de los mismos.
Paradójicamente, el propio Ejecutivo desplegó hace tiempo un complejo andamiaje tributario para castigar a los productos tecnológicos que lleguen listos para su consumo desde el exterior.
Así las cosas, los bienes que se exhiben en las góndolas sufren un "doble castigo": por un lado, el impacto a nivel costos por el cierre importador y, por otro, las fuertes cargas impositivas y arancelarias que se aplican a este tipo de bienes para sostener el funcionamiento del polo electrónico de Tierra del Fuego.
Cabe destacar que, para este año, se estima que las exenciones impositivas para que las empresas operen en la isla le representarán al Estado un costo de $18.000 millones. Sin embargo, dichas exenciones no se traducen en precios más bajos para los argentinos, dado que el subsidio termina licuándose en los elevados sueldos y en los altos costos logísticos que genera el traslado de insumos hacia la isla y la posterior distribución de los productos terminados, vía ruta terrestre, hacia los principales centros de consumo.
A esto se suma un dato no menor: la dura política proteccionista a la que adhirió el Gobierno en el marco del Mercosur para desalentar la entrada de artículos que puedan competir con la producción nacional, una política que difiere de lo que ocurre con algunas de las naciones anteriormente mencionadas, como Chile, Perú o Colombia.
Así las cosas, una empresa que quiera importar desde una heladera hasta una cafetera desde Asia, deberá tributar elevados aranceles que pueden llegar a ser del 35% sobre el valor de importación.
Cabe destacar que, en el caso del país trasandino, la Cancillería lleva firmados una veintena de tratados de libre comercio (TLC) que llevaron su arancel efectivo para las importaciones a un nivel cercano al 0 por ciento.
Claro que las causas que ayudan a explicar el hecho de contar con productos que pueden costar incluso más del doble -en divisas- que en otros mercados, también están íntimamente vinculadas con las tensiones que atraviesa la economía doméstica.
Una variable clave es la inflación: con una tasa anual proyectada del orden del 35% para este año, "los empresarios que dependen de las importaciones se buscan cubrir de alguna manera", sostuvo el titular de una cámara del rubro electrónica dedicada a la comercialización de dispositivos informáticos.
Sucede que, según el experto, "si bien muchos no realizan procesos productivos en el país, sí tienen que hacer frente a estructuras que incluyen sueldos, logística, manejo de stocks y gastos de comercialización. Situación que lógicamente se ve agravada si el importador dispone de su propia red de venta minorista, como sucede con algunos distribuidores de Apple".
"Que se importe y no se fabrique no quiere decir que no se sufra la inflación", completó el directivo.
El titular de la entidad, agregó que otro punto clave es el de la incertidumbre cambiaria, dado que cualquier producto traído del exterior, sean sábanas, zapatillas o tablets, está 100% atado al valor de la divisa.
En este contexto, el consenso entre analistas es que el Gobierno, a lo largo del año, devaluará entre un 35% y un 40%, lo que podría llevar al dólar a un nivel cercano a los $10 hacia fines de diciembre, tal como plantean consultoras como Econviews o Fiel.
En este contexto, hay empresarios que elevan el precio de venta de un producto en pesos como una suerte de "seguro cambiario" que permite cubrirse ante cualquier eventual movimiento del billete verde, especialmente en un escenario en el que el ingreso de un contenedor puede demorar hasta 180 días.
De cara a los próximos meses, si bien los ajustes salariales mejorarán las condiciones de acceso a determinados productos de consumo, tales como electrónica y artículos del hogar, dicha mejora será sólo momentánea: la inercia inflacionaria, sumada al desplazamiento del tipo de cambio esperado para el corto plazo, hacen difícil prever un cambio de tendencia a favor del bolsillo.