Warren Buffett: la historia del millonario que arrancó a los 6 años vendiendo chicles puerta a puerta
Hay momentos que definen una vida mejor que la más extensa de las biografías. Para Warren Buffett, ese instante fue una tarde del verano de 1936 en su ciudad natal de Omaha, Nebraska.
El pequeño Warren quería ganar algo de dinero, así que compró chicles en el almacén de su abuelo y comenzó a venderlos puerta a puerta por las cercanías de su casa.
Una vecina, la señora Macoubrie, le pidió un paquete y no el combo de cinco que el ofrecía. El joven dudó un momento, pero respondió que tenía que llevarse todo o nada. La señora no quería gastar tanto y le preguntó por qué no quería romper el envoltorio. El pequeño la miró a los ojos y respondió: "Podría no vender los otros cuatro. Demasiado riesgo, señora".
Una respuesta digna de una mente de negocios brillante, si se tiene en cuenta que, en aquel entonces, Warren tenía sólo seis años.
Un visionario
Pero no sólo en esa ocasión Warren Buffett demostró ser un visionario. Seis décadas después, septuagenario y multimillonario, el magnate tuvo otra oportunidad de demostrar su habilidad para los negocios cuando acudió a su cita anual en Sunny Valley.
Se trata de una fiesta de una semana de duración donde algunos de los hombres más ricos e influyentes de los Estados Unidos se reúnen sin cámaras, organizan charlas y fortalecen sus lazos. En 1999 al oráculo de Omaha le tocó hablar en último lugar.
Aquel año, por primera vez, habían sido invitados muchos de los dueños del emergente negocio de las punto.com, un negocio en el que Buffett se había negado insistentemente a entrar. Y, durante su discurso, los miró a la cara y les dijo con palabras amables que su negocio era poco menos que una estafa piramidal y que iban a fracasar.
¿Las reacciones? Unos montaron en cólera, otros se rieron. Todos creyeron que eran los desvaríos de un anciano que racionalizaba el haber perdido el tren del boom tecnológico.
Los ecos de su discurso llegaron hasta los periódicos. Los analistas financieros y los accionistas de su empresa lo tacharon de loco.
En una controvertida junta, con más de 20.000 de ellos reunidos bajo el mismo techo, le solicitaron firmemente que invirtiese al menos el 10% de los fondos de Berkshire Hathaway en tecnológicas. Buffett se negó. Sus acciones bajaron a niveles alarmantes. Se convirtió en un hazmerreír.
Meses después, estalló la ahora famosa burbuja punto.com. Se perdieron decenas de miles de millones de dólares en pocas semanas.
Mientras sus acciones volvían a subir como la espuma y los editoriales de los periódicos señalaban que él había sido el único en avisar del riesgo, Warren Buffett recordó el paquete de chicles que no había querido partir para la señora Macoubrie. Había negocios que eran, simplemente, demasiado arriesgados. La promesa de un beneficio rápido puede acarrear muchas lágrimas en el futuro. "Y eso es igual para unos pocos centavos o para un billón de dólares", afirmó el magnate en una entrevista.
En esta línea agregó: "Mi padre me enseñó que ningún árbol, por mucho que crezca, llega hasta el cielo".
Un hombre de familia
Esa mención al padre no es menor. Ya que, como todo, Warren Buffett también se explica por su propia historia.
Su progenitor montó un pequeño negocio de inversiones en 1930, poco después del crack del ‘29, en medio de la peor depresión de la historia de su país, cuando nadie quería comprar y vender acciones.
La familia Buffett era humilde: hijos y nietos de almaceneros, que ascendieron muy despacio a la clase media. Eran gente que venía de la cultura luterana del trabajo duro, la honestidad y ganar las cosas por uno mismo. Odiaban a Roosevelt y su New Deal.
Tuvieron tres hijos. El segundo de ellos demostró dotes para las matemáticas y un afán por coleccionar cosas, desde sellos hasta chapas de botellas. Fue él quien, a base de escuchar en la cena conversaciones sobre tipos de interés, beneficios y dividendos, declaró con 11 años que quería ser millonario.
No se trataba ni más ni menos que de Warren. En ese entonces, sus padres sonrieron condescendientes, pero él fue a su habitación y trajo una pequeña caja de madera que no dejaba tocar a nadie, ni siquiera para limpiar el polvo. De un espacio entre los cajones sacó u$s120, una cantidad considerable para 1941, y los invirtió en seis acciones de la Cities Services Preferred que compartió con su hermana.
Tras una fluctuación del precio creyó que perdería dinero, y las volvió a vender ganando cinco dólares por acción en cuanto volvieron a subir.
Pero él mismo recordó en una ocasión que "tan sólo unos meses después, la CSP subió más de u$s200, y yo me di cuenta de que había dejado de ganar mucho dinero por tener demasiada prisa. Fue mi primera gran lección".
¿Cuáles son los consejos que Buffett trata de seguir? "Primero, no corras. Segundo, conoce bien dónde te metes. Y tercero, ten en cuenta que cuando inviertes, si pierdes, vas a hacer que alguien se enfade mucho", respondió.
"Lo aprendí de la peor forma posible, ya que cuando el valor de CSP estaba bajo, mi hermana lo veía cada mañana en el periódico y pasaba todo el camino al colegio recordándomelo. Es una pesadilla mucho mayor que la más dura junta de accionistas", contó el millonario.
http://www.youtube.com/watch?v=aUQr2c53NhY&feature=youtu.be
La vida, una "bola de nieve"
A Buffett le gusta citar a Balzac diciendo: "No hay ninguna gran fortuna que no esconda un gran crimen" para luego añadir "excepto en Berkshire Hathaway".
Un hombre como él, que ha leído millares de libros y que consagra tres horas diarias a la lectura de periódicos, sigue sosteniendo que la mayor sabiduría que alcanzó en su vida "me la dieron mi padre y mi abuelo, y ese es el único secreto de mi éxito".
"Me hablaron de la bola de nieve en la que tú tienes que convertirte. Una piedra en lo alto de una montaña, a la que se le va pegando nieve mientras baja. Así es el dinero, si recorres el camino correcto, si te diriges al tipo correcto de nieve, se te va pegando cada vez más", añadió.
La vida, como la bola de nieve de Buffett, sólo puede vivirse hacia delante y ser comprendida hacia atrás. Y, obviamente, el caso del dueño de Berkshire Hathaway no puede sino verse de esa misma manera.
Su carrera profesional comenzó en una modesta oficina de Omaha, un pueblo del medio oeste de EE.UU. Pero esa pequeño negocio creció a tal punto que ahora posee el 12,6% de American Express, el 8,6% de Coca Cola o el 12,5% de la temida Moody's.
En medio hay una trayectoria que resiste todo escrutinio. No hay "cadáveres en el armario" del empresario, tan sólo una inmensa cantidad de suerte y sentido común.
Así explicaba él el tipo de compañía en la que le gustaba invertir:
http://www.youtube.com/watch?v=1noUIhoLRCs&feature=youtu.be
"Me he equivocado pocas veces, aunque éstas han sido muy sonadas", reconoció Buffett. ¿De cuáles errores habla? "No haber comprado la televisión que Tom Murphy me ofreció o haber dicho que no a Walmart en sus inicios (hoy se ha convertido en la compañía con más beneficios del mundo), son decisiones que me siguen pesando. Mis errores son casi todos de omisión. Pienso las cosas demasiado", dijo.
La filosofía de una persona sencilla
Ser dueño de la octava empresa más grande del mundo con activos cercanos a los u$s400.000 millones o ser el tercer hombre más rico del planeta no significa nada para Buffett, quien se compró una casa modesta en 1962 y sigue viviendo en ella.
Pero, al mismo tiempo, su fortuna lo significa todo. "En el fondo de su corazón sigue siendo el mismo niño de primaria que coleccionaba sellos, solo que decidió dedicar su vida a coleccionar dinero", afirmaba un editorial del Washington Post.
También coleccionó sabiduría, y su conocimiento se ha vuelto paradigma. Se han escrito una veintena de libros e incontables artículos analizando su estilo de gestión y su olfato para detectar buenos valores bursátiles.
Una de las claves de su filosofía es no comprar nada que no tenga garantizado un valor de productividad creciente: acciones con activos anclados al suelo, motores bien engrasados, paredes sólidas y ventanas bien selladas.
http://www.youtube.com/watch?v=2qukGcbwh5E&feature=youtu.be
Una voz que no todos quieren escucharPero no siempre a Buffett se lo escucha claramente. Cuando su voz disiente de la corriente general o desafía el sagrado dogma de la avaricia, muchos le vuelven la espalda, destaca una nota del medio español ABC.
Ocurrió en 1999 cuando anunció la burbuja punto.com, y volvió a suceder en 2002, cuando en una sentida carta en su web explicó que el mercado de derivados suponía un grave riesgo para la economía norteamericana.
En esa ocasión, indicó que las firmas se estaban cargando en exceso de activos tóxicos y que era necesaria una fuerte regulación gubernamental de ese mercado o, de lo contrario, se produciría una reacción en cadena que llevaría a una crisis mundial.
Los defensores de la desregulación saltaron a su cuello y lo llamaron rojo y socialista, entre tantas otras palabras. Sin embargo, de más está decir que en 2008 su profecía se volvió una triste realidad.
No es esa la única vez que su voz ha sido ignorada o ninguneada. En mitad de la crisis, dijo que no entendía cómo era posible que él pagase sólo el 19% de su renta en impuestos, mientras que su secretaria, que ganaba mucho menos que él, abonaba el 33 por ciento.
"¿Es esto justo? ¿Es esto correcto? Claro que hay una lucha de clases, pero es mi clase, la clase de los ricos, la que está librando esta guerra. Y la estamos ganando", advirtió.
Sus esfuerzos se vieron reflejados el año pasado cuando el presidente de EE.UU. Barack Obama planteó implementar la "Regla Buffett", una ley que garantizaría que los más de 450.000 estadounidenses que ganan más de un millón de dólares al año pagasen al menos el 30% en impuestos.
Pero pocos de los implicados están dispuestos a tanta generosidad, alegando que el único camino para la prosperidad económica es que los "super-ricos" tengan impuestos "super-bajos".
Sin embargo, Bufett -que hizo su primera declaración de impuestos con catorce años- está dispuesto a contribuir con el ejemplo.
Todo un filántropo
Hace seis años, Warren Buffett emitió un sencillo comunicado de prensa que asombró al mundo entero: anunció que donaría el 99% de su dinero a caridad.
Pero no sólo el monto era llamativo, también el modo atrajo la atención: no lo haría a través de medios convencionales y nada llevaría su nombre.
La mayor parte del dinero se la entregará a la Fundación Bill y Melinda Gates, con instrucciones específicas de ser gastado en el bienestar de la Humanidad.
"Tengo la inmensa suerte de haber ganado la lotería genética. Mis posibilidades de nacer en Estados Unidos en lugar de en cualquier otro país en 1930 eran de treinta a uno. Nacer blanco y varón allanó muchos otros obstáculos, hacerlo en una familia que me diese amor y cultura fue ganar el gordo. Por eso, ahora ha llegado el momento de devolver lo conseguido", sostuvo.
¿Qué pensarían los padres de Warren si viesen a su hijo -el niño que no dejaba acercarse a nadie a su cajita de madera llena de monedas- donar una cantidad de más de u$s40.000 millones con una sonrisa y un tímido gracias? Orgullo, quizás. O tal vez aprobación. Porque, al fin y al cabo, ese es el destino de la bola de nieve al llegar al pie de la montaña: derretirse en el prado reseco y hacer que crezca nueva y fresca hierba, concluyó la nota de ABC.